Hace unos días en una columna de opinión de Infobae, el candidato de la izquierda Gabriel Solano dejó en evidencia la preocupación, indignación y enojo del campo socialista ante un fenómeno que viene creciendo: la identificación de los jóvenes argentinos con el liberalismo.
Es lógico el desconcierto del trotskismo, que sigue preso de un historicismo que falla desde la teoría. De la misma manera que las dictaduras del proletariado jamás pudieron evolucionar a la utópica sociedad sin clases, los comunistas argentinos ahora están aturdidos por otro error de cálculo, y piensan: ¿Si fracasó el kirchnerismo, y también el macrismo, cómo puede ser que no seamos nosotros, los dueños de la verdad revelada, los que capitalicemos el desencanto? Bueno, es que lo cierto es que no son dueños de ninguna verdad (todo lo contrario) y sus premisas marxistas y hegelianas no son más que pretenciosas fórmulas fracasadas a lo largo de la historia sin respaldo científico alguno.
Para empezar, lo primero que se le puede decir a los que profesan estas ideas es que se la aguanten. Nosotros, los liberales, nos aguantamos una hegemonía abrumadora de la ideología colectivista durante años. Incluso desde el menemismo “neoliberal” que la izquierda monopoliza la moral en Argentina. Las ideas socialistas primaron en la academia, en los medios, en los ámbitos universitarios, en todos lados. Fuimos, durante décadas, parias conceptuales en un ecosistema hostil.
Hoy parece que la torta se da vuelta. Pero que esto no se lea como una venganza o una amenaza, todo lo contrario. Para el liberalismo el principio fundamental es el respeto irrestricto al prójimo, por lo que nadie sufrirá ninguna de las censuras y agresiones que sí sufrimos nosotros. Eso sí, ahora tendrán que explicar en cada foro, cada discusión y cada debate, las aberraciones y los millones de muertos que generó el marxismo aplicado alrededor del mundo. Seguramente esto sirva para enriquecer el debate.
Sin embargo, aunque con el socialismo estamos en las antípodas ideológicas, los libertarios tenemos algo en común con los trotskistas. Al igual que nosotros, ellos parecen ser los únicos interesados en discutir ideas. Tanto el macrismo como el kirchnerismo representan la nada misma y la discusión con sus voceros es limitada. Lamentablemente, la opinión pública en su mayoría sigue comprando una falsa grieta que nada propone más que la antinomia con respecto al socio-rival. Después de los desastres de ambas gestiones, lo único que garantiza la supervivencia del macrismo es el kirchnerismo y viceversa.
En su artículo, Solano confunde su opinión (mejor dicho, sus deseos) con los hechos y cae en demasiadas falacias imposibles de refutar en una breve columna, por lo que me limitaré a discutir tan solo un par. Él plantea que ser “libertario capitalista” es un oxímoron. Como imagina las cadenas en un sistema de libertad de mercado (donde los izquierdistas consideran que reina la explotación), el candidato socialista quiere dar a entender que los “libertarios” son ellos. Pero no hace falta mucho para darse cuenta que su modelo es el que requiere la coerción permanente. Sin el monopolio de la fuerza, ¿cómo piensa garantizar todas sus políticas? El liberalismo, basado en la libertad de asociación, limita al Estado al rol del gendarme y garante del cumplimiento de contratos y acuerdos entre particulares, individualizados o asociados libremente. Ese modelo, más allá de sus virtudes y defectos, funciona con libertad. El que propone Solano no. Pero lo que más le cuesta aceptar a la izquierda es que en los países que más se acercan al primer modelo, los trabajadores, que ellos pretenden representar, viven mucho mejor que en los segundos. Claro que teóricamente los libertarios le encontramos muchísimos defectos a países como Estados Unidos, Canadá o Nueva Zelanda. Las políticas migratorias, la legalización de las drogas, libre tenencia de armas, eliminación de la banca central y ministerios de educación, los liberales libertarios siempre queremos más. Sin embargo, los modelos terrenales más cercanos a lo que proponemos, funcionan mucho mejor que Cuba, Venezuela, o lo que más se acerca a lo que ellos proponen.
