En mi experiencia como jefe de prensa en la Cámara de Diputados pude ver en primera persona cómo funcionaba, al menos parcialmente, el engranaje nefasto que multiplica el peso del Estado, destruyendo la moneda y aumentando constantemente la presión impositiva hasta lo inviable.
Entré como asesor, por lo que, lógicamente, era personal de “planta transitoria”. Es decir, era empleado público hasta que se termine el mandato de la legisladora para quien yo trabajaba. Con las elecciones y el consecuente recambio de diputados los referentes sindicales empezaron a golpear las puertas de los despachos ofreciendo la posibilidad de un plan tentador: la deseada “planta permanente”. Supongo que algo parecido debe suceder en el Senado y en las legislaturas provinciales.
En definitiva, un trabajo en el Estado argentino es sinónimo, casi seguro, de una vida resuelta hasta la jubilación. Mientras tanto, el sector privado es el que financia el oasis de los privilegiados y paga los platos rotos.
Cuando llegó el turno de mi entrevista, me llevaron a un despacho. Sentado en el centro estaba el típico sindicalista peronista. Detrás suyo, los cuadros del General y Evita. Me dijo, “¿vos sos periodista, no? Bueno, vas a la comisión de lucha contra el narcotráfico”, como si todo estuviera acordado de antemano. Lo cierto es que yo no había pedido “la planta”. Pero daban por hecho que la deseaba como a nada en el mundo, como el resto de “los transitorios”. Vaya uno a saber el motivo por el cual se decidieron por mí para el anhelado beneficio.
Los grupos sindicales funcionan así: cobran la cuota a los empleados, sean estos de planta transitoria o permanente. Al mismo tiempo, negocian con las autoridades de la Cámara para obtener más puestos fijos en cada renovación y le otorgan ese beneficio a la mayor cantidad de empleados transitorios posibles. Lógicamente, los sindicatos continúan cobrando la cuota (ahora más jugosa) a los empleados fijos. El incentivo es perverso.
En cada renovación legislativa, los cuerpos parlamentarios adquieren una nueva capa geológica que demanda más recursos fiscales. Mis excompañeros son hoy empleados de seguridad, telefonistas y ascensoristas. En su momento rechacé la oferta. Creo que fui el único de mi camada que lo hizo. En vísperas de convertirme en un desempleado más en la complicada Argentina, la estabilidad laboral de por vida podía acallar un poquito los valores liberales, pero el puesto que tenían reservado para mí era demasiado opuesto a mis principios.
El “combate al narcotráfico” es una desgracia, que genera muerte y corrupción, tanto de los sistemas políticos, judiciales y policiales. Ante la propuesta, dije “no, gracias”. y salí de la Cámara sin trabajo. Otra vez a “patear la calle” pero con algo de dignidad en los bolsillos. Todavía recuerdo la expresión de total sorpresa en los rostros de mis interlocutores. Seguramente, hasta el día de hoy, no se habrán encontrado con otro caso similar.
Anunciaron 29 000 más
Esta mañana, el jefe de Gabinete Santiago Cafiero anunció el programa “Concursar 2.0”, que tiene como finalidad pasar 29 000 trabajadores transitorios a puestos permanentes en el Estado. Participaron de la presentación la secretaria de Gestión y Empleo Público, Ana Castellani, el subsecretario de Empleo, Mariano Boiero, y los secretarios gremiales de la Unión Personal Civil de la Nación (UPCN), Andrés Rodríguez y de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE), Hugo Godoy.
“Este es un gobierno que cree en la necesidad de avanzar en las políticas de regularización, de concurso, de carrera administrativa, porque esto también forma parte del cambio de prioridades que nos propusimos”, señaló Cafiero.
Sin embargo, lejos de encontrar mecanismos para llevar a cabo los concursos de manera más “ágil” y “transparente”, lo que se necesita es otra cosa. Se impone generar puestos de trabajo en el sector privado y recortar considerablemente el tamaño del Estado.
Ante el derrumbe económico luego de la pandemia y la cuarentena fallida, el sector productivo sigue sufriendo la presión impositiva descomunal para financiar estos delirios suicidas del Gobierno. La emisión monetaria y la deuda, los otros recursos a los que apelan en su desesperación, también hacen estragos en la economía nacional. Argentina no logra romper los ciclos de pequeñas estabilidades y grandes períodos de inflación y cesación de pagos.
En lugar de anunciar con bombos y platillos que 29 000 empleados transitorios pasan a ser permanentes, el Estado debería declarar lo contrario: la reducción de las dependencias públicas, de personal y el aumento de empleo real en el sector privado.