“La Argentina está tan corrida a la izquierda, que si le preguntás a un dirigente del Partido Obrero por Máximo Kirchner, te dice que es de derecha”. Las palabras, bastante acertadas, pertenecen al economista Javier Milei, que en una entrevista de esta semana aseguró que Mauricio Macri, en Estados Unidos, representaría el “ala izquierda” del Partido Demócrata.
En esta confusión conceptual, Domingo Felipe Cavallo, para muchos argentinos, representa la figura del economista liberal por excelencia. Sin dudas fue el mejor ministro en su cartera (o el menos malo) en la historia moderna. Su período de gloria fue durante los primeros años del menemismo. Pero si tenemos que rotularlo ideológicamente, la etiqueta que mejor le queda y más justicia le hace es la de “tecnócrata pro-mercado”.
Es que en uno de los países más “anti-mercado” del mundo, el referente político que sugiera que el sector privado es más eficiente a la hora de asignar los recursos que el Estado, ya es suficiente para que sea ubicado como vocero del liberalismo más extremo.
Entender que el capitalismo ha funcionado mejor que el socialismo no convierte a un dirigente en “liberal”. Eso indicaría, en todo caso, que tiene algo de sentido común. Ni siquiera un José Mujica, que abandonó las armas y el comunismo, pero sigue defendiendo las políticas redistributivas, se anima a cuestionar el sistema más efectivo que ha mostrado el mundo. Luego de su gestión, el expresidente uruguayo dijo que seguía siendo socialista, pero que no quería ser “bobo”. Él mismo reconoció que si cobraba muchos impuestos iba a desincentivar al capital, por lo que iba a tener menos dinero “para repartir”. Ni hablar de socialdemocracias como la alemana, que han gobernado de manera muy cómoda y eficiente con el partido liberal en coalición.
Para Argentina parece mucho, pero no es suficiente
Pero para la Argentina estatista y colectivista, Cavallo vendría a ser la praxis política de un Milton Friedman o de un Ludwig von Mises. Esto está muy lejos de ser cierto. El liberal, sobre todo el que comprende la Escuela Austríaca, parte del individualismo metodológico y entiende los fenómenos colectivos como el resultado de un orden espontáneo. Esto le brinda al libertario un conocimiento general de las problemáticas y sus causas. Personajes como el exministro de Menem se limitan a una interpretación parcial del asunto y tienen una vaga idea de la dirección correcta. Puede que para este país sea mucho, pero lo cierto es que no es suficiente.
En una entrevista para Estados Unidos, Cavallo dejó este viernes dos ideas que muestran, una vez más, su distancia considerable del liberalismo ortodoxo, donde casi todo el arco político lo encuentra. Por un lado, aseguró que todavía hay tiempo para detener la gran devaluación. Por otro, brindó una solución para frenar la suba del dólar, que no es otra cosa que el derrumbe del peso.
Afirmando que no todo está perdido (con relación a la próxima caída de la moneda nacional), además de buscar posicionarse como referente a ser tenido en cuenta, Cavallo parece no distinguir la foto de la película. La devaluación ya es un hecho, porque la gente no quiere el peso y lo único que puede hacer el Gobierno es elegir entre “blanquear” la devaluación real existente o someternos a una megadevaluación, con riesgo de hiperinflación en el futuro.
El país ya pagó bastante caro en diciembre de 2001, cuando siendo ministro de la Alianza, Cavallo buscó una solución “a medias” evitando lo problemático de meter mano a los problemas de fondo. Muchos aseguran que el economista cordobés estuvo detrás de la caída de Ricardo López Murphy, al convencer al presidente que con su presencia era posible “la salida sin ajuste”.
Pero seguramente la propuesta más polémica para un liberal tuvo que ver con su receta a aplicar para lo que viene: “El Gobierno debería reservar el mercado oficial para la actividad comercial esencial e impulsar otras transacciones a través de un mercado de libre flotación similar al que hoy en día es el blue-chip swap”.
Bajando al llano, más allá de lo poco liberal de cuestiones como “el Gobierno debería reservar” o “impulsar”, lo que se propone, en lenguaje peronista, es una especie de “desoblamiento” cambiario. Es decir, mantener el “oficial” ficticio depreciado y liberar (y oficializar) el blue (libre) para todo lo demás. Más allá de lo dirigista de separar, según su criterio, lo “esencial” de lo que no es, si se mantiene un “precio” fijo artificialmente bajo, lo que no sería justamente un precio, lo único que se hará es estafar a los exportadores y dar privilegios para que los amigos del poder accedan a la divisa subsidiada.
Lo único cierto es que la gente desprecia el peso, que cae la demanda de dinero y que los argentinos prefieren el dólar como reserva de valor. Cualquier cosa en otra dirección es no escuchar la clara preferencia de la totalidad del país. Y acá no hay grieta y no es una manera de decir. Es totalidad en serio. Incluso los abanderados de la “moneda nacional”, si tienen que vender una propiedad o ahorrar, lo hacen en dólares. Con alguna culpa y explicaciones extrañas, donde responsabilizan al resto por esas acciones “antipatria” que supuestamente tienen que hacer, pero quieren dólares.
Lo más liberal que se puede hacer, antes de pensar en una política monetaria o de diseñar un plan económico, es escuchar a la gente. Cavallo está en otro lado. Es probable que “el Mingo” esté negado a aceptar la dolarización mental que tenemos los argentinos. Él, más que ningún otra persona, tuvo en sus manos la oportunidad de librarnos para siempre del peso. Sin embargo prefirió convertir al Banco Central en una caja de conversión con la ley de convertibilidad. En ese momento, no era más que una decisión política. Un liberal en su lugar, dudoso del comportamiento de la burocracia y el Estado a futuro, le hubiera quitado definitivamente la navaja al mono. Hoy el país sería otro.