En Argentina se aburre el que quiere. Si algo le faltaba a las internas del Gobierno del contradictorio Frente de Todos eran embajadores que “se corten solos” y emitan sus opiniones ideológicas particulares en los foros internacionales.
Durante la jornada de ayer informamos que, una vez más, Argentina se rendía ante la dictadura chavista, con un impúdico respaldo ante la Organización de los Estados Americanos (OEA). Resulta que el representante de la gestión de Alberto Fernández se desligó de los informes que visibilizan ante el mundo las constantes y aberrantes violaciones a los Derechos Humanos en Venezuela.
Con un discurso ambiguo, que no necesitaba mucha lectura entre líneas, Carlos Raimundi afirmó que las acusaciones contra la tiranía son “sesgadas”, que el problema en el país vecino es de interferencia extranjera y, como si fuera poco, hasta se tomó el atrevimiento de pedirle a Inglaterra que le devuelva las reservas de oro a Maduro.
Si bien el oficialismo argentino tuvo diferentes opiniones sobre el régimen chavista, las visiones diversas se expresaban generalmente en los medios de comunicación, en foros de debate político. Lo de ayer era distinto: se trató de una posición institucional.
Lógicamente, dimos por hecho que Raimundi fue con el aval del Poder Ejecutivo, por lo que lamentamos que el Gobierno argentino haya sucumbido a la facción kirchnerista con semejante bochorno. Pero los trascendidos de hoy de Casa Rosada sugieren otra cosa. El principal sorprendido ante la proclama prochavismo parece que fue el mismo presidente Alberto Fernández.
Esta mañana, la primera preocupación de Fernández fue que sus cronistas afines sugieran en los medios masivos que Raimundi “actuó solo”. De esta manera, el presidente argentino insistió en que se sepa que «no hubo instrucción» alguna y que se recuerda que Fernández «rechaza los crímenes de lesa humanidad consumados por el régimen populista».
El enojo del mandatario argentino es tan grande que ya corren los rumores de una remoción del embajador argentino ante el organismo internacional. En la Casa Blanca ya llegó el casi pedido de disculpas de la presidencia argentina, pero del otro lado del teléfono, en Washington, solamente se escuchó y hubo silencio.
Más allá de una nueva contradicción respecto a la posición sobre Venezuela, este entredicho deja algo para tener en cuenta. Si un funcionario de segunda línea se anima a hablar en representación del Gobierno argentino con un discurso que el presidente no avala, hay un problema de legitimidad de poder importante. Raimundi, más allá de sus convicciones socialistas, pudo haberse cortado solo. Pero sabe que la opinión que dio, aunque no represente al mandatario, es del agrado de la vicepresidente, Cristina Kirchner. Este es el verdadero dolor de cabeza de Alberto: una problemática de poder compartido que no solucionará con la salida del embajador ante la OEA.