El símbolo de la década del noventa llegó a los noventa y se fue a los noventa. Carlos Menem, que había sido internado por un cuadro de neumonía hace un par de semanas, finalmente falleció luego de unas complicaciones en el tracto urinario. Todo el arco político lo recordó en redes sociales. Solamente la izquierda fue hostil.
Alberto Fernández, lo reconoció en su cuenta de Twitter como un presidente de la democracia y recordó algo que sirve de puntapié como para analizar de forma medianamente objetiva su presidencia: la cárcel en la época del último proceso militar y los indultos que luego firmó.
Con profundo pesar supe de la muerte de Carlos Saúl Menem. Siempre elegido en democracia, fue gobernador de La Rioja, Presidente de la Nación y Senador Nacional. En dictadura fue perseguido y encarcelado. Vaya todo mi cariño a Zulema, a Zulemita y a todos los que hoy lo lloran. pic.twitter.com/m3zYdQV781
— Alberto Fernández (@alferdez) February 14, 2021
Aunque la izquierda se dedicó a asociar al menemismo con los indultos a los militares, lo cierto es que la medida fue tanto para ellos como para los presos de la guerrilla. Aquellos indultos fueron justificados por Menem durante su primera presidencia (1989-1995) como un intento de reconciliación nacional. Uno puede estar de acuerdo o no con la medida, pero asociar la cuestión a una parte, para hacer una crítica político ideológica es falaz.
“Las humillaciones fueron muchas. Tal vez la crueldad más calculada fue impedirme, durante mi presidio político, que despidiera los restos de mi madre. La orden de obstruir toda posibilidad de rezar junto al cuerpo inerte de mi madre la impartió directamente el entonces general Jorge Rafael Videla, que usurpaba el cargo de presidente argentino. Sin dudas sus compañeros de andanzas en la Junta Militar estuvieron de acuerdo. Nadie intercedió ante un requerimiento absolutamente humanitario. La democracia recuperada los juzgó y los encarceló. Yo los indulté. A mis persecutores, a mis proscriptores, a mis cancerberos: yo los indulté”, escribió el mismo Menem en su autobiografía Universos de mi tiempo, publicada antes de dejar la presidencia.
La presidencia incuestionable, la reforma constitucional y la decadencia
Luego de dos primeros años complicados, para 1991 Argentina comenzó un ciclo a contramano de su historia moderna de crecimiento y capitalización. La ley de convertibilidad, que eliminó la inflación y ató el nuevo peso al dólar y las privatizaciones, fueron las puntas de lanza de una etapa excepcional en la historia de nuestro país. Entre 1991 y 1994, el PIB creció más de 30 % y luego de una caída vinculada a cuestiones internacionales como la Crisis del Tequila, para 1996 el país siguió en la senda del alza.
Sin embargo, la estabilidad y el crecimiento, en un país de tradición personalista, y en un Gobierno peronista, fueron asociadas a Menem como persona. No a las medidas que llevó adelante su gestión. Esta creencia, sumada al egocentrismo y amor propio del exmandatario, terminó en la reforma constitucional de 1994, que se hizo para que la reelección fuera viable. Si Menem se iba a su casa en 1995, seguramente hoy el país, en casi su totalidad, estaría despidiendo al último prócer. Lejos de eso, el riojano despierta pasiones, pero también odios y rechazos.
Algo parecido pudo haber pasado con Néstor Kirchner. Aunque el primer kirchnerismo (2003-2007) no fue más que rebote post devaluación y redistribución del maná del cielo producto de los precios internacionales (a diferencia del primer menemismo que fue crecimiento y capitalización), otra sería la imagen de un Kirchner que se haya retirado a tiempo. Pero para estos bichos políticos, parece que es más fuerte que ellos y no pueden retirarse. Menem dejó el mundo ocupando una banda en el senado, a la que casi no asistía, lo mismo que Kirchner que falleció como diputado de la nación.
Logros ignorados, fantasmas inventados y errores que persisten
Para muchos argentinos, la década del noventa fue sinónimo de una fiesta ficticia, imposible de mantener en el largo plazo. Si bien reconocen la estabilidad y el crecimiento de aquellos años, asocian a la crisis de 2001-2002 como el resultado inevitable de aquel proceso. Los responsables del estallido serían: las relaciones carnales con Estados Unidos, el “1 a 1”, las privatizaciones, etcétera. Aunque este relato le viene bien al kirchnerismo, lo cierto es que lo que se conoce como errores, no fueron más que aciertos. Incluso, si algo se le puede recriminarle a Carlos Menem es no haber ido más a fondo en sus reformas. Como, por ejemplo, dolarizar en lugar de aplicar la convertibilidad.
Sin embargo, el desastre que marcó el final del gobierno de Fernando de la Rúa si es en parte responsabilidad de Menem y tiene que ver con el endeudamiento externo que consolidó el país durante los noventa. Aunque el Estado argentino se sacó de encima las empresas públicas, la burocracia nunca redujo su tamaño. Se aumentaron impuestos como el IVA y el Fondo Monetario Internacional se dedicó a cubrir el déficit, que en los ochenta se pagaba con la emisión monetaria que terminó en la hiperinflación de Alfonsín.
Para 2003, cuando Menem buscó por última vez la presidencia (ganó en primera vuelta y se bajó antes del balotaje), en la campaña el riojano reconoció que ese fue el problema de su gestión y prometió corregirlo en caso de tener una tercera oportunidad. No la tuvo.
Pero como es justo achacarle esta crisis tanto a Menem como a de la Rúa, lo cierto es que sería hipócrita si no se reconoce que igual de culpable fueron sus sucesores Néstor Kirchner, Cristina Fernández, Mauricio Macri y ahora, Alberto Fernández. Ninguno de ellos ha hecho la reforma que necesita el país, para poner las cuentas en orden y terminar con las recurrentes crisis inflacionarias y de deuda.
La gestión de los diez años de Menem tuvo sus luces y sombras. Solamente las luces lo hacen el mejor presidente desde el retorno a la democracia sin dudas. Para el que no se sienta muy cómodo con esta idea, también podemos decir que fue el menos malo. Eso, objetivamente, es bastante incuestionable. Las sombras, lamentablemente, siguen vigentes y todavía no se corrigen. Es por esto que ninguno de sus sucesores puede señalarlo con el dedo.
Haya llegado al cielo o al infierno, el exmandatario ya se debe haber encontrado con Perón. Seguramente, el general (que cuando lo conoció en su exilio en Madrid supo que iba a llegar lejos) ya le debe haber recordado una de sus frases más célebres: “No es que seamos buenos, sino que los demás son peores”.