Es impensable que un hombre de estas características pueda obtener el primer lugar en una elección presidencial. Pedro Castillo no puede hilvanar ni una frase entera dignamente, aunque sea para repetir una de sus trilladas ideas populistas básicas, donde la palabra “pueblo” se repite hasta el hartazgo absoluto.
Nicolás Maduro a su lado parece un florido juglar, a pesar de los pajaritos y la multiplicación de los penes. Ni hablar de un Hugo Chávez, que con relación a Castillo, hasta podría haber sido considerado un “intelectual”. Alberto Fernández, si lo comparamos con el maestro y sindicalista devenido en candidato presidencial, directamente es Jorge Luis Borges. Y ni hablar a la hora de comparar la oratoria de este sujeto con una Cristina Kirchner. Si todos estos personajes han sido nefastos para las historias de Argentina y Venezuela, imposible considerar otro escenario para el Perú que el de una tragedia total si este señor se convierte en presidente.
Si un país de la región está al borde del precipicio, creo que es momento de dejar de lado las expresiones políticamente correctas. Por cuidar las formas, Perú podría caer automáticamente bajo las garras de la inteligencia cubana y venezolana, ante un eventual presidente que, seguramente, no tenga idea de hasta donde llegó. Hay que decir que, no hace falta más que escucharlo hablar dos minutos, para darse cuenta de que Pedro Castillo, además de una escandalosa nulidad conceptual, tampoco parece ser demasiado despierto. La colonización total de un gobierno suyo por parte de Caracas y La Habana sería más simple que quitarle un dulce a un niño.
Los candidatos populistas, que por desgracia ganan elecciones y llegan al poder, utilizan dos caminos para triunfar electoralmente. O esconden y matizan sus verdaderas intenciones, como cuando Chávez juraba no tener en sus planes expropiar empresas, o los que dejan en claro lo que van a hacer, pero que las propuestas concretas se solapan por una retórica florida, como en el caso de Cristina. Castillo no hace ni una cosa ni la otra. Propone abiertamente un estatismo retrógrado y titubea cuando le piden una mínima definición concreta sobre las herramientas que utilizaría para llevar a cabo su absurdo socialismo. Sus medidas y justificaciones son tan infantiles que harían sonrojar hasta a las últimas generaciones de burócratas soviéticos.
En un mano a mano con Diego Acuña, Pedro Castillo demostró, entre tantas cosas, que no tiene la más pálida idea de lo que es un monopolio. Ya ni hablamos sobre el debate económico sobre los tipos de monopolios y las políticas públicas que proponen desarticularlos. A ver si entendemos. ¡No es ni siquiera una cuestión técnica o ideológica! Este señor no tiene la más pálida idea de lo que es un monopolio. Para él, los comercios y las tiendas son “monopólicas”, por lo que se necesita un Estado regulador. El mismo, promete, bajo su gestión, estará a cargo de funcionarios que piensen en el pueblo. Cuando el periodista le preguntó sobre la aplicación concreta de las medidas que propone, su ignorancia abrumadora dejó en evidencia que ni siquiera conoce los organismos de control del Estado peruano, ni las bases imponibles sobre las que piensa aumentar los impuestos. El fundamento técnico, ideológico y filosófico de su plan de gobierno es que el Ibuprofeno sale caro.
Al lado de este señor, cualquier adolescente argentino con acné del Partido Obrero es Marx y Engels juntos.
Cuando lo increpan por los históricos fracasos socialistas a lo largo de la historia, Castillo repite una inocente respuesta, que sería cómica hasta para un militante izquierdista de base, pero que es preocupante para un hombre que podría llegar a ser presidente. Resulta que el problema, para él, no era el sistema. Lo que falló es que todas las burocracias estatistas, de todos los proyectos socialistas, pensaron en ellos mismos y no en los intereses del pueblo. Con él, van a pensar en el pueblo. No es un chiste ni tiene remate.
Es lógico y comprensible que los peruanos puedan tener reparos con el candidato que obtenga el segundo lugar y dispute el balotaje. Dado que hay poca distancia entre el eventual segundo, con el tercero y el cuarto, lo más lógico es que estas fuerzas dejen de un lado las ambiciones personales y preparen una coalición patriótica de Gobierno conjunta. Pensar en una presidencia de Pedro Castillo pone los pelos de punta. Le queda grande su cargo de maestro y de referente sindical.