Raúl Alfonsín, el primer presidente democrático en asumir luego de la dictadura militar, y el primer radical en ganarle una elección presidencial al peronismo en 1983, se fue en 1989 por la puerta de atrás. Su gestión, que comenzó con mucha esperanza y la promesa de educar, curar y alimentar con la democracia, terminó en un desastre total. Los problemas energéticos, la hiperinflación y la disparada del dólar hicieron que la “primavera alfonsinista” acabara de la peor manera. Su sucesor, Carlos Menem, tuvo que tomar las riendas de forma anticipada, ya que el país no podía esperar más por el nuevo plan económico.
Sin embargo, el expresidente nunca se hizo cargo del fracaso de su modelo estatista y dirigista. Denunció un “golpe de mercado”, como para dar a entender que los poderes económicos lo doblegaron. Para dar una idea a los jóvenes lectores del delirio total de esa gestión, vale rescatar una frase del último ministro de Hacienda del “padre de la democracia”. Al ver que la inflación no cedía, Juan Carlos Pugliese les dijo a los periodistas que no pudo negociar con el sector privado, ya que él les hablaba con “el corazón” a los empresarios, que desafortunadamente le respondían con “el bolsillo”.
Pasaron tres décadas de aquellos días y, lamentablemente, el hijo del exmandatario no pudo superar nunca el stress postraumático del final del Gobierno de su padre. Alejado de su partido por la alianza con Mauricio Macri, y recompensado por Alberto Fernández con la embajada en España, Ricardo Alfonsín lucha contra los mismos demonios imaginarios que lo atormentaron en su juventud hacia finales de la década del ochenta.
“La pulseada por el dólar no es técnica, es política, es una pulseada entre el interés general y ciertos intereses particulares, una más de las tantas que se registran en la historia; si se imponen los últimos, se beneficiarán unos pocos y la inmensa mayoría se perjudicará”, afirmó Alfonsín.
Evitando la realidad
Desde sus redes sociales, el hijo del expresidente deseó que “las fuerzas que asumen la política como defensa del interés general” deben ganar la batalla por “el bien común” contra los intereses económicos que conspiran. También pidió al Gobierno hablarle “con claridad a la sociedad” para que la gente comprenda la problemática actual.
Definitivamente, Alfonsín hijo prefiere seguir evitando la realidad con tal de no reconocer que el fracaso del Gobierno de su padre, y de la gestión peronista de la que es funcionario, no tiene que ver con una lucha épica entre el bien y el mal. Todo pasa por un problema ideológico y un pésimo y fallido programa económico. Los enemigos son ellos mismos y sus ideas.