Carretillas de papeles para comprar pan, niños jugando con pilas de “dinero” y paredes empapeladas con billetes son solamente algunas de las imágenes que vienen a nuestra mente si pensamos en la hiperinflación de la Alemania de los veinte. Allí, en el viejo mundo, finalmente comprendieron algo de teoría monetaria básica. Países como Grecia y Portugal, decidieron corregir sus excesos de forma ortodoxa, antes de evaluar abandonar el corset del Euro.
En Argentina la cosa es distinta. La última hiperinflación es más fresquita (1989-1991), pero aún no hemos aprendido nada. El desastre es tal, que hasta un exviceministro de Cristina Fernández de Kirchner hizo pública una durísima advertencia muy gráfica. En este caso, se trató de Emmanuel Álvarez Agis, quien se desempeñó como viceministro de Economía de Axel Kicillof en la segunda presidencia de Cristina Kirchner (2011-2015).
Sin embargo, desde que comenzó la nueva gestión del Frente de Todos, sus críticas con respecto a la poca sustentabilidad del modelo fueron lapidarias. En las últimas horas, el economista dijo que, si no se le encuentra “una solución razonable a la devaluación del peso y a la inflación”, en Argentina “vamos a usar los billetes de 1000 pesos para empapelar paredes”. La asociación al desastre monetario ocurrido en la República de Weimar entre 1921 y 1923 es absolutamente inevitable.
En la actualidad, el billete de mayor valor en Argentina es el de 1000 pesos. Esta cantidad, en el mercado libre, equivale a cinco dólares. Es decir, ya hay muchísimos productos básicos en el país que no se pueden comprar con esta cantidad de dinero. El Banco Central debería considerar nuevas opciones de más alta denominación, pero como ocurrió en el primer kirchnerismo, las autoridades pretenden vivir en una negación.
Hasta que asumió Mauricio Macri, el billete de 100 pesos era el de máximo valor, pero ya para entonces, como ocurre ahora con los demás que sacaron posteriormente, no compraba prácticamente nada. En la gestión de Cambiemos llegaron las versiones de 200, 500 y 1000, pero la constante devaluación de la moneda los liquidó en cuanto a su poder adquisitivo.
La última medición de junio, arrojó una inflación del 3 %. De esta manera, Argentina ya alcanzó el 29 % acumulado en los primeros seis meses, que el Gobierno pensaba tener para diciembre. El año electoral no ayuda a las necesidades de una gestión cuestionada, que apela cada vez más a la emisión monetaria para socorrer a un Tesoro en rojo. El final de la historia ya lo conocemos. En todo caso, la única pregunta que cabe hacerse es ¿cuándo?
Mientras tanto, el kirchnerismo sufre el fuego amigo de un economista que militó en sus filas y encendió las alarmas con una eventual analogía con la Alemania de los veinte, que fue la antesala del nacionalsocialismo.