No es ningún secreto que el Frente de Todos está peligrosamente dividido para ser coalición de gobierno. El voto en las Naciones Unidas sobre Venezuela visibilizó algo que en el fondo es bastante más complicado. En el medio del tironeo hay un Alberto Fernández sobrepasado y claramente agotado. El espacio opositor también está quebrado y las últimas declaraciones del expresidente dejan en evidencia que Juntos por el Cambio ya no cuenta con los jugadores que tuvo hasta diciembre de 2019.
Si algo es claro dentro de esta compleja situación es la alianza cruzada e implícita entre Mauricio Macri y el kirchnerismo. En el Gobierno necesitan al opositor golpeado y el hombre en cuestión, que no quiere retirarse, acepta el juego y pretende seguir vistiendo el traje del jefe de la oposición. Una vez más, la “grieta” se vuelve un win-win para las partes antagónicas enfrentadas.
El regreso de Mauricio
La lectura superficial indica que el exmandatario volvió a hablar porque la crisis económica le daba una nueva oportunidad. Si bien la gestión de Juntos por el Cambio fracasó en este sentido, la degradación total de los últimos meses bajo la gestión del peronismo hizo que sea necesaria la aparición de un opositor que proponga el reemplazo.
El líder de Cambiemos logró su objetivo y acaparó las cámaras y las noticias. Pero más allá de la crítica de rigor al oficialismo, lo que sorprendió a propios y ajenos fue el “fuego amigo” para los “filoperonistas” de su coalición. O al menos que participaron de la misma hasta hace un tiempo. Si Macri disparó en esa dirección es posible que el vínculo ya esté roto.
“Yo delegué en mi ala más política con filoperonistas tanto en la Cámara de Diputados y los gobernadores. Yo tendría que haber puesto el foco ahí porque claramente se jugaba mucho en la Argentina en poder convencer”, señaló en una entrevista la semana pasada.
Con motivo de estas declaraciones, la prensa continuó insistiendo sobre el tema en las últimas horas y le preguntó si, por ejemplo, nombraría a ciertos funcionarios en un eventual segundo gobierno. Con Marcos Peña dijo que sí, pero cuando le preguntaron por Rogelio Frigerio, su exministro del Interior, pidió cambiar el eje de la entrevista. “Ese ejercicio no me va, no aporta a futuro”. Es claro que sus dardos son contra Emilio Monzó, extitular de la Cámara de Diputados y contra Frigerio, pero lo cierto es que está equivocado.
Al reconocer que, una vez más, nombraría a Peña, el abanderado del gradualismo fracasado, el expresidente demuestra que no aprendió de sus errores. El “Pro-peronismo” a lo sumo le dio sustentabilidad política. En el caso de haber encarado las reformas económicas necesarias, su ala “justicialista friendly” era la que le iba a asegurar el diálogo con la oposición y la gobernabilidad. Probablemente su “filoperonismo” hoy quiera buscar otro destino y ya no reconozca su liderazgo, pero ese es otro debate y es poco justo el fracaso de su gestión.
El que salió a responder, también alejado ya del macrismo, fue el exdiputado Nicolás Massot, delfín de Monzó. “Con todos los errores que pudimos haber cometido, nosotros entendimos que él estaba conforme”, indicó.
¿Qué es por estas horas “el macrismo”?
Hoy por hoy, aunque sigamos haciendo referencia a “Cambiemos” o a “Juntos por el Cambio”, lo cierto es que, en lo concreto, la coalición que gobernó de 2015 a 2019 parece no existir más. El radicalismo le discute el liderazgo de la coalición y un sector incluso lo presiona hasta con el ingreso del liberal Ricardo López Murphy. Por otra parte, sus soldados “filoperonistas” criticados parecen estar más interesados en pensar en un peronismo tradicional que podría formarse con una eventual explosión del Frente de Todos y un predecible aislamiento kirchnerista. Elisa Carrió, la otra pata del frente, recuperó su matrícula de abogado y no está jugando políticamente.
Macri se ha recostado en pocos hombres de confianza como Hernán Lombardi, Guillermo Dietrich y Fernando De Andreis, además de su exministro de Seguridad, Patricia Bullrich. Paradójicamente, sus principales aliados para mantenerse en el lugar de “jefe de la oposición” son Alberto Fernández y el kirchnerismo. El Gobierno apela a la clásica estrategia de un enemigo debilitado y lo sube al ring permanentemente para confrontar. Pero el año que viene hay elecciones legislativas y de allí puede salir otro referente. Macri quiere dejar pasar el turno y no jugar. Él sabe que es un riesgo, pero por estas horas no tiene grandes cartas para jugar.