Jorge Asís denominó al espacio en su conceptualidad como “peronismo perdonable”. En épocas de COVID-19, podríamos decir que se trata de una “cepa” justicialista más benévola que la del peronismo kirchnerista, que rompe todo lo que toca. Un espacio político que busca seducir en cada elección al votante minoritario, pero existente, que vive por fuera de la tradicional grieta.
A lo largo de los años, este peronismo tuvo distintos representantes, como Sergio Massa, que terminó nuevamente al lado de los Kirchner a pesar de sus juramentos públicos registrados en archivo. El problema es que, tarde o temprano, eventualmente todos terminan confluyendo en el mismo espacio, o brindando solapados apoyos para aprobar nefastos proyectos.
Así lo hicieron en más de una oportunidad los diputados que responden a Roberto Lavagna, que no se sabe a ciencia cierta si son oficialistas u opositores. Es que, a fin de cuentas, ese es su negocio. Cuando hay que venderse ante la opinión pública para conseguir las bancas, lo hacen como una “oposición responsable”. Pero luego aprovechan esos votos para negociar con el gobierno, que tiene que apelar a ellos para que les aprueben las locuras que proponen, o para que simplemente se sienten en las bancas cuando los legisladores de Juntos por el Cambio buscan presionar con la falta de quórum.
Esta mañana, Lavagna supo llamar la atención de los medios cuando pidió, con mucho sentido común, la boleta única de papel. El economista aseguró que este sistema reduciría considerablemente la posibilidad de fraude en todo el país. Tiene razón. Pero como buen peronista, demostró que no dan puntada sin hilo.
Extraña vocación de cierta dirigencia local por discutir cuestiones menores para no enfrentar temas de fondo. Discuten fecha de las #PASO pero no aceptan el uso de BOLETA ÚNICA PAPEL, que es la mejor forma de reducir las posibilidades del fraude electoral.
— Roberto Lavagna (@RLavagna) April 5, 2021
Horas más tarde, publicó una foto con Florencio Randazzo, con el que compartió un almuerzo este mediodía. “Profundizamos nuestras coincidencias en temas prioritarios para el país”, escribió el exministro de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner. La señal es clara: los “justicialistas civilizados” buscarán consolidar una variante electoral para este año, alejada de lo que plantea el kirchnerista Frente de Todos y la oposición cambiemita.
El problema es que las próximas elecciones son demasiado trascendentes. Aunque suene rara la idea de una victoria apabullante del oficialismo, dada la paupérrima situación económica, un eventual triunfo del Frente de Todos puede ser catastrófico. El viejo anhelo del kirchnerismo duro es la reforma constitucional, pero nunca tuvieron los votos suficientes, gracias al cielo. En la coalición actual, el espacio de Cristina Kirchner ha copado la parada y maneja la batuta a su gusto. El albertismo y el massismo que supuestamente serían el contrapeso interno ha sucumbido a la locura de CFK y compañía.
Aunque la oposición, además del macrismo, tenga diferentes matices (desde la izquierda trotskista al frente liberal que debutará en las urnas), más allá del gusto y preferencia de cada uno, hay una cuestión prioritaria, más allá de todo. Que los diputados y senadores entrantes no estén dispuestos, bajo ningún punto de vista, a votar en ninguna circunstancia, alguna reforma constitucional o judicial pedida por la vicepresidente.
Y lo cierto es que ante este imperativo categórico fundamental y fundacional, cada legislador peronista que entre por la “tercera vía” de Lavagna y Randazzo, no ofrecerá ninguna garantía. Es más, en todos los distritos, más de un candidato, de esos colados que entran gracias la lista sábana, estarán evaluando por cuál de los dos frentes compiten. El riesgo es demasiado alto como para confiar en un espacio que, más allá del discurso que presente, tiene un pasado que lo condena.