Desde la irrupción del kirchnerismo en 2003 en Argentina priman dos coaliciones que en teoría representaban a la centroizquierda y a la centroderecha. Aunque nada tenía que ver con la realidad, el Frente para la Victoria, que luego fue Unidad Ciudadana y que ahora es el Frente de Todos, era el espacio representativo del progresismo. Lo cierto es que nunca hubo nada en lo concreto como para asociar al kirchnerismo con un espacio progresista. Lo único que se utilizaba como argumento era lo que estaba supuestamente enfrente: el conservadurismo neoliberal del macrismo.
La farsa de la centroizquierda se replicaba en la también supuesta centroderecha. El PRO, que luego fue Cambiemos y que ahora es Juntos por el Cambio, también disfrutó durante años de un voto cautivo. El mejor capital político para sostenerlo era lo que estaba enfrente: el supuesto castrochavismo kirchnerista. Sin ninguna fuerza importante que se muestre como opción competitiva, el macrismo se nutrió de un monopolio redituable, llevándose los votos liberales y conservadores, que sufragaban con la nariz tapada, con tal de enfrentar al kirchnerato.
La grieta, que tuvo muchos electores cautivos por izquierda y derecha, significó (además de la competencia política) una sociedad evidente entre los dos frentes en pugna. Aunque muchos votantes tenían reparos a la hora de emitir el voto por ellos, desde ambos frentes se insistía en que, si no votaban ahí, le “hacían el juego a la izquierda” o “a la derecha”, según fuera el caso. Todo parece indicar que la competencia entró en el mercado electoral, y que los dos oligopolios perdieron el monopolio de cada sector.
Mucho hemos hablado de la gran irrupción de los espacios liberales, que hicieron grandes elecciones en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en la provincia. Los conteos finales mostrarán que también en el interior del país, que varios legisladores locales ingresarán a los cuerpos parlamentarios, como el caso de Martín Menem (que tuvo el apoyo de Javier Milei) en La Rioja. La consolidación del libertario en la capital y de José Luis Espert, que consiguió tres diputados nacionales en la provincia, decretaron el fin del usufructo macrista del votante de perfil liberal.
Pero lo cierto es que el kirchnerismo también se desguazó por la izquierda. En la capital, el Frente de Todos quedó 22 puntos por debajo de Juntos por el Cambio, y si bien el peronismo siempre la tuvo difícil en CABA, la brecha se explica en el crecimiento de la izquierda trotskista. Myriam Bregman consiguió su banca con un nada despreciable 7,76 % de los votos.
En provincia, aunque quedaron por debajo de Espert y el espacio liberal, el socialismo duro también hizo una elección más que digna: la boleta de Nicolás del Caño consiguió 6,82 %, lo que se traduce en dos escaños y casi 600.000 votos. Pero el batacazo, el Frente de Izquierda y los Trabajadores lo dio en la provincia de Jujuy. Allí, en el norte argentino, el FIT obtuvo 25,33 % de los votos, casi lo mismo que el kirchnerismo con 25,69 %.
Definitivamente, los resultados de este domingo demuestran que en Argentina ya no hay voto cautivo y que si las coaliciones mayoritarias pretenden mantener el liderazgo, deberán al menos expresar algo más claro ideológicamente. España y Chile muestran alguna experiencia en este sentido.