Cuando comenzó la cuarentena por la pandemia del COVID-19 los medios de comunicación se volcaron mayoritariamente hacia el discurso de Alberto Fernández. Por esos días de marzo, el presidente argentino gozaba de índices de aprobación norcoreanos y la mayoría de la gente estaba feliz por quedarse unos días en casa, cobrando el sueldo, lógicamente. Pocos imaginaron el desastre que tuvo lugar en el país para el mes de septiembre: encierro extendido, provincias y ciudades aisladas, desastre económico, autoritarismo gubernamental y explosión de casos en una curva que, lejos de achatarse, sigue buscando el pico.
Mientras que los comunicadores se peleaban por ver quien era más oficialista, en la competencia de la obsecuencia de un momento muy oscuro, el analista Luis Rosales se decidió por otro camino. Lamentablemente pasó medio desapercibido, ya que no se subió a la ola procuarentena, pero tampoco quiso representar a las visiones más conspiranoicas que descreían de la existencia del virus. Rosales presentó una posición medida e interesante, que no sedujo a ninguno de los dos lados de la grieta de un debate absolutamente radicalizado. Terminó teniendo razón. Su advertencia era clara: «Ojo que Argentina puede comprarse el peor de los dos mundos». Así ocurrió.
El excandidato a vicepresidente vio venir algo que pocos anticiparon en la discusión pública del coronavirus en su edición argentina. Los partidarios del Gobierno mostraban unos primeros índices, orgullosos del bajo impacto del virus en el país, pero evitaban dar la discusión económica. Del otro lado se advertía sobre el colapso del sector privado y se aseguraba que Argentina no se podía dar el lujo de mantener la cuarentena un día más. Rosales dijo que si todo seguía como iba durante el mes de abril, corríamos el riesgo de terminar con los dos problemas: la crisis sanitaria y el colapso económico.
«Por mantener una cuarentena incumplible se va a terminar incumpliendo de una forma peligrosa que te podés contagiar. En cambio, si sos realista y empezás a salir de la cuarentena porque no da para más, con una salida canalizada, inteligente, con testeos, con tecnología, con modernidad, podés no contagiarte. De esta manera podemos tener lo peor de los dos mundos. La crisis de salud y el desastre económico. Por mantener una cuarentena que no se está cumpliendo, va a seguir el comportamiento peligroso de la gente que se maneja a escondidas», señaló el periodista el 4 de mayo. Por esos días los números eran otros: 249 muertos y 4 783 contagios.
El 11 de junio la revista Time todavía compraba el discurso del Alberto sanitarista, destacando a la Argentina como una de las once naciones del mundo que mejor manejaron la pandemia. No tardó mucho para que el virus hiciera lo suyo. Hoy, con 451 198 casos positivos y 9 361 fallecidos, Argentina ya está en el top 10 de los países con más contagios. La población relativamente joven es sin duda una contribución al promedio comparativo de muertos. Una nos tenía que salir bien.
Pero el dato más incómodo para el Gobierno y los comunicadores oficiales es que el desempeño en materia de salud ya es peor que el de otros países que se negaron a ahogar la economía como hicimos nosotros. La explosión reciente de casos y la fundición descomunal de una economía partida muestra una triste realidad: rompimos al sector privado para nada. La estrategia oficial parece haber tenido menos sentido que una fuerte y dura quimioterapia a un paciente terminal, que pasó sus últimos meses postrado por el tratamiento, sin el más mínimo sentido.
Lamentablemente, a septiembre nada de todo esto puede tomarnos por sorpresa. Ya para julio el comparativo de la provincia de Córdoba con el país vecino de Uruguay, con extensión territorial y número de habitantes similares, mostraba el fracaso de la estrategia peronista. Cabe destacar que el presidente Luis Lacalle Pou, desde un primer momento se negó a implementar una «cuarentena cavernaria», como denominó el economista Javier Milei a la estrategia de Fernández.
Al día de hoy, las autoridades locales, que ya saben que la gente viola sistemáticamente la cuarentena todos los días, sigue poniendo palos en la rueda y postergando una apertura inteligente. Las ciudades siguen sitiadas, no hay vuelos ni transporte de larga distancia y a los restaurantes, los pocos que quedan en pie y no quebraron, pretenden hacerles cumplir protocolos imposibles. El aumento diario de contagios y fallecidos deja en evidencia que la política hizo todo mal. Es hora de probar con otra cosa.