Mucho se discute sobre el fracaso del socialismo en el mundo. Y aunque es evidente que mientras más los países se vuelcan en la senda estatista, mayor es el fracaso que obtienen. Sin embargo, uno de los debates más recurrentes es acerca de cuándo un país puede denominarse o no socialista.
Si como advirtió Ludwig von Mises, que el socialismo fracasa ante la imposibilidad del cálculo económico por falta de precios (donde se hace imposible la coordinación y la asignación de recursos), podríamos estar de acuerdo que mientras menos precios libres existan en la economía de un país, más socialista (y fracasado) será.
Argentina, de a poquito, se va quedando sin precios. No hay precios libres en el mercado laboral, no los hay en la exportación, en la importación, en los productos de la canasta básica, en los alquileres, en los servicios públicos… no hay precios en ningún lado. Ni siquiera la moneda (sujeta a un férreo control de cambios) expresa su valor. Si una resolución administrativa pudiera reemplazar el imperfecto sistema de precios libres, el Muro de Berlín se hubiera caído para el otro lado.
Nadie que sepa algo de economía básica o de historia puede pensar que la aventura de los burócratas de Alberto Fernández termina bien. Con el correr de los meses, y con el aumento de las distorsiones, el fantasma del “rodrigazo” de 1975 aparece con más fuerza en el horizonte.
Esta semana se puso en funcionamiento el “acuerdo de precios” con los frigoríficos y cadenas de supermercados y el Gobierno hizo el anuncio con bombos y platillos.
“Valoro el esfuerzo que han hecho y más allá de que celebro que puedan exportar, les pido que cuiden el bolsillo de los argentinos”, les dijo a los empresarios del sector el presidente Fernández en un comunicado.
Los cortes que llevan entre un 30 y un 13% de descuento son la tira de asado, el vacío, matambre, bola de lomo y cuadrada para milanesa, falda, carnaza y roastbeef.
Pero si analizamos levemente el acuerdo, ya a simple vista podemos percibir dos cuestiones evidentes: el sector exportador no tiene otra que acatar las “propuestas” del Ejecutivo. El kirchnerismo ya dejó en claro en varias oportunidades que una medida para “cuidar la mesa de los argentinos” es prohibir la exportación, para obligar a liquidar todo en el mercado local. Pero los que menos deberían mostrar preocupación son los grandes supermercados donde se ofrecerán en determinados días los “precios cuidados”. Como el convenio está limitado a las grandes cadenas, los argentinos que deseen obtener el “descuento” deberán ir a los supermercados, donde, lógicamente, harán el resto de las compras. El “lado B” de todo esto es el perjuicio del carnicero del barrio y los comercios de cercanía. Una vez más, las distorsiones del peronismo terminan beneficiando a los grandes grupos económicos en prejuicio de los pequeños comercios.
Consumado el desatino del sector cárnico, el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas anticipó que busca “generar un mecanismo similar para contener los aumentos en el sector de frutas, verduras y otros productos de huerta”.
Parece que el Gobierno, que ignora la relación del déficit y la emisión con el aumento de los precios (en realidad, con la depreciación del peso) seguirá destruyendo las pocas señales de la economía, generando un daño que tardará muchos años en ser reparado, en caso que algo quede en pie después de la aventura populista.
Aunque ni los funcionarios lo sospechen, la búsqueda infructuosa de reemplazar el sistema de precios es casi un fetiche sexual para ellos. Esta actitud deja en evidencia el capricho de los pichones de Stalin que buscan amoldar la realidad a sus teorías fracasadas. Si la sociedad no percibe nada de esto, nos quedaremos sin pequeños comercios, sin PyMES, sin carne y sin fruta.