El doble discurso de Alberto Fernández durante la cuarentena dura que impuso en Argentina fue muy impune. Mientras que los comercios y pequeñas empresas caían como moscas y la gente enloquecía en el marco de un encierro contraproducente, el presidente se iba de gira por las provincias y se sacaba fotos con sus seguidores amontonados. Cuando la prensa le preguntaba el motivo de las selfies sin barbijo, el socio de Cristina Kirchner respondía de forma poco modesta. Su argumento era que no se podía tener una foto con Bob Dylan, si el músico tenía la cara semicubierta. Eran los días de la aprobación del 80%, claro. Los números del mandatario en la actualidad no permiten ninguna analogía con una estrella de rock.
Por estos días, Buenos Aires va retomando la vida normal. O medianamente normal. Los permisos de la casta política vinieron detrás del hartazgo popular. Ante la desobediencia civil, la política comenzó a habilitar bares, restoranes y ahora, por presión de los actores, ya discuten protocolos para los teatros. En materia de muertos y contagios, el momento es el peor de todos. Pero ya no había espaldas para mantener el encierro. Comenzó antes, a lo bruto, y terminó mal por default y cansancio.
Pero aunque tal vez incumplimos las normativas delirantes dictadas por Fernández y compañía, los argentinos comprendemos que el virus existe y hay que cuidarse. Ni los que “violamos la cuarentena” para juntarnos a comer con amigos en grupos reducidos durante estos meses consideraríamos posible y razonable una cena a mesa llena con veinte comensales. Pero los que dictaron el encierro total e incentivaron a las personas a denunciar a sus vecinos terminaron haciendo gala de la hipocresía e irresponsabilidad más absoluta.
En el último fin de semana, Fernández y una gran comitiva participaron de una comilona junto a Evo Morales en Jujuy, antes del retorno triunfal del dirigente del MAS a Bolivia. Las imágenes generaron duras críticas. Mientras que los pocos emprendimientos gastronómicos que sobrevivieron son sometidos a duros protocolos de distanciamiento, en la mesa del poder el coronavirus parecía no existir. Pero sí.
En la jornada de ayer, Gustavo Beliz, hombre de confianza de Alberto y Secretario de Asuntos Estratégicos, dio positivo en el test: tiene COVID-19. Y además de haber pasado varias horas en compañía del mandatario, el dirigente peronista se sentó muy cerca de Fernández (a solo una persona de distancia) en la cuestionada cena. Si algo puede resultar más indignante que el suceso, fotografiado impunemente por ellos mismos, fue la justificación del diputado Eduardo Valdés, quien participó de la jornada. Dijo que no se arrepiente de nada y que la emotividad del retorno de Evo a su patria merecían la cena y el riesgo. Los insultos que le corresponden al dirigente kirchnerista, luego de tantas quiebras y tantos suicidios de pacientes psiquiátricos que no soportaron el encierro, los dejamos implícitos y a la imaginación del lector.
Los daños colaterales de la cuarentena ortodoxa recién están saliendo a la luz y exceden ampliamente al desastre económico: catarata de divorcios, violencia doméstica, niños con desequilibrios emocionales, preocupante incremento en el consumo de alcohol y una larga lista de etcéteras. Pero la política está en otro plano. Si Evo le agradece a Alberto y la reunión es “emotiva”, la casta puede hacer lo que quiera. Si la misma escena se veía en cualquier bodegón de Argentina, el local ya estaría clausurado y los comensales multados y perseguidos por algún fiscal kirchnerista.
La información oficial asegura que el presidente dio negativo al hisopado, pero lo cierto es que tenemos todo el derecho del mundo a desconfiar de la fuente. Si Fernández termina con coronavirus luego de la impúdica cena, la poca imagen que le queda se derrumbará como un castillo de arena. Cabe destacar que el mandatario argentino ya es considerado paciente de riesgo por tener más de sesenta años. Y además, su historia clínica recuerda que sufrió una embolia pulmonar hace un tiempo. Durante la campaña presidencial también estuvo internado tres días por una inflamación en la pleura (membrana que recubre los pulmones).
Pero sea cual fuere el resultado del test, los acontecimientos obligan a una importante reflexión.
¿Vamos a seguir pensando que la dirigencia política es una casta iluminada a la que debemos obedecer sin reparos por su posición? En la víspera de la llegada de vacunas de dudosa efectividad, y ante propuestas de coerción en materia de su aplicación, esta pregunta puede ser más importante que nunca.