La entrevista de Alberto Fernández y la carta de Cristina Fernández de Kirchner me llevó directamente al recuerdo de un clásico del cine estadounidense: La guerra de los Roses. Quienes estamos transitando los cuarenta y con los signos vitales todavía en funcionamiento, tenemos muy presente aquella película de 1989 por su impactante final. Sin embargo, para los que Netflix representa lo que a nosotros era el “videoclub”, hay que darles explicación de la analogía. Los personajes de Michael Douglas y Kathleen Turner, luego de un violento divorcio y una épica batalla por la casa donde ambos residían, literalmente, se terminan exterminando entre ellos. La última escena, con ambos cayendo de la araña del techo, representa algo parecido a lo que pasó ayer: dos estocadas simultáneas, de la que ambos podrían no recuperarse. La guerra de los Fernández ya tiene dimensiones cinematográficas.
Aunque ambos quisieron mostrar autoridad, tanto él como ella dejaron en evidencia desesperación. La conclusión de ambas presentaciones públicas es que el diálogo, evidentemente, se rompió. Al menos hasta ayer. Si Cristina hubiera sabido lo que iba a decir Alberto, seguramente el contenido de sus líneas hubiera sido distinto. Y el presidente, que se apuró en tramitar una nota en Página/12 (porque sabía que CFK estaba escribiendo algo) también hubiera elegido otro tono. No el que utilizó.
En resumidas cuentas, la carta de Kirchner en su página personal, replicada en su Twitter, además de echarle la culpa al presidente y a su equipo de colaboradores por el mal desempeño electoral, deja en evidencia que, al fin de cuentas, quien decide es Alberto Fernández.
“Cuando tomé la decisión, y lo hago en la primera persona del singular porque fue realmente así, de proponer a Alberto Fernández como candidato a Presidente de todos los argentinos y las argentinas, lo hice con la convicción de que era lo mejor para mi Patria. Solo le pido al Presidente que honre aquella decisión… pero por sobre todas las cosas, tomando sus palabras y convicciones también, lo que es más importante que nada: que honre la voluntad del pueblo argentino”.
A pesar del apriete, de la amenaza y de marcarle la cancha de la peor manera, Cristina (al menos al momento de publicar la carta) temía que, como hizo ella, Alberto también patee el tablero. Es decir, que arme un gobierno sin ella, ni el kirchnerismo. Es por eso que, aunque la vice hizo gala de todo su poderío y prepotencia, finalmente le “pide” al presidente. Le guste o no, salga bien o mal, el mandatario es quien tiene la lapicera para elegir su gabinete y el rumbo de su gobierno. La desesperación dejó en evidencia su vulnerabilidad.
Pero lo mismo hizo Alberto…
Con la información que Cristina estaba por publicar algo (pero desconociendo el contenido), el presidente decidió hablar mediante el diario oficialista Página/12. Allí, a pesar de todas las humillaciones recientes, el varón de los Fernández mostró miedo y esbozó un intento de bandera blanca, tratando de retener un mínimo de dignidad. Sin eufemismos mandó un mensaje más que directo:
“Cristina me conoce, sabe que por las buenas me sacan cualquier cosa. Con presiones no”.
Resumiendo: el enfrentamiento y la pérdida de comunicación les hizo jugar una pésima partida de póker. Los dos se mostraron endebles y temerosos. Ella, reconociendo que, si Alberto quisiera, ella no puede hacer más que pedir, y él, demostrando que, a pesar de todo, estaba dispuesto a negociar. Paso en falso simultáneo y más daño para los dos. La guerra de los Fernández, por ahora, los está matando a ambos.