Si uno escucha en un medio de comunicación masivo en Argentina la frase, “metete con mi vieja, pero no me toques los precios”, por ahí en lo último que uno piensa es en un economista fallecido hace casi medio siglo. Lo mismo ocurre con las pancartas que muchos jóvenes levantaron en los Estados Unidos con la leyenda “End the FED”, pidiendo el final del monopolio monetario. Sin embargo, detrás de los mensajes, insólitamente populares en los últimos años encarnados en Ron Paul y Javier Milei, hay un gigante. Alguien que muchos honran, quizá sin saberlo y hoy se cumplen 140 años de su nacimiento: Ludwig von Mises.
El mundo en su momento no lo le prestó demasiada atención, aunque acertó absolutamente todo, no solo en el ámbito económico, sino también en el político. Cabe recordar que escribió en la década del veinte que si los aliados insistían en los términos del Tratado de Versalles generarían una tragedia no solo en Alemania y en Europa, sino en el mundo entero. Sin embargo, sus advertencias no fueron escuchadas. Mises anticipó el fracaso del socialismo con lujo de detalles, la peligrosidad del nazismo y la decadencia de los Estados Unidos, al igual que su conocida Ayn Rand.
Sus 92 años de vida no fueron un lecho de rosas: tuvo que escaparse de los nazis en Europa (por opositor, judío y liberal), ver como los intelectuales de occidente miraban con cariño al experimento estalinista soviético y ocupar cargos menores en el mundo universitario estadounidense durante la última parte de su vida. Menores si comparamos el rol de “profesor visitante” en la Universidad de Nueva York con su estatura intelectual enorme, descomunal.
Mises ya venía parado sobre los hombros de otros gigantes como Eugen Böhm von Bawerk y Carl Menger en el marco de la tradición austríaca, pero sus aportes lo convirtieron en, probablemente, el exponente más importante de la escuela en cuestión. En 1912, desde la Teoría del crédito y el dinero, dejó en claro ciertas cuestiones que todavía la mayoría de los economistas no entienden. Esto no se limita solo a los keynesianos y los socialistas, sino también muchos otros “pragmáticos promercado” que pretenden “ayudar” al capitalismo mediante incentivos distorsivos y artificiales.
En 1922 ya había anticipado los motivos por los cuales el socialismo siempre, de manera inevitable, fracasaría estrepitosamente. Es que al regular e intervenir los intercambios libres y al eliminar (o reducir) la propiedad privada, ocurre algo que los comunistas no reparan, ni tampoco prestan la atención a ello: la distorsión o eliminación del sistema de precios. Esto no es otra cosa que el idioma con el que la economía se comunica y coordina.
Aunque hay que leer a Mises (llegar mediante sus imprescindibles discípulos es fundamental, pero como dice Gabriel Zanotti, hace falta “culo en silla y estudiar”), podemos insistir en un mantra abreviado y simplificado mientras tanto: sin propiedad privada no hay precios, sin precios no hay coordinación de los agentes económicos y muchísimo menos posibilidad alguna de planificación centralizada. A cinco años de la revolución bolchevique, Mises anticipó las colas y las cartillas de racionamiento que se vieron décadas después en Cuba y en Venezuela con una precisión quirúrgica.
Si algo le debe el mundo a Mises es la refutación (que todavía, lamentablemente, no se manifiesta del todo) de la falsa idea que el “socialismo es bueno en la teoría, pero malo en la práctica”. El hombre que recordamos hoy, a 140 años de su nacimiento, nos enseñó que el socialismo falla en la práctica porque tiene un problema imposible de resolver en la teoría.
Es por esto que las enseñanzas del autor de La Acción Humana, más que para los socialistas es para el resto: quienes no se consideran de izquierda pero aceptan ciertas cuestiones conceptuales y morales que se desprenden del ideario marxista. Reflexiones como la de Javier Milei, desterrando el tufillo despectivo de palabras como la “especulación”, afortunadamente inherentes al ser humano, son fundamentales en la disputa contra el colectivismo y sus voceros.
Claro que ni Paul (padre e hijo) ni Milei son simples políticos como el resto. Son intelectuales formados, de principios, que llegaron a la política para difundirlos, y de ser posible, aplicarlos. Lo masivo de su influencia al pisar la arena política también terminó con la falsa dicotomía entre el aspecto partidario y electoral, por un lado, y la “batalla cultural” por el otro. El “Mises para todos” no deja ninguna duda.
La política también necesita de cuadros lúcidos y con ideas claras, además de lo indispensable de la honestidad. El próximo Congreso argentino tendrá a Ricardo López Murphy, a José Luis Espert y a Javier Milei. Ojalá que pronto sean muchos más. Probablemente, Ludwig Von Mises mire optimista desde arriba.