En la madrugada del 28 de junio de 1969 tuvo lugar una redada policial en el pub Stonewall Inn, ubicado en el Greenwich Village, Nueva York. El operativo generó varias manifestaciones espontáneas en repudio, donde se registraron diversos episodios de violencia. Los convocados en aquella oportunidad denunciaron que existía un “sistema” que perseguía a las personas de diferente orientación sexual. Aquel acontecimiento histórico dio fecha a lo que hoy se conoce como el “Día Internacional del Orgullo LGBT” (lesbianas, gais, transexuales y bisexuales). Desde aquella época el Stonewall Inn es Monumento Nacional en los Estados Unidos.
Sin embargo, una reivindicación que a simple vista parece absolutamente compatible con el liberalismo, la diversidad y la individualidad, aparece cuestionada. Espacios “liberales-conservadores” miran el movimiento con sospecha y vemos cómo la causa LGBT aparece empapada de simbología socialista. ¿Contradicciones? Varias.
El movimiento gay y el socialismo
Aunque en la actualidad un espacio de la incipiente juventud libertaria comienza a reclamar la bandera de la diversidad sexual como causa liberal, lo cierto es que hasta este momento el movimiento en cuestión ha sido absolutamente cooptado por la izquierda. No es extraño ver en las marchas del Día del Orgullo estandartes socialistas y banderas del “Che” Guevara entre los participantes.
Lo curioso es que a pesar de que la mayoría de las personas que se convocan en estas manifestaciones no tengan un perfil político claro o una posición concreta con respecto al socialismo, la izquierda prácticamente se ha apoderado del tono ideológico de la causa.
Claro que la presencia socialista en las manifestaciones en defensa de la diversidad sexual es un absurdo total. Las expresiones políticas de la izquierda han usado como “Caballo de Troya” al movimiento gay impunemente, así como lo han hecho con el feminismo y las reivindicaciones de los “pueblos originarios”. No solo porque la causa homosexual jamás haya sido trascendente para el socialismo. Peor. Todos los experimentos comunistas han perseguido cruelmente a los homosexuales, tal como sucede actualmente en las teocracias islámicas. Dicho sea de paso, nada de las aberraciones que ocurren contra homosexuales son visibilizadas por la izquierda en las “marchas del orgullo”. No importa las decapitaciones, los ahorcamientos o que arrojen personas atadas a una silla desde los edificios más altos. El silencio ante estas atrocidades muestra lo que se esconde detrás de la supuesta apertura del socialismo en Occidente.
Muchas personas gais viven su sexualidad y su vida afectiva en su privacidad y no tienen deseos de manifestarse políticamente en muestras de “orgullo”. Otros, en reivindicación de persecuciones de otros tiempos, y en contra de prejuicios actuales, deciden salir con la bandera del arcoíris a manifestarse. Ambas cuestiones son absolutamente respetables. Lamentablemente, la presencia socialista y la simbología de izquierda en estas marchas no hace otra cosa que dejar en evidencia una descomunal contradicción. Que en las marchas del orgullo gay haya una imagen del Che Guevara es tan absurdo como que en una fiesta judía haya una foto de Adolfo Hitler.
Para el que piense que la comparación es desmedida, no tiene otra cosa que investigar en la historia y conocer la verdad de los campos de trabajo forzado en Cuba, cuando el comunismo de los Castro y Guevara consideraba que un homosexual no era compatible con el “hombre nuevo” que ellos requerían.
Las reivindicaciones y la compatibilidad con el liberalismo
La piedra fundamental del liberalismo es el respeto al individuo y a su plan de vida. Más allá de las diferentes posiciones entre libertarios, anarcocapitalistas y liberales clásicos con respecto al Estado y otras cuestiones, toda la familia liberal coincide en que los ciudadanos son iguales ante la ley. Todas las acciones de los individuos que no afecten a terceros pertenecen al ámbito privado y el aparato gubernamental no debería tener ninguna interferencia.
Aclarando este punto, no queda mucho para discutir en cuanto a la libertad sexual, al matrimonio o la adopción por parte de personas del mismo sexo. Para el liberalismo no hay privilegios y corre para todos la misma responsabilidad.
Más allá de estas cuestiones, en la actualidad, la agenda LGBT, seguramente por la influencia de la izquierda, trae consigo varias consignas antiliberales. Desde que el mundo avanza a un grado de mayor tolerancia con la aprobación del matrimonio gay en muchísimos países, las organizaciones nucleadas en la colectividad homosexual han avanzado en una agenda de discriminación positiva.
Uno de los temas que es discutidos por estos tiene que ver con la necesidad de “cupos”. Ya no solamente para la mujer (otra imposición antiliberal), sino para personas transexuales. Para el pensamiento liberal es claro que una persona decide contratar y vincularse con la persona que quiera, e inclusive tiene todo el derecho del mundo a discriminar. Aunque a los referentes de lo “políticamente correcto” les inquiete, todos discriminamos todo el tiempo y es normal. Ellos lo hacen constantemente y a base de prejuicios.
Como se mencionó anteriormente, el Estado es el ente que no debe discriminar. Pero si un pastelero (mencionamos este caso ya que es debate constante) decide no vender sus productos a una boda de dos personas del mismo sexo, está en todo su derecho. Lo mismo corre para las instituciones religiosas y otros privados. Lamentablemente, los países y sus leyes han pasado de la homofobia a un nuevo tipo de intolerancia. En Buenos Aires, hasta hace unos años, los hoteles tenían prohibido permitir el ingreso a parejas del mismo sexo. Hoy, avalar su ingreso es obligación. Esto atenta contra la propiedad privada.
Más allá de lo cuestionable que puedan ser estas actitudes dentro del sector privado, el derecho de estas personas a su propiedad y al fruto de su trabajo es tan respetable como el proyecto de vida que indigna a estos personajes en cuestión.
Cuando surja una duda sobre alguna situación y su compatibilidad con el liberalismo, hay una pregunta que no falla: ¿esto está forzando a alguien a hacer algo que no quiera? Si no hay nadie haciendo alguna cosa en contra de su voluntad o no se está impidiendo a una persona que realice alguna acción que no afecta derechos de terceros, es compatible con el liberalismo. Si hay algún tipo de coerción, algo no cierra.