Una de las primeras escenas típicas de las elecciones en Argentina no tiene que ver ni con los comicios, ni con los candidatos, ni con los partidos políticos. Tiene que ver con la estupidez, la contradicción, y se ve en los supermercados y los “chinos” de los barrios durante la tarde previa al día del proceso comicial. Es decir, varias horas antes que incluso abran las escuelas para ir a votar. Es la imagen de la gente “stockeándose” de vino y cerveza, para la noche del sábado, el almuerzo del domingo y la cena del día de la votación. Es que, desde doce horas antes, y hasta tres horas después de finalizado el evento electoral, rige la veda alcohólica. Está prohibido comprar y vender, ya sea una copa de vino o una lata de cerveza. La normativa aplica en todos los sitios habilitados para el expendio de alcohol, incluso los más prestigiosos restaurantes de todo el país.
Pero para que el bochorno tenga hasta visualización, los supermercados y almacenes hasta tienen que poner una cinta, como la que usa la policía en las escenas del crimen, como para que la gente no se acerque. Afortunadamente, algunos comerciantes chinos despachan algo a los clientes de confianza, que tienen que ir a hacer las compras con elementos discretos, como las mochilas cerradas en la espalda. De la misma manera, unos pocos restaurantes acceden a abrir una botella a los comensales, con la condición que escondan la misma debajo de la mesa. Es que estas atrasadas y absurdas normativas, lejos de generar problemas formales con la justicia, suelen servir como excusa de soborno para policías e inspectores inescrupulosos, que aprovechan la jornada para salir en búsqueda de una coima, ante alguna posible infracción.
Si alguien tiene que recurrir a un supermercado, donde las compras quedan registradas formalmente en los tickets, que directamente se olvide siquiera de intentarlo. No hay ninguna posibilidad de éxito y no importan los ruegos ni las súplicas. Lo mismo se verá seguramente en las aplicaciones, las compras online y todo lo que quede registrado.
Para encontrar la justificación de la veda alcohólica hay que trasladarse a tiempos lejanos. Hace muchos años, se generó la creencia que, en los albores de la primera democracia, donde es cierto que existía el fraude (como hoy), parece ser que personas con recursos emborrachaban a humildes votantes, a los que supuestamente persuadían para que voten a determinado candidato, bajo la influencia del alcohol.
Aunque todo esto suene muy extraño, los historiadores coinciden que esa es la génesis de este mamarracho al que nos someten todavía en la actualidad. No hace falta mucho análisis para darse cuenta que nada de todo esto tiene sentido. Además, de la misma forma que la policía cuenta con los elementos para comprobar si un conductor está ebrio, tranquilamente la autoridad de mesa podría llamar a un gendarme para un test rápido, en el caso que se presente un elector de dudosa estabilidad y aromas sugerentes.
Sin embargo, además de lo absurdo y violatorio de las libertades individuales (no solamente de los consumidores, sino de los gastronómicos que sufrieron la cuarentena y verán mermar su facturación durante todo un fin de semana, no solamente por las bebidas que no venden, sino por la gente que por la veda prefiere comer en casa) todo esto deja en evidencia una gran contradicción.
Mientras los políticos de todos los partidos se niegan a tratar la derogación de este sin sentido, todos los oficialismos utilizan al Estado para incrementar su masa clientelar: es decir, ciudadanos que pasan a ser dependientes del Gobierno mediante subsidios y planes. Así que, en cada elección, cuando se prohíbe hasta comprar una copa de vino en una cena (para evitar que la gente no vote en libertad y sano juicio), más de medio país tiene adulterada lo que podría ser su preferencia, ya que su subsistencia depende de un partido político en el poder.
Una enorme contradicción, que ojalá los próximos diputados liberales consigan sumar voluntades para poder derogar y borrar de un plumazo este absurdo a la brevedad.