Desde 2013, la Asamblea General de las Naciones Unidas designó al 30 de julio como el “Día Mundial Contra la Trata de Personas”. Ante la necesidad de “concientizar sobre la situación de víctimas del tráfico humano y para promocionar y proteger los derechos”, los países miembros desarrollan en estas jornadas diversas iniciativas de visibilización de un drama inaceptable e incompatible con la dignidad humana. Sin embargo, lejos de analizar el problema desde una perspectiva inteligente, se insiste con propuestas absolutamente contraproducentes. Lamentablemente, los voceros de esta noble y necesaria causa, se niegan a reconocer que la única solución lógica es la prostitución libre.
Como ocurre con la lucha contra el narcotráfico, los supuestos interesados en desterrar el drama se equivocan en su enfoque, partiendo de una premisa voluntarista y errónea. Al prohibir la producción y la distribución de ciertas sustancias no se elimina el consumo. Todo lo contrario. lo único que hacen es ponerlo en manos de las mafias.
En el caso de existir la demanda —hecho que es comprobado, público y notorio— en lugar que haya una oferta que abastezca y se mueva en el mercado abierto, legal y formal, su distribución, así como comercio quedan en manos de grupos delictivos. Las externalidades negativas de este proceso son múltiples: la pésima calidad del “producto”, con una composición cada vez más adictiva y destructiva, los sanguinarios enfrentamientos entre los grupos delincuenciales por el manejo del territorio y la corrupción de los sistemas políticos, judiciales y policiales, que sucumben ante las multimillonarias tentaciones que ofrece el poder narco a cambio de protección.
Cabe destacar que estos dramas no solo son relativos a lo tipificado como “droga”. Toda la problemática comienza con el War on Drugs impulsado por Estados Unidos en el siglo pasado. Increíblemente, a pesar de haber aprendido todas las lecciones con la ley seca —a diferencia de aquella— esta supuesta “guerra contra las drogas” se mantiene, generando los mismos problemas. El más dramático es el de los muertos, sin dudas.
Lo que podría entrar en esa clasificación de narcóticos o sustancias que crean adicción existen desde que el mundo es mundo. Los fumaderos de opio, como se dice en Argentina, son “más viejos que la escarapela” y hasta no hace mucho tiempo, la cocaína se compraba en las farmacias. Las menciones a esta época existen hasta en los tangos de Carlos Gardel.
Cuando el consumo de estas drogas pertenecía a una elección personal, no solamente no existía la corrupción política, judicial y policial antes mencionada, sino que tampoco morían los adictos, de “sobredosis”, que no son más que lisas intoxicaciones mortales. Sí fallecía la gente por el licor de pésima calidad y nulos controles bromatológicos cuando —como ocurre con los estupefacientes en la actualidad— lo abastecían las mafias durante los años de la ley seca. La analogía es perfecta y absoluta. Solamente hace falta que la gente abra los ojos. Claro que, de ir en esta dirección, se terminan muchos negocios. El de los narcos y el de los funcionarios corruptos.
En el mundo de la prostitución, claro que hay mujeres que eligen ese oficio por voluntad propia y en libertad. Sin embargo, como vemos por todos los casos que salen a la luz en estas jornadas de concientización, existen las redes que mantienen a muchas personas cautivas, a las que someten a la más terrible explotación sexual. Aunque se insista con la consigna equivocada de “sin clientes no hay trata”, como para terminar con este problema, el lema debería ser otro muy distinto: “Sin prohibición no hay mafias, ni trata”. Pero los grupos feministas que llevan la voz cantante, insisten con esa perspectiva equivocada, que no solo no solucionará el problema, sino que garantizará su continuidad.
Paradójicamente, este feminismo de izquierda también es profundamente anticapitalista. En el fondo desprecian al mercado en general. Aunque cuestionan la prostitución como oficio, en realidad están en contra del libre juego de la oferta y la demanda. El problema insalvable que tiene su argumento, es que en los países donde prima el modelo político y económico que ellos defienden, la gente se prostituye para cubrir sus necesidades básicas. El caso de Cuba, con un Estado que hace la vista gorda, todo se ve a simple vista: la dictadura comunista, eficiente a la hora de la represión y el control social de disidentes, mira para otro lado ante esta cuestión. Es que el ingreso en dólares que consiguen las “jineteras” por parte de los “gringos” permite la subsistencia de las familias enteras.
Pero lo que tampoco reconocen las feministas de izquierda, es que, en los países más libres y capitalistas, las prostitutas ejercen su histórico oficio, no solamente en libertad, sino en un marco de mayor salubridad y seguridad. En los lugares donde este es un oficio más, que se ofrece en un marco de libre mercado, si a un cliente se le ocurre violentar a una trabajadora sexual, un simple botón (de los tantos que ellas tienen disponibles en sus lugares de trabajo) le garantizarían al abusivo una mala experiencia a mano de los robustos hombres de seguridad.
Las problemáticas del narcotráfico y la trata de personas, son dos casos que dejan en evidencia que, más allá de las intenciones, hacen falta soluciones lógicas e inteligentes. Abogar por mantener estas dos restricciones, no hace otra cosa que permitir la subsistencia de las mafias que, además de destruir la vida de muchas personas, corrompen los estamentos del Estado, perjudicando, aunque no se perciba, a la totalidad de la ciudadanía.