La caída de una de las redes sociales más usadas del planeta, cuyo mecanismo de comunicación probó ser esencial, en cierto modo, marcó la jornada de ayer. En medio de las versiones diversas y las teorías conspirativas, la izquierda aprovechó —haciendo uso de las propias trincheras digitales que proporciona el capitalismo— para tratar de justificar sus delirantes interpretaciones económicas. Aseguraron que la caída de Facebook y de WhatsApp deja en evidencia lo falible del sistema capitalista y que las pérdidas que sufrió la empresa revelan que valen demasiado, cuando hay hambre y miseria en el mundo. Todas falacias.
Para empezar, tenemos que aclarar que ni WhatsApp ni Facebook o alguna otra empresa, “son” el capitalismo. Ellas son producto del capitalismo y solamente se pueden desarrollar en el mismo. No quiere decir que sean perfectas, tampoco ideales. Sin embargo, de lo que no hay dudas es que hacen un mundo mejor. No lo digo yo, lo dice la gente que utiliza (como yo) estas herramientas (los socialistas incluidos, claro). Si las personas no consideraran que su vida es mejor con WhatsApp en el teléfono móvil, directamente no lo usarían. De la misma manera que se dejó de utilizar el teléfono de línea fija, que cayó en desuso por la misma libre elección de las personas.
El capitalismo es innovación, libertad de producir y derecho de explotar, así como capitalizar (valga la redundancia) los frutos del éxito, que en el mercado son el perfecto y más claro ejemplo de justicia social: la gente libremente elige algo por su propia voluntad y los creadores e inversores se enriquecen. Por lo tanto, aunque la izquierda —que tiene serios problemas para distinguir entre lo estático y lo dinámico, el flujo con la caja, y, sobre todas las cosas, “lo que se ve y lo que no se ve”, como decía Bastiat— se indigne cuando ve el valor de las empresas exitosas, en la realidad estas iniciativas mejoraron la vida de toda la gente que, voluntariamente, utiliza esos productos. Esto también suma a esos detractores integrados en este sistema.
A pesar de que muchos defensores del libre mercado aseguren que el capitalismo es WhatsApp y Facebook, lo cierto es que el capitalismo es el proceso que hizo que se pase del teléfono fijo a nuevos mecanismos de comunicación. También es el actual proceso que ya está en marcha entre lo que existe hoy y lo que hará que tanto Facebook como WhatsApp queden en el recuerdo (o no). El capitalismo es incluso el regreso de cosas que el mismo capitalismo había extinguido, como los discos de vinilo.
Es que el mercado no es otra cosa que la democracia más pura: la elección permanente de las personas que compran, se abstienen o venden. Eso fue lo que pasó este lunes. Muchas personas que tenían acciones en las empresas que fallaron decidieron vender. De este modo, el precio descendió. El capitalismo no puede ser el incremento permanente de las acciones de todas las empresas. Algunos papeles suben, otros bajan y, probablemente, hoy, que volvimos a la normalidad, sea una buena oportunidad para comprar. O no. Si lo supiera sería inversor, no periodista.
No obstante, hablar de una supuesta falla del capitalismo ante estas circunstancias es de una ignorancia marcada. Cuando los precios son libres, todas las fluctuaciones (para donde vayan) son el éxito del capitalismo. Es decir, son la manifestación de los agentes económicos (personas). Si miramos en la historia y vemos los crash, —donde cae absolutamente todo— en lugar de encontrar la falla de una empresa determinada, vemos la influencia del Estado y sus bancas centrales, que juegan con variables como la tasa de interés o la oferta monetaria. Estados Unidos ha hecho desastres en este sentido, incluso con burócratas que pretenden “ayudar” al capitalismo. Ellos entienden lo mismo del funcionamiento de mercado que los socialistas sin formación alguna en economía.
Pero los dislates de la izquierda ante las cuestiones de la tecnología y el mercado no son nuevos. Sobre todo, en Argentina. Quienes recordamos la etapa de las privatizaciones en los noventa vimos como los socialistas de entonces (muchos siguen defendiendo las mismas estupideces hoy) se manifestaban en contra de que el Estado pierda el monopolio en cuestiones como la telefonía.
En aquel entonces, los departamentos se anunciaban “con teléfono”, como dato un más relevante incluso que el barrio. Era tanto su valor que incluso el precio de las propiedades podría incrementarse considerablemente si se contaba con aparato. Sin embargo, la izquierda en los ochenta decía que si se privatizaban perderíamos la “soberanía nacional”. Por esos días, era común decirse que se vendía “teléfono con casa”, en lugar de casa con teléfono, por lo valioso que resultaba el aparato otorgado por el Estado, que muchas veces fallaba a la hora de buscar establecer una comunicación.
Aunque parezca una locura, estas ideas ancladas en el tiempo sobreviven y hay que discutir con ellas. Mientras tanto el capitalismo crea y mejora. Con aciertos, errores, pero siempre relevando las preferencias de las personas. Hablar de “falla del capitalismo” por lo que ocurrió el lunes no puede hacer más que generarnos carcajadas a los veteranos que conocimos el teléfono de disco. El capitalismo hizo las carretas donde se transportaban las cartas y produjo el papel de las mismas. El capitalismo creo todos los elementos disponibles para que se pueda producir el telégrafo y el teléfono. El capitalismo hace, no solamente los dispositivos móviles, sino que permite la coordinación de miles de personas que trabajan en la industria. La lista que enumera a los sectores de diseño, plástico, acrílico, software, hardware sería imposible de contabilizar. Ni hablar de la gente que utiliza esto para trabajar. Todos ellos se han enriquecido en materia de recursos, tiempo libre y calidad de vida. Pero lo más interesante es que, siempre, lo mejor está por venir.
La izquierda no ve, ni mucho menos entiende absolutamente nada de todo esto. Es que, si vieran o entendieran algo, no serían socialistas.