Aunque la corriente que interpreta el kirchnerismo tenga debilidad por los años de Juan Manuel de Rosas, derrocado en 1852, la visión romántica de ese período es solamente un relato que no coincide con la realidad. No hace falta más que preguntarles a ellos mismos por su apellido y la historia de sus abuelos, como para llegar a la única verdad estadística: seguramente llegaron entre finales del Siglo XIX y principios del XX. Es decir, en medio del proceso político que se dio luego de la caída del tirano. Esa Argentina que para 1895 tuvo el PBI per cápita más alto del mundo.
La historia del vino, sobre todo su gran desarrollo, está muy atado a los procesos de apertura, comercio, respeto a la propiedad privada y clima de negocios. Esta última cuestión es tan importante como las mismas condiciones climáticas que ofrecen estas latitudes, tan proclives para el desarrollo de la vid.
La prehistoria vitivinícola está relacionada con el descubrimiento del continente y la colonización. En su segundo viaje, Cristóbal Colón trajo las primeras variedades de la Vitis viníferas a Centroamérica. Luego, siguiendo el camino de la Iglesia (ya que se necesitaba la bebida de misa), las primeras uvas que nacieron en el territorio nacional datan de 1543. Para 1590, de la mano de los jesuitas, ya se plantaba vid en las actuales provincias de Mendoza y San Juan, principales productoras hasta el día de hoy.
Sin embargo, ni la colonia, ni el Virreinato del Río de la Plata ni los primeros años de Argentina como país hicieron del vino local algo destacado. Todo cambió con la organización nacional y la Constitución de Juan Bautista Alberdi 1853/60.
Domingo Faustino Sarmiento, opositor y exiliado de Rosas, que volvió al país en 1851 para sumarse al Ejército Grande de Urquiza, dio el primer paso para gran surgimiento y desarrollo de la gran bebida nacional como la conocemos. Cosmopolita y alejado de las estupideces nacionalistas de Rosas, ya como gobernador de Cuyo contrató al francés Michel Aimé Pouget en 1853. El especialista se encargó de reproducir en suelo argentino las primeras cepas de variedades de Francia. Así llegó el Malbec, que, como Gardel, habrá nacido allá, pero brilló en Argentina y logró cautivar al mundo como producto nacional.
En 1855 Pouget fundó la primera escuela de enología en Mendoza y no faltó mucho más que un par de políticas públicas inteligentes y el capital que atraían estas tierras prometedoras para que la magia suceda. Los inmigrantes que llegaban de Europa hicieron lo suyo y así se fundaron las grandes bodegas argentinas, la mayoría con apellidos españoles e italianos.
Claro que esas empresas pujantes no la tuvieron fácil. Desarrollarse en Argentina con sus constantes crisis económicas es como empezar cada partido con un 3-0 abajo. Igualmente, las bodegas lograron consolidarse a pesar de las inflaciones, los defaults, la presión impositiva, la burocracia y las ventanas al mundo cerradas.
Aunque la década del noventa no fue un proceso liberal claro, como el que siguió al proyecto nacional alberdiano, la estabilidad monetaria y la apertura al comercio internacional le dieron el segundo envión al sector. Las empresas tuvieron acceso al crédito y lograron capitalizarse en tecnología, con maquinarias y tecnología de punta, que llegaron al país para complementar un terruño ideal. La apertura a los mercados internacionales durante la gestión de Carlos Menem hizo que el mundo conozca masivamente este maravilloso producto, que logró una calidad que antes definitivamente no tenía. El breve “liberalismo a medias”, que terminó fracasando por el déficit fiscal y la deuda, que no es más que el resultado del antiliberalismo puro, logró en pocos años ubicar alrededor del planeta a uno de los productos que más nos enorgullecen a los argentinos.
Aunque a los defensores del estatismo les moleste, el vino nacional es hijo indiscutido de las ideas liberales. Si en un par de décadas, separadas por medio siglo de por medio, el vino argentino logró convertirse en lo que es… imaginemos lo que nos estamos perdiendo en materia de calidad y desarrollo económico, por vivir en medio del oscurantismo absoluto. Brindemos siempre por que se termine… ¡Y por la libertad!