Pero si vamos a un modelo teórico de extremismo ideológico, la imposibilidad del libertarianismo socialista se hace todavía más evidente. Por más que nos cueste imaginar un modelo de anarcocapitalismo, el mismo no presenta grandes fisuras a simple vista: justicia privada, seguridad privada, salud y educación abastecidas por el mercado y caridad voluntaria. Aunque los liberales consideremos que este modelo es más moral, no tiene contradicciones existenciales. Ahora, vamos al anarocomunismo. Imaginemos que se logra abolir al Estado y también a la propiedad privada. También hagamos el esfuerzo imposible de suponer que se logra colectivizar absolutamente todo (decir los “bienes de producción” en un mundo moderno, donde el capital es la cabeza, ya ni tiene sentido). ¿Qué pasará cuando surja el primer intercambio o apropiación de una nueva creación o producción? Si se permite que esto suceda, se termina con la igualdad del comunismo, si se reprime, se hará en nombre de la organización social, por lo se termina con el componente “anarco”.
Aunque hasta el momento el anarquismo de izquierda haya sido más popular que el anarcocapitalismo, de la misma manera que el socialismo está fallado desde la teoría (ya que si abolimos la propiedad nos quedamos sin precios, por lo tanto, la asignación de recursos es imposible y mucho más mediante un ente centralizado) el único oxímoron aquí es el libertarismo de izquierda. La imposibilidad es científica e irrefutable. Por eso todos los experimentos comunistas terminaron exactamente igual: dictadura política y escases absoluta de bienes y servicios en la economía.
En otro segmento, Solano hace referencia al supuesto secreto inconfesable de los liberales, que pretendemos arancelar la salud y la educación, supuestamente en detrimento de los pobres. Aunque en estas elecciones esto no sé si forma parte de las plataformas de Milei, Espert o López Murphy, desde el liberalismo, en lugar de esquivarle a la cuestión, estamos más que dispuestos a discutir estos asuntos. La intervención gubernamental hace que las propuestas privadas de salud y educación sean inaccesibles para muchas personas por las regulaciones que solo permiten operar en el mercado a grandes empresas. Si esos ámbitos se desregularan al máximo, los precios caerían considerablemente. ¿Por qué una maestra no puede educar a 5 o 6 chicos en su domicilio si quisiera? ¿Por qué no podemos contratar un seguro de salud, solamente con los servicios que precisamos? Lo que ofrece la Argentina en materia de salud y educación “privada”, no tiene nada que ver con el libre mercado. Son negociados de grandes corporaciones beneficiadas por el Estado en detrimento de miles eventuales competidores que no pueden entrar al mercado a competir.
En el ámbito estatal, también hay muchas propuestas interesantes, que varias socialdemocracias del mundo abrazaron con éxito. Financiar con fondos públicos la demanda en lugar de la oferta, como proponía Milton Friedman y sus vouchers, sería garantía de mejores servicios, para las personas que no pueden afrontar el sector privado. Mayor competencia y recursos aplicados efectivamente. Sin embargo, el capricho de la planificación centralizada de la izquierda, sigue condenando a los más pobres a pésima salud y educación, de la mano de las entidades estatales.
Finalmente, Solano menciona la experiencia “nacional socialista” de Hitler, como ejemplo de definiciones engañosas, como supuestamente hacemos los “libertarios capitalistas”. Debería saber el candidato de izquierda que el nazismo despreciaba al liberalismo más que al mismo comunismo. Aunque los socialistas no lo asuman, el nazismo pertenece a su familia ideológica, no a la nuestra. Es decir, al colectivismo. Esa ideología que se convirtió en genocidio donde se instaló, ya sea en nombre del proletariado, de la nación, de la religión o de la raza aria. Nada de esto puede tener lugar cuando se piensa las organizaciones políticas desde el individualismo metodológico. Aunque los trotskistas argumenten que ellos fueron también víctimas de Stalin, lo cierto es que, inevitablemente, más allá de las intenciones que tengan, su modelo termina inevitablemente en el déspota. Son los incentivos que genera su marco conceptual. Pasó desde la revolución rusa hasta el engendro chavista en Venezuela.
A más de un siglo de experimentos socialistas alrededor del mundo, sobran los motivos para festejar que el rótulo libertario sea el asociado finalmente a la economía de mercado y para celebrar también que sea la bandera de los jóvenes que quieren vivir en libertad.