Anoche se votó (y se aprobó) en el Senado argentino la reforma de la justicia. ¿Qué reforma? ¿La kirchnerista? ¿La albertista? No sabemos. La confusión es total y hay un juego de ajedrez que se nos escapa a los analistas por completo. No importa que los colegas pretendan dilucidar los hechos con una pluma pretenciosa. Absolutamente todos estamos en la mayor de las nieblas, por lo que lo más prudente es invitar a pensar juntos. La semana pasada, cuando escribí que el comportamiento suicida de Alberto Fernández no me cerraba en lo más mínimo, reconociendo que no tenía más que dudas, a las pocas horas salió el expresidente Eduardo Duhalde advirtiendo de la posibilidad de un golpe de Estado.
Cuando comenzó la discusión sobre la reforma judicial, absolutamente innecesaria en el contexto actual (además de peligrosa, claro), la conclusión fue unánime: es el proyecto de la impunidad cristinista y Alberto cedió, una vez más, con su vicepresidente y para muchos “patrona”. Con el tema instalado en los medios y el proyecto en marcha, en el kirchnerismo fue grande la sorpresa cuando se dieron cuenta de que los votos en Diputados no estarían del todo garantizados como en el Senado. La hipótesis del círculo rojo, que no llegó casi a discutirse en los medios, fue la supuesta y magistral jugada del presidente formal contra Cristina Fernández de Kirchner (CFK). “Te abro la discusión, te asocio por default a la reforma por la supuesta búsqueda de impunidad, se cae el proyecto en diputados y, cualquier cosa, digo que así es la democracia… que a veces se gana y a veces se pierde. Después, arreglate en la justicia”. Palabras más, palabras menos, esta sería la versión que los partidarios de la tesis del complot albertista imaginaban.
Ahora bien, esto está solamente en el campo de la especulación. Pero la actitud de CFK, con las cartas sobre la mesa, puede llegar a avalar toda esta novela. Al ver que la aprobación legislativa no estaba asegurada, la exmandataria salió a tomar distancia del proyecto, dejando a Alberto en offside como ideólogo e impulsor de la medida. Ella jamás se había manifestado en defensa de la iniciativa, por lo que la jugada le habría salido redonda. Nadie puede decir que, más allá de todo, Cristina tenga un pelo de tonta. Con su jugada de “bajar” a vice se fumó a Mauricio Macri en pipa, y no sería extraño pensar que ahora le haya dado a Alberto la vuelta como una media, regalándole el posible fracaso de la reforma en la Cámara Baja.
Por estos días Fernández está extremadamente debilitado. Está muy golpeado por varias medidas que habrían salido del núcleo duro del kirchnerismo (como la expropiación de Vicentin), pero por las cuales él fue el único que puso la cara. CFK, aunque odiada por una gran cantidad de Argentinos, sigue fuerte en su núcleo duro y no sufre en sus espaldas el desgaste enorme que tiene Alberto por estas horas. Si todo esto ha sido una estrategia pensada, hay que reconocerle al kirchnerismo que, evidentemente, estamos ante la dirigente política más hábil de la historia reciente. Claro que la inteligencia se puede usar para el mal o para el bien. Y no hay dudas de hacia donde van las energías de la expresidente. Por más lúcida que sea, el autoritarismo le brota permanentemente. En la jornada de ayer, un senador de la “oposición” (que fue en el pasado su ministro de Economía) la increpó por el cuestionable manejo parlamentario del proyecto, que tuvo grandes modificaciones a último momento y no han podido ser discutidas. CFK no pudo con su genio, desestimó por completo a Martín Lousteau y le manifestó el peor de los argumentos: «Senador… van a votar en contra… a ver… ehh…». Lo que no dijo, pero que con su actitud quedó en evidencia, es que sus opiniones eran irrelevantes, ya que, además de votar en contra, lo cierto es que a la oposición no le daban los votos para discutir absolutamente nada. El resultado fue 40 votos por la afirmativa y 26 por la negativa.
En esta hipotética guerra fría entre presidente y vice, Alberto podría todavía tener un tiro para recuperar la iniciativa sobre su jefa política: consensuar una serie de reformas con la oposición en diputados, dejando de lado las cláusulas más duras impulsadas por el kirchnerismo (como la creación de los nuevos cargos) y mandarle el “regalito” otra vez a CFK a Senado. Si la cuestión va por este lado y se produce esta devolución de gentilezas, Alberto comenzaría a respaldarse en los legisladores opositores como los verdaderos aliados y el muro de contención contra la presidente, o como le gusta a ella, «presidenta» del Senado.
Como sea, es preocupante que a menos de un año de asumir, se escuche en el análisis político la posibilidad de que “caiga” Alberto Fernández. Mucho más si reparamos en el hecho que la primera en la cadena de mando es Cristina. El título de este artículo, lejos de querer agregar leña al fuego, no hace otra cosa que poner sobre la mesa lo que ya es parte de la discusión política. Y es un peligro. Alberto Fernández debe llegar, como sea, a 2023.
Seguramente el presidente argentino sienta que está entre la espada y la pared. Y lo está. Pero también nos tiene así a nosotros. Sabemos que tenemos que respaldarlo institucionalmente a como dé lugar por su peligrosísima eventual reemplazante y eso le da un amplio margen de maniobra en su complicado frente interno.