Treinta días sin Facebook. No está mal después de todo. Un poco de vacaciones y un límite a un vicio que a veces me consume demasiado tiempo al día, sin representar ninguna capitalización intelectual que lo amerite. Pero el motivo por el cual me quitaron la cuenta esta vez, para decirlo en términos académicos, me rompió demasiado las pelotas.
Es que la estupidez de lo políticamente correcto llegó a un punto donde, no solo ya perdimos la libertad de expresarnos como queremos, sino que ahora tampoco podemos combinar ciertas palabras. Ni siquiera para citar a otras personas, las que pueden estar en las antípodas de nuestro pensamiento. No alcanza con entrecomillar el comentario. El castigo del “robot” que rastrea la combinación de palabras es implacable y la auditoría humana no tiene ningún interés por llegar a un mínimo de “justicia”, si se permite el término.
¿Qué pasó ahora para que me saquen el Facebook por un mes? Me decretaron antisemita, judeofóbico o antijudío, o como quieran decirme. Mi “lenguaje” supuestamente incita al odio, en esta oportunidad, contra el pueblo elegido, del que paradójicamente (y afortunadamente) soy miembro. En realidad, soy agnóstico en materia de creencias, pero por las dudas siempre está bueno tener carnet que me legó mi madre. Es vitalicio, no como el de Hebraica, del que hace años que no tengo la cuota al día.
El malentendido surgió de una discusión musical. Un amigo denominó como “Dios” a Eric Clapton en un posteo, por lo que yo le comenté con mi opinión: “Overrated”. Es decir, sobrevalorado. Probablemente debería comenzar a cumplir con ciertas normas judaicas. Como me costaría abandonar el jamón serrano, puedo empezar con algo más “light” y comenzar a definir al de arriba sin todas las letras. Si me acostumbro a tipear “Di-s”, como corresponde (ya que no deberíamos escribir con todas las letras su nombre), puede que me entrene para escribir en código para sortear la bruta censura de Zuckerberg y su staff.
Mi comentario fue considerado ofensivo por los fieles de Clapton y uno me invitó a retractarme. Lo hizo con un meme del clásico enfrentamiento entre Mauro Viale y Alberto Samid. La imagen hacía referencia a la pelea a las piñas, luego de que el periodista acusó al empresario de la carne de avalar el atentado a la AMIA. El matarife le dijo “usted tiene que arrepentirse de lo que dijo”, antes del lamentable “judío hijo de puta” y el escándalo.
El meme, que circula en la actualidad en las redes, tiene a Samid increpando a Viale y dice “usted tiene que arrepentirse de lo que publicó”. Como supuestamente Woody Allen dijo, hay que darle tiempo a la tragedia para que se convierta en comedia. A casi 20 años del papelón televisivo, hoy ya nos reímos todos de aquello. Aprovechando mi “condición” de judío, y entrecomillando, para evitar malos entendidos y susceptibilidades, le dije a mi amigo con el que debatíamos amablemente de música que, en sintonía con Samid, podía hacerla completa y decirme también “judío hijo de puta”. Aunque bromeábamos, cuando puse “enter” sospeché que iban a haber consecuencias. Pero uno no puede vivir limitándose hasta cuando cita a otras personas.
Al analista de mercados Carlos Maslatón, también judío, le pasó algo parecido. Recordó, repudiando, que en una oportunidad la revista Time le dio la portada a Hitler, subiendo la foto en cuestión. No importó que se tratara de un comentario histórico, ni su indignación con la revista, ni su condición de judío. Lo castigaron por nazi. Para Facebook está prohibido subir una foto de Hitler. Un delirio por donde se lo mire.
El anuncio de mi castigo fue instantáneo. Treinta días de gulag facebookero. Lógicamente apelé la sanción. No hacía falta ir a mis posteos abiertamente sionistas para ver a quien castigaban por supuesto antisemitismo. Podían ir a mi perfil donde dice abiertamente “judío sefaradí”. Pero no. El pedido de chequeo a los controladores humanos tuvo menos chances que un acusado en el tribunal del nefasto Roland Freisler.
Pero la severidad de la penalidad, según me argumentaron, estaba vinculado a mis antecedentes: mi homofobia y mi comentario de odio contra Freddie Mercury.
Mi polémico prontuario
El castigo anterior, de una semana, que sirvió de antecedente para esta dura condena fue por decir que “Freddie Mercury era puto”. Vamos al contexto…
En un foro de Queen, unas fans de la banda argumentaban que el cantante fallecido en 1991 era “bisexual” enfáticamente, aclarando que también se sentía atraído por las mujeres por su relación con Mary Austin. Su deseo por defender la inexistente atracción sexual hacia el género femenino por parte del cantante y compositor me molestó un poquito. La insistencia parecía manifestar que tenían un problema con la homosexualidad manifiesta del músico, al menos desde la segunda mitad de los setenta.
Cuando el debate llegó a un punto muerto les dije “Basta chicas. Freddie Mercury era puto. ¿Qué problema tienen? Freddie Mercury ¡Era puto!”. En realidad, mi frase fue en defensa de su orientación sexual, ya que considero que, además de ser parte de la intimidad de la persona, no tiene nada de malo. Parecía que ellas sí tenían inconvenientes, al argumentar una bisexualidad imaginaria, como que apaciguaba la verdadera condición de homosexual.
Pero no se puede decir “puto”, por lo que me castigaron. No importa si soy coleccionista de Queen y tengo al “pu-o” en cuestión tatuado en la pierna. Habrá que empezar a escribir así en Facebook para evitar problemas. Este castigo también me pareció insólito. Basta con googlearme para dar con el hecho que hasta me enfrenté públicamente con un importante obispo argentino, cuando hizo lobby en el Congreso en contra del inapelable derecho del matrimonio homosexual. Los abanderados de la tolerancia parecen no tener límites.
Resumiendo, este judío fanático de Queen pasará el próximo mes castigado por antisemita y por fomentar el odio contra Freddie Mercury. Es lo que hay.