A la hora de negociar en política se cuentan los porotos. Que tiene uno, que tiene el otro y si hay beneficio de ambos lados, se cierran negociaciones que muchas veces no tienen que ver demasiado con lo programático. Es que el capital político parece ser más determinante que la hoja de ruta y los conceptos. Y los porotos suelen ser territorialidad, caja, legisladores, intendentes, gobernadores, aparato y esas cuestiones que parecen ser indispensables a la hora de evaluar un proyecto presidencial. En este esquema, que podría terminar en cualquier momento pero que todavía está vigente, Javier Milei es casi un personaje de un cuento romántico. Al día de hoy no tiene nada. Sin embargo, cuenta con algo que el resto de los políticos quisiera, pero que no pueden conseguir ni comprar: el apoyo popular y la proyección exponencial. Con ese capital, literalmente impagable, ya que se obtiene mediante un fenómeno espontáneo, es probable que la “nada” en materia de porotos muy pronto sea parte del pasado y que Milei, además de respaldo popular, en el corto plazo cuente con peso específico político tradicional.
La que siempre vio este potencial es Patricia Bullrich. Aunque la exministra no tenga suficientes armas conceptuales en el ámbito de la economía para comprender todas las cuestiones de la que habla Milei, ella sí entiende mucho de política. Y de la economía de la política, que no es lo mismo que la política económica (de la que tiene alguna idea, más que nada intuitiva). ¿A qué nos referimos con la economía de la política? A distinguir flujo de caja, a percibir activos prometedores y a darse cuenta, sobre todas las cosas, de que los fenómenos son dinámicos y no estáticos. Es decir, a darse cuenta de que el economista que hasta hace poco no tenía más que sus propuestas a contramano de la cultura política argentina, podría convertirse en el fenómeno popular que es hoy. Ella vio el bitcoin barato y se ganó un lugar en los afectos de Milei hace ya un tiempo, cuando la política tradicional oscilaba entre el desprecio y el menosprecio para con el futuro diputado.
Y ella tendió un puente con Mauricio Macri. A contramano de lo que muchos pensaban, Milei lo cruzó sin inconvenientes y se sentó con el expresidente a hablar de economía. No fueron pocos los que consideraban que la ortodoxia en materia ideológica lo convertiría en un paria en el mundo de la realpolitik. Pero no. El pragmatismo político (necesario, claro) de Milei sorprendió a propios y a ajenos. Hasta se anima a proponer una gran coalición de gobierno con algunos integrantes del PRO y dirigentes peronistas no kirchneristas, además de los liberales y la centroderecha.
Lo interesante y positivo de su pragmatismo político es la intransigencia ideológica y conceptual. Milei le tiende la mano a la gran coalición anticolectivista, pero no se mueve un ápice de sus postulados de siempre. Y ahí la pelota queda picando en los eventuales aliados que el economista considera viables para 2023. En este sentido, el signo de pregunta que le pone a Mauricio Macri es una de las cuestiones más interesantes de los próximos meses para la política argentina.
En resumidas cuentas, Milei dejó en claro ayer que, para él, el “ah, pero Macri” del kirchnerismo sería una especie de “ah, pero si Macri”. Y ese “si”, como dice el personaje de Aldo el Apache en Bastardos sin gloria en su negociación con el Coronel Landa, es “un gran si”. Pero, tal cual, en el idioma original de la película, no hablamos de un “yes”, hablamos de un “if”. Y las condiciones lógicas que Milei pide de Macri, podría ser demasiado para la estructura mental del expresidente.
Durante su gobierno, Macri siempre priorizó mantener su coalición en paz, a pesar de llevar al país a un predecible fracaso económico. Y aunque Milei es generoso al apuntar exclusivamente contra el radicalismo, la coalición cívica y “las palomas” del PRO, lo cierto es que Mauricio fue el que eligió esa alianza para gobernar el país. Viendo los resultados, para eso era mejor quedarse en la casa y dejar que el peronismo dirimiera sus propias internas.
Macri pudo haber pateado el tablero cuando ganó las elecciones. No lo hizo. Tuvo una segunda oportunidad cuando la gente lo respaldó en las urnas, a pesar de la situación económica, en su elección de medio término. No lo hizo tampoco. Lo que parece ya determinante, es que tampoco se divorció de sus aliados estatistas desde que volvió al llano. El Macri expresidente vio como sus más cercanos apoyaron la cuarentena nefasta del kirchnerismo y sigue siendo testigo silencioso de todas las atrocidades actuales, como la votación del etiquetado frontal. Hoy, Juntos por el Cambio, es más estatista que nunca. Sus socios minoritarios ya le cuestionan el liderazgo de la coalición y proponen una gestión más a la izquierda de lo que incluso fue la suya. Aunque llegará al Congreso por el espacio un dirigente de la talla de Ricardo López Murphy (probablemente el dirigente más capacitado del país en términos generales) la coalición cambiemita es un cocoliche.
Milei le propone que se aleje de todo eso y se arroje a una pileta sin saber cuántos litros de agua tiene. Que rompa con la Coalición Cívica, que se divorcie de los radicales y que deje atrás a sus históricos socios Larreta y María Eugenia Vidal. Es decir, yendo al inicio de mis palabras, que vacíe sus bolsillos de los porotos que logró conseguir y medianamente mantener. Que le suelte la mano a los gobernadores, intendentes y legisladores, para ir por un proyecto superador.
Macri debería saber que el frente con el que sueña Milei puede o no hacerse realidad. El fracaso siempre es una opción. Pero también debería tener en claro a esta altura del partido que un eventual regreso al poder con sus aliados actuales será sinónimo de un nuevo fracaso estrepitoso. Es que el expresidente tiene varios porotos en los bolsillos, pero están podridos. Y cuando es así, mejor vaciar la olla y empezar de nuevo el guiso. No es fácil, pero es la única opción.