Sin caer en demasiados spoilers para los que no vieron la serie alemana, o para los que no la terminaron de ver, ya es de público conocimiento que Dark trata de una cueva que funciona como un portal en el tiempo. Los protagonistas se trasladan hacia el pasado y el futuro, y el desenlace de la trama se vincula con la búsqueda del momento preciso en el que todo salió mal. Ese punto exacto en la historia donde se jodieron las cosas para poder alterarlo y arreglar el presente y el futuro.
Argentina tiene un momento puntual en su pasado que permitió el despegue, de eso no hay dudas. Aunque los nacionalistas trasnochados sigan reivindicando a Juan Manuel de Rosas, es indiscutido que el país que llegó a tener el PIB per cápita más alto del mundo en 1895 se construyó luego de la Batalla de Caseros, con la aplicación de la Constitución de Juan Bautista Alberdi (1853). La caída del tirano y las ideas del tucumano convirtieron un desierto fraticida en un país admirado por todo el mundo, que supo atraer a millones de inmigrantes que con libertad construyeron el gran país del que hoy quedan solamente los restos.
De poder retroceder en el tiempo como en la serie europea… ¿a qué año viajaríamos para solucionar el drama argentino? Lo cierto es que nuestra historia tiene demasiados momentos donde elegimos el camino equivocado. Repasemos algunos.
1930 y la irrupción de los Gobiernos militares
La Ley Sáenz Peña de 1912 dio inicio al proceso democrático que comenzó en 1916 con el Gobierno del radical Hipólito Yrigoyen. Sin embargo, la Argentina que había crecido exponencialmente los años anteriores no supo consolidar una democracia fuerte. La etapa en cuestión se frustró con solamente dos Presidencias y media. Luego de Marcelo T. de Alvear (1922-1928) el primer golpe de Estado se llevó puesto a Yrigoyen a los dos años de su segundo mandato en 1930. Aunque las interrupciones militares se convirtieron en moneda corriente en la región en gran parte del siglo XX, la aceptación de la figura del Gobierno “de facto” por parte de la Corte Suprema de Justicia permitió convalidar la existencia de procesos fallidos que no solamente fueron autoritarios en muchos aspectos, sino que evitaron la consolidación de las instituciones políticas estables en el país.
Aquel secretario de Trabajo y Previsión llamado Juan Perón
El fundador del Partido Justicialista no fue un extraño a los Gobiernos militares de la primera mitad del siglo pasado. Perón participó como capitán en el golpe del 30 y ya era un funcionario importante para el del 43. Luego de su experiencia en Europa, donde conoció de primera mano al fascismo italiano, Perón regresó al país con un objetivo en mente: la secretaría de Trabajo y Previsión de la Nación. Los militares de entonces no entendían el motivo de la elección, ya que no había nada demasiado interesante allí. Se equivocaron. De ese lugar casi inexistente por entonces, Perón fundó el peronismo y nada volvió a ser lo mismo en Argentina.
Pretender viajar a 1946 para evitar la Presidencia de Perón no serviría de nada. Las raíces del proceso autoritario ya eran sólidas, tal como se vio en el recordado 17 de octubre del año previo.
1955 y el comienzo del peronismo sin Perón
La Revolución Libertadora, que vino a cortar con el proceso autoritario del peronismo, en cierta manera fue el inicio de un período de militares y políticos que, aunque manifestaban una fuerte oposición a este movimiento político, en el fondo mostraban rasgos similares. Aunque la Constitución fascista del 49 quedó sin efecto, el retorno de la de 1853 ya estaba viciado. La inserción del artículo 14 bis que reconoce los «derechos sociales» dejó en evidencia la aceptación general de las premisas heredadas por Perón. Las empresas del Estado creadas en el proceso anterior se mantuvieron vigentes y se consolidó el proceso «mixto” que hoy seguimos sufriendo. Seguramente ni retrocediendo en el tiempo y evitando el escape y exilio de Perón podamos solucionar la problemática argentina en 1955. El virus del colectivismo ya tenía alta dosis en sangre de los mismos que se mostraban como “antiperonistas”.
Perón-Balbín: la dupla que no fue y pudo haber evitado el trágico Perón-Perón
Luego de casi 20 años de exilio, Perón volvió a la Argentina y a la Presidencia, en sus propias palabras como un «león herbívoro». Se amigó con sus exopositores, a los que incluso encarceló en su momento, y para las elecciones de septiembre de 1973 se llegó a evaluar dupla con el radical Ricardo Balbín, como una suerte de propuesta de unidad nacional. Aunque ya no estaban los conflictos de otros tiempos, los referentes políticos más importantes de Argentina no se pusieron de acuerdo con el binomio. Uno aceptaba Perón-Balbín y el otro quería Balbín-Perón. Finalmente la idea quedó en el tintero y la fórmula que se impuso en las elecciones fue la de Perón-Perón. El fundador del justicialismo, con fuertes problemas internos y el enfrentamiento entre las ramas de la izquierda y la derecha del movimiento, llevó a la vicepresidencia a su mujer, María Estela Martínez de Perón. El caudillo, viejo y enfermo, murió en julio del año siguiente y el país quedó en manos de una persona que no tenía ninguna capacidad para ejercer la Presidencia. El colapso fue inevitable. ¿De haber aceptado Balbín la vicepresidencia propuesta por Perón, el país se hubiera ahorrado la tragedia sangrienta de los setenta? No podemos viajar en el tiempo para advertirle al radical que si aceptaba la fórmula, se convertiría muy pronto en presidente. Así que no lo sabremos nunca.
Debimos escuchar a Alsogaray en 1976
Aunque el radicalismo y el peronismo vivan rasgandose las vestiduras con respecto a lo que significó el último golpe militar, lo cierto es que no solamente cogobernaron mediante cientos de intendencias en todo el país, sino que el 24 de marzo de 1976 no cuestionaron demasiado la llegada de Videla y compañía. El único dirigente político que se manifestó abiertamente en contra del inicio del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional fue el liberal Álvaro Alsogaray. Por entonces, el ingeniero decía, con mucha razón, que el peronismo debía quedarse en el poder y asumir las consecuencias del desastre que había generado. Para él, darle un golpe a la viuda de Perón era sacarle las papas del fuego, por lo que advirtió duramente sobre el error de un nuevo proceso militar. Así fue. Al justicialismo no le costó nada reescribir la historia y lavar sus responsabilidades ante las próximas generaciones.
«Los propios ministros del Gobierno y los líderes de una caduca e irresponsable oposición hablan ya abiertamente del golpe de Estado. Frívolos intereses mundanos y materiales los alientan. ¿Por qué habría un golpe de Estado de liberar a los dirigentes políticos de su culpabilidad? ¿Por qué cargar con el desastre facilitándoles al mismo tiempo que escapen indemnes y gratuitamente de la trampa en que se han metido? ¿Por qué transformarlos en mártires incomprendidos de la democracia, precisamente en el momento en que se verán obligados a proclamar su gran fracaso?», se preguntaba Alsogaray por esos días. No lo escucharon.
Gradualismo fracasado volumen 1 y 2
La historia económica argentina muestra dos grandes fracasos recientes casi calcados. El mismo problema se abordó de la misma forma equivocada y hasta se discutió con la misma terminología. José Alfredo Martínez de Hoz, ministro del primer período de la última dictadura (1976-1981), y Mauricio