De las primeras vacunas que empezaron a dar vuelta por el mundo, la rusa Sputnik V fue una de las más polémicas. Las alianzas geopolíticas de Moscú, asociadas a la distribución inicial, sumado a la falta de información sobre las virtudes del compuesto, hicieron que mucha gente desconfíe del orgullo postsoviético de Vladimir Putin, que ni se la había aplicado al principio.
En Argentina, los manejos poco claros del Gobierno del Frente de Todos hicieron que el país quede atado de pies y manos con la Sputnik V, ya que el resto de los laboratorios privados no aceptaba los absurdos requisitos del Estado nacional. Uno de ellos es que Aerolíneas Argentinas monopolice los fletes internos y externos. Un delirio. Las primeras encuestas revelaron que, de poder elegir, los argentinos en su gran mayoría preferían las otras opciones por sobre la dosis rusa.
Ante la desconfianza generalizada (la oposición llegó hasta a denunciar al presidente por “envenenamiento” ante la aplicación masiva sin respaldo científico adecuado), Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Axel Kicillof se vacunaron como para tratar de llevar certidumbre a la población. Sin embargo, nada cambio hasta que The Lancet publicó que la Sputnik V tenía un nivel de eficiencia de casi un 92 %. Ahí comenzó a crecer la confianza y Alberto sacó el pecho, victimizándose por las acusaciones que recibió su Gobierno en un primer momento.
Pero el invento ruso sufrió un duro cachetazo ante la opinión pública, cuando Fernández reconoció que dio positivo, luego de haber levantado temperatura el día de su cumpleaños, el fin de semana pasado. El presidente había recibido las dos dosis en tiempo récord, a pesar de haberle dicho a la opinión pública que una ya “inmunizaba bastante”.
En Moscú cayó muy mal la noticia, por lo que Putin decidió enviar una comitiva discreta para analizar la situación de cerca, decisión que no le gustó nada a la ministra de Salud, Carla Vizzotti. Pero, de la misma manera que Alberto no le dice nada a Cristina, Argentina no le dice nada a Rusia. La cadena de mandos es clara y cada uno sabe a quién le tiene que rendir cuentas.
Pero resulta que el fallido a nivel de anticuerpos del Jefe de Estado no fue el único traspié público de la Sputnik V en Argentina. La jueza más famosa del país, María Servini, también se contagió de coronavirus, a pesar de haber recibido la primera dosis de la “vacuna” rusa, que evidentemente del todo no “vacuna”. La paciente, encargada del Juzgado Electoral, tiene 84 años y, afortunadamente, transita la enfermedad con síntomas leves y su vida no corre peligro.
Servini, a pesar de haber sido vacunada en el predio de La Rural el mes pasado con la primera dosis, tuvo un malestar, producto de un dolor de garganta, tos, estornudos y cansancio desde la semana pasada. La famosa jueza, nombrada al inicio del mandato de Carlos Menem, se encuentra a cargo de la Justicia en el ámbito electoral en la Capital desde 1991.
Varios miembros de la familia de Servini dieron positivo desde el inicio de la pandemia, pero sin grandes complicaciones. Aunque las “vacunas”, al menos la rusa, estén mostrando reiterados casos de falibilidad, lo cierto que los pacientes famosos también visibilizan otras cuestiones. A pesar de su avanzada edad, con sus 84 años, la funcionaria judicial seguramente superará la enfermedad sin mayores sobresaltos.