Cuarenta y ocho películas entre 1952 y 1973 la convirtieron en un ícono del cine de Francia, que logró trascender al mundo entero. Se retiró llegando a los 40 años, con una clásica producción de Playboy, pero sigue vigente hasta el día de hoy. A fuerza de declaraciones polémicas, pero no siempre inteligentes, Brigitte Bardot sigue siendo noticia a sus 86 años.
A simple vista, muchas de sus manifestaciones políticas en la última década podrían ser vistas como valientes e interesantes: criticó al feminismo políticamente correcto de Hollywood y condenó las aberraciones islámicas que muchos extremistas árabes pretenden imponer en Europa.
Sin embargo, lejos de representar una voz que cuestione al progresismo izquierdista en el mundo del espectáculo, Bardot representa otra cosa no menos mala: una xenofobia y un nacionalismo infantil, que no es más que la contracara de la moneda que critica. No hace falta investigar mucho para percibir sus influencias. Su cuarto esposo y actual pareja es Bernard d’Ormale, exasesor del filonazi Jean-Marie Le Pen.
Demostrando que los extremos se tocan, y que tanto “izquierda” como “derecha” dicen muy poco a la hora de hacerle justicia a las categorías políticas, Bardot combina su bagaje supuestamente ultraderechista con los vicios infantiles de la izquierda más progre y tonta: la idea del hombre como amenaza del planeta.
En este sentido, la mítica actriz francesa aseguró que la pandemia del coronavirus llegó para “autorregular” una sobrepoblación mundial que “no sabemos controlar”.
“Me temo que el COVID-19 y las otras epidemias que se están anunciando restaurarán dolorosamente un nuevo orden. Cuando esos 5000 millones de personas en este planeta Tierra se hayan ido, la naturaleza recuperará sus derechos”, señaló Bardot.
¿Demencia senil? No necesariamente. Cabe destacar que desde que se retiró, la estrella del cine francés abogó por los derechos de los animales como la causa de su vida. Esto pudo haberla dejado permeable a varias de las cantinelas impulsadas por el foro de San Pablo. En realidad, la teoría del hombre agotador de recursos y un planeta que ya no pueda contener a la humanidad no es nueva.
Hace más de dos siglos, Thomas Malthus escribió que nuestro destino como especie era de hambre y desolación. Él pensaba que la población crecería en términos de progresión geométrica, mientras la producción de alimentos lo haría de forma aritmética. Aunque su cálculo fue descartado absolutamente por muchísimas variables como la irrupción de la ciencia y la tecnología, su legado sigue vivo como prejuicio en muchas mentes, como por ejemplo la de Bardot.
¿La naturaleza tiene “derechos”?
Más allá del comprobado error de cálculo y diagnóstico, vale la pena repasar algunas de las cuestiones que señala Bardot, ya que son usuales en la discusión política. En diálogo exclusivo con el prestigioso jurista y escritor argentino Ricardo Manuel Rojas, el especialista aclaró el panorama:
“El concepto de derecho es referido a las personas, y se vincula con el modo en que se determina la libertad de acción en las relaciones humanas. La tierra no tiene derechos, por el contrario, existen derechos de propiedad sobre la tierra, que establecen las distintas potestades de las personas para actuar o excluir de la acción sobre ciertas porciones de la tierra. La idea de que pueda poseer estos derechos, supone otorgarle una personalidad, pensamiento, propósito, valores, fines y mecanismos de acción determinados, que justifican una protección por el orden jurídico”. Para Rojas, estas ideas “sólo pueden existir en una mente afiebrada”.
Además, autor y especialista en derecho opina que existe una visión de varios grupos ecologistas sobre el daño que el hombre le causa a la naturaleza y al ambiente. “Es otra forma de ataque al capitalismo que se ha profundizado luego de la caída del Muro de Berlín, pero lo cierto es que tampoco es algo nuevo. Recordemos el prólogo de Malthus en 1800, cuando le pedía a la gente que no traiga hijos al mundo, ya que los condenaría a morir de hambre por la falta de comida para poderlos mantener. El capitalismo, una y otra vez, se encargó de demostrar que en realidad ocurre todo lo contrario. Detrás de estas visiones no hay argumentos racionales. Se tratan de ataques al progreso. Una especie de añoranza de volver a la naturaleza salvaje, destruyendo la tecnología y de formas mejores de vida”, concluyó.