Alfredo Cornejo, dirigente radical y exgobernador de la provincia, fue el que puso el tema en la discusión pública el año pasado. Reconoció, sin muchas vueltas, que para Mendoza no es negocio ser parte de la República Argentina. Lo cierto es que tiene razón. Se trata de una de las provincias más productivas que, además de financiar los feudos peronistas mediante la coparticipación, tiene complicaciones para exportar sus excelentes productos al mundo, por la obstinación proteccionista nacional.
Si Mendoza se libra del yugo en el que se convirtió Argentina, su potencial no conoce de límites. Con el tema en debate desde hace meses, pero sin nada en el mundo concreto, recién ahora la discusión comienza a tomar otro color. Resulta que un diputado propuso un proyecto para que, en las próximas elecciones, los mendocinos se manifiesten al respecto. La pregunta que propone consultarle a sus comprovincianos es la siguiente: “Ser argentino” o “Dejar de serlo”.
“Quienes deben dirimir si Mendoza es Argentina o no, debe ser el pueblo mendocino. Los dueños de la provincia tienen que dejar de hablar por la ciudadanía de a pie, y enfrentarse a la decisión que tome el pueblo soberano”, señaló el legislador José Luis Ramón. Para el diputado “ser mendocino es una identidad en sí misma”.
Como era de esperarse, el kirchnerismo salió con los botines de punta. El presidente del Partido Justicialista de la provincia, que responde a Cristina Fernández, Guillermo Carmona, arremetió contra Cornejo, al que considera como autor intelectual de la movida del “MendoExit”. “El pequeño demagogo de la Pampa Seca anda fomentando un separatismo berreta”, manifestó.
¿Malbec importado?
Aunque nos disguste la idea de ir al supermercado para comprar un malbec mendocino, teniendo que verlo con etiqueta de importación y pagándolo más caro por los eventuales nuevos impuestos, lo cierto es que la indignación del sector productivo con el centralismo político es más que razonable.
Aunque los voceros del populismo se llenen la boca, acusando de “antipatrias” a la gente que se niega a trabajar para el Estado Nacional, lo cierto es que nadie quiere producir para darle todo el fisco. Es más, si ampliamos la imagen, vemos que los nacionalistas patrióticos son, justamente, los que viven del trabajo ajeno. Ojalá todo esto sea un llamado de atención y Argentina vuelva a ser lo que fue. Sin las virtudes de la tecnología, para 1895 el país era el más rico del mundo. Las posibilidades de hoy son infinitas.
Pero la clase política en general tiene que entender que todo tiene un límite. El saqueo fiscal no será tolerado por siempre por los sectores productivos que, tarde o temprano, mostrará los dientes. En materia individual, la “Rebelión de Atlas” empezó hace mucho. Muchísimos talentos decidieron emigrar y muchos otros, que continúan aquí, decidieron trabajar solamente para sobrevivir, y en piloto automático, evitando los dolores de cabeza del emprendedurismo imposible en el territorio nacional.
Aunque pueda doblegar voluntades individuales, el populismo saqueador tendrá problemas con las provincias, cuya riqueza está vinculada con el “terruño”. Si Mendoza dice “adiós”, ¿San Juan seguiría sus pasos? Tucumán con sus limones, litio e ingenios podría pensar que la salida es un buen negocio para ellos también. Ni hablar de las provincias petroleras del sur. Como porteño tampoco tengo demasiados problemas para imaginarme a la Ciudad Autónoma como una Luxemburgo latinoamericana. La idea de todo esto, que por ahora sigue siendo bizarro y lejano, pero que comienza a discutirse, me remite al gran Tato Bores, que sugería la desaparición argentina en el mundo de la comedia hace tres décadas. ¿Habrá sido profético el gran cómico nacional?