Para ilustrar a los amigos del exterior sobre la decadencia de la cuarentena vigente en Argentina, que se niega a morir del todo, reconocemos que escribimos estas líneas desde la clandestinidad. La clandestinidad de un bar que supo camuflar su salón interno con la inteligente cobertura de los vidrios que dan al exterior. Todos están tapados con carteles de los precios para el delivery y el take away permitidos por el régimen delirante, que fracasó estrepitosamente en su estrategia de salud (arruinando por completo también la economía). Más vergüenza que mi aventura “ilegal” (ninguna en realidad, comentario retórico) me da el hecho de reconocer que pasé cientos de veces por esta esquina y nunca percibí la sutileza.
Igualmente, lo más seguro es que ningún policía se anime a entrar para hacer cumplir la normativa de dudosa constitucionalidad. Ya todos hacen la vista gorda en las calles de Buenos Aires con los comercios habilitados para que puedan trabajar medianamente en paz. Algunos incluso tienen carteles pegados en la puerta donde se indica que es “exclusivamente para la venta online”, con la foto de Homero Simpson y el jefe Gorgory con la leyenda “guiño, guiño”. Pero para poder vulnerar levemente las arbitrarias restricciones hay que tener habilitado el rubro, claro.
Con relación a los permisos y negaciones, las autoridades argentinas tampoco pueden mostrar el mínimo sentido común. Es claro que tengan los bancos cerrados con turnos limitados, ya que buscan impedir que la gente acceda a sus pesos para comprar dólares en el mercado negro. Pero restricciones como la del cierre temprano de los supermercados no tienen el más mínimo sentido ni para la agenda del mal de la burocracia. Nos limitan a las 8:00 de la noche las grandes tiendas que antes abrían todo el día y generan amontonamientos innecesarios, que ponen en riesgo la salud del segmento de la población más comprometido.
Uno de los sectores que más sufrió la cuarentena fue el de los hoteles alojamiento (telos, en porteño). Los sitios para alquilar por horas una habitación para un rato de intimidad están clausurados desde que se decretaron las restricciones allá por marzo. Claro que los propietarios no pudieron acomodar sus números, como en las economías más flexibles. En Argentina está prohibido despedir personal mientras dure el período de excepción. Economías como las norteamericanas sufrieron desempleo cuando el COVID-19 estalló, pero lo cierto es que fueron las primeras en recuperarse y volver a la normalidad. El oscurantismo económico peronista evita los despidos temporales a costa de quiebras definitivas que se convertirán en mayores desastres y desempleo permanente.
Los telos pagan todos los impuestos y los sueldos al personal completo (con alguna “ayuda” gubernamental menor), pero tienen cero de ingresos. Como ha ocurrido dentro de esos cuartos de hotel, donde muchos no hemos podido acompañar en algunas ocasiones hasta el final a una compañera eventual como podría merecer, muchos telos acaban cerrando antes de que se les permita la reapertura comercial. No pueden, no llegan. Hacen lo que pueden.
Sobran las razones para abrirlos
Hace unos días me mandaron con tristeza mis amigos de la infancia la foto de un lugar de San Telmo low cost, que en nuestros años de juventud y convertibilidad con el dólar pagábamos con monedas de un peso. Ya no está. Como el poder adquisitivo de nuestro dinero. Muertos, víctimas de la pésima administración y la cuarentena cavernaria de Fernández y compañía, acompañada por gobernadores e intendentes radicales y macristas igual de ineptos y autoritarios. El que está a la vuelta de casa, primero al que fui en mi vida el día que me pregunté para que carajo servía la caja que tenía la puerta (luego supe que era el “bar” donde dejaban los pedidos), directamente fue tapiado. Los dueños de la propiedad, que ni esperan volver a operar, temen que ocupas tomen y se instalen dentro. Andá a sacarlos después con el kirchnerismo en el Gobierno. Con eso se conforman los que pudieron acceder a una propiedad en Argentina: que no se la quiten. Que vaya a pérdida el negocio ya es parte de la resignación de todos los días.
No hay motivo para tener los telos cerrados y sobran las razones para abrirlos. Las habitaciones son para dos personas (las regulaciones liberticidas argentinas impiden multitudes que excedan el par, claro) y sobra el “distanciamiento social”. Además de la imperiosa necesidad económica del sector hay que tener empatía con la necesidad de la gente. No hace falta ir al caso de eventuales tramposos. Muchas parejas argentinas no tienen intimidad en sus casas y mucho menos con los niños sin ir al colegio y los abuelos encerrados. Ni hablar de jóvenes noviazgos que no comparten el mismo techo, ya que todavía viven con sus padres.
Lógicamente que el mercado ya supo dar respuesta y muchos departamentos han sido propuestos en internet para breves alquileres de una jornada o menos, incluso. Como suele ocurrir con las soluciones espontáneas ilegales (pero morales) a las absurdas restricciones gubernamentales, los de menores recursos se quedan afuera de la opción, ya que no la pueden pagar. ¿No hay que aclarar que no hay que perseguir al mercado negro a esta altura, sino cortar con las estupideces que lo generan, no?