El periodista Antonio Laje venía afilado. Es que un rato antes de recibir al ministro de Economía argentino, Martín Guzmán, había participado en un interesante intercambio con Alberto Benegas Lynch (h). Respetuosamente, el conductor lo introdujo para su audiencia masiva y lo presentó como el ideólogo detrás de populares difusores de las ideas libertarias como Javier Milei o José Luis Espert.
Generalmente reacio a navegar en las aguas tramposas de la coyuntura, el máximo referente del liberalismo de América Latina ofreció una entrevista de más de diez minutos donde, sin evitar la problemática de actualidad, ofreció las soluciones para las cuestiones de fondo con su claridad de siempre.
«Yo creo que hay que reducir drásticamente el gasto público», resaltó el economista para que no quedaran dudas de la problemática argentina. Con los conceptos fresquitos, Laje pasó de Benegas Lynch a Martín Guzmán.
Ya con el ministro de Economía, el periodista fue al hueso: «¿Cuándo va a bajar el gasto público?», le preguntó a Guzmán. El hombre de Alberto y Cristina, para bien o para mal, respondió con una pregunta, pero no por eso dejó de ser claro. «¿Y por qué tiene que bajar el gasto público?». Por si a alguien le quedaba alguna duda sobre lo retórico de la pregunta-respuesta el funcionario agregó: «No apuntamos a bajar el gasto público». Como se dice en Argentina… “a los botes”.
Seguramente Guzmán se dio cuenta de la barbaridad que dijo e intentó aclarar que sí desea corregir el déficit y hacer más eficiente ese nivel de gasto, que ya reconoció que no piensa bajar. ¿Diferencias con el plan económico fallido del macrismo? Poco y nada.
La idea genial detrás del ministro argentino es mejorar la recaudación y equilibrar las cuentas públicas. El problema es que esto es técnicamente imposible. La presión fiscal descomunal (que se suma a la imposible legislación laboral) lo único que genera es destrucción del sector privado. Desde el inicio de la pandemia vemos cómo los comercios cierran, las pymes quiebran y las empresas se van del país. No hay espacio para subir los impuestos en Argentina, que ya son de los más altos del mundo. Si insisten con el manoteo del “impuesto único y excepcional a la riqueza”, que pretende cobrar una “contribución” a las supuestas grandes fortunas para afrontar la crisis actual, lo único que harán será complicar aún más el clima de negocios que agoniza en el país. Y con respecto a la gallina de los huevos de oro del sector agropecuario, la situación es complicada. Mientras el Gobierno les liquide sus exportaciones a un dólar de 60, con el tipo de cambio libre de 150, los productores van a seguir especulando y esperando… con toda la razón del mundo. ¿Qué piensan hacer con esto? ¿Obligarlos a vender? ¿Nacionalizar los campos?
Lamentablemente, el Gobierno argentino se aferra al desastre. Las internas del Frente de Todos imposibilitan cualquier plan razonable y el presidente está tan desbordado como desconectado de la realidad. A Kirchner lo único que le importa son sus problemas en la justicia y la única estrategia clara del oficialismo es el enfrentamiento contra la Corte Suprema. El final está cantado.