Luego de la crisis de 2001, el período que tuvo Néstor Kirchner (2003-2007) fue una oportunidad única para el país. Precios internacionales favorables y hasta un inédito superávit mostraban por esos días la importancia de aprovechar el momento para corregir el rumbo. La tentación populista fue más fuerte y Argentina dilapidó absolutamente todo.
Si vemos en un gráfico el agotamiento de los procesos políticos en el marco de una economía no sustentable, comprobaremos que los tiempos se acortan. Cristina Fernández de Kirchner (CFK)se quedó sin combustible luego de dos períodos y ocho años. Mauricio Macri llegó con la lengua afuera y pidiendo la hora en cuatro. Alberto Fernández, a nueve meses de mandato, ya tiene el tanque vacío.
Claro que podemos cargar las tintas y responsabilizar a la clase política del desastre que vivimos. En la noche de ayer se confirmó, tal cual anticipamos la semana pasada, que se incrementarán las restricciones cambiarias. Cualquier compra o servicio del exterior que los bancos tengan que cubrir en moneda extranjera se reducirán del monto permitido mensual de 200 dólares. Esta mañana los bancos no abrieron las operaciones cambiarias argumentando que no tienen las herramientas para adecuar los sistemas de home banking. Es decir, en la mañana de hoy, legalmente, no se puede comprar un dólar en Argentina.
Claro que el problema no es el dólar. Es el peso, es el déficit y es la presión impositiva que espanta a las empresas que cierran y se van del país todos los días. No hay que ser un adivino para prever que en las próximas jornadas el “blue” se irá para arriba y que, tarde o temprano, el impacto en los precios se sentirá duro. Por más que no se diga, estamos en una nueva y brusca devaluación. O sea, hoy somos más pobres que ayer.
Aunque la clase política es la que ejecuta las medidas, lo cierto es que la responsabilidad está en la mayoría de los argentinos de a pie. José Luis Espert se refirió a este fenómeno en su libro La sociedad cómplice. No hay ninguna duda de que Macri es uno de los grandes responsables de todo esto, pero lo cierto es que no es el único. Él asumió en diciembre de 2015 con el mandato que los votantes le dieron: hacer kirchnerismo sin corrupción. Así ganó Cambiemos las elecciones. Prometiendo que no cambiarían nada, que seguirían los planes sociales, el Estado grande y que todo se mantendría de la misma manera, pero bien administrado y sin corrupción, claro. No es comprensible que nos sorprenda el fracaso macrista.
El problema es que el mismo país que sacó del poder al peronismo hace casi cinco años pensó que la culpa era de Macri y no de su sistema, que no fue otra cosa que la continuidad del modelo económico fallido del Gobierno anterior. Entonces apareció Alberto, quien ganó las elecciones con una promesa: «Vamos a encender las máquinas de las fábricas». ¿Eso era nomás? ¿Apretar un botón? Nadie medianamente pensante puede sorprenderse del derrumbe total del Frente de Todos antes de cumplir el primer año de gestión, si el oficialismo siguió haciendo lo mismo que Macri, que venía haciendo lo mismo que Cristina. Pero lo cierto es que ni Macri ni Alberto mintieron en campaña. Dijeron lo que la mayoría de un país quiso escuchar: soluciones mágicas. Bueno Argentina… las soluciones mágicas no existen. Es hora de despertar.
Lo insólito es que ante el colapso predecible de Fernández, no son pocos los compatriotas que siguen buscando un liderazgo paternalista que arregle las cosas con voluntarismo esotérico. Unos piden a gritos el regreso de Macri, que, una vez más, hace lo mismo que en 2015: denuncia las tropelías autoritarias del kirchnerismo (y está muy bien), pero evita cualquier definición económica concreta. Parece que no aprendió nada. Los otros directamente quieren a Cristina, que no dice una palabra y mira cómo Alberto se desgasta a diario. Ambos, los macristas duros que piden elecciones anticipadas y los fanáticos kirchneristas que quieren darle a CFK la suma del poder público para que arregle todo cual caudilla son parte del problema. El tema es que, entre ambos, son la mayoría del país.
No importa si es Macri, si es Alberto o el que sea. El Estado argentino está quebrado, el modelo de sustitución de importaciones no funciona y hay que pensar el país de cero. Necesitamos una refundación semejante a la que tuvimos en 1853 con la Constitución de Juan Bautista Alberdi.
Hasta que la gente no se dé cuenta de la necesidad de reducir al máximo el sistema socialista y redistribucionista de coparticipación federal, hasta que no se discuta un presupuesto en base cero, hasta que no se debata una brusca reducción del gasto público y de la burocracia y mientras que siga fuera de la agenda una revolucionaria reforma laboral seguiremos cayendo en el pozo. Mientras más tardemos en asumir la realidad, más duro será el proceso de recuperación.