Con el inicio de la pandemia del coronavirus, los que entendemos un poquito del proceso de mercado pudimos ver la negación y el desconocimiento de los políticos para con el proceso de mercado de forma tan explícita, como pocas veces antes. Cuando se supo que el COVID-19 se transmitía como la gripe tradicional (y la gente comenzó a comprar barbijos), los referentes macristas y kirchneristas dijeron que no tenía sentido y le pidieron a las personas que no lo hicieran. Lo que había detrás de aquella situación, hoy tan lejana, era evidente: había pánico al desabastecimiento, y que los médicos se queden sin ellos.
No comprendían la capacidad de respuesta del sistema de precios y del libre mercado, que en nada de tiempo produjo los mismos de sobra. La misma negación e ignorancia respecto a la libre competencia, hoy les quita el sueño con el fenómeno Milei.
Si hay un mercado restringido en Argentina, además de muchos en el ámbito económico, ese es el de la política. Aunque “legalmente” los ciudadanos pueden agruparse libremente y participar en partidos políticos y competir en elecciones, lo cierto es que hacerlo es más difícil que abrir una empresa. Y eso que emprender en el país es más que complicado.
Los legisladores de todos los partidos votaron una serie de reformas electorales que limitan la competencia electoral y le cierran el camino a nuevos jugadores, salvo que existan fortunas detrás o surja un tsunami civil excepcional, como el que generó Javier Milei. Un fenómeno como el del economista libertario, que convocó a quince mil personas al cierre de campaña de las PASO, este fin de semana en el parque Lezama.
La casta política, como dice el candidato que acapara todos los flashes de estas elecciones, se venía manejando cómoda, de una manera evidentemente corporativa. El mainstream se representaba con un kirchnerismo, de supuesta centroizquierda, un macrismo, de un pseudo centroderecha (aunque ninguno de los dos espacios represente nada en lo concreto ideológicamente hablando) y una izquierda dura que contaba con sus bancas y espacios en diversos sindicatos. Todos pescaban cómodos en la pecera electoral argentina y se discutían los escuetos votos marginales que podían mutar entre esos tres espacios por cuestiones de moda o coyuntura económica.
No era evidente que era cuestión de tiempo para que apareciera otra cosa distinta. ¿Cómo no iba a surgir un candidato diferente, que encima pueda ofrecer el discurso de mayor compatibilidad con la Constitución Nacional? La indignación y la desorientación de las tres corporaciones que pierden un monopolio es total. Si algo parecen tener en común macristas, kirchneristas y socialistas por estos días es la cara de sorpresa (por no decir otra cosa) con las que miran anonadados las encuestas.
La competencia, que debe estar en el sistema democrático para que sea medianamente coherente y creíble, no es algo que los políticos tradicionales tengan que temer. Pero sí deberán tomar nota de una nueva demanda, si no quieren quedar expulsados de un mercado de futuro incierto, pero que definitivamente pide caras y discursos nuevos.
Al menos, el fenómeno Milei parece que ya les enseñó una importante lección de economía: la competencia no se trata solamente de ofertas que triunfan y dejan atrás a las obsoletas. La competición es tan virtuosa, que permite tomar nota y corregir, aunque hasta se trate de un único oferente. La mera posibilidad de un competidor desterrador, afecta hasta el hipotético monopolio natural, que puede perder su lugar de privilegio. Esas cosas las decía Milei cuando lo ignoraban. Ahora, lo atacan nerviosos y lo combaten torpemente. O toman nota ahora o quedarán absolutamente obsoletos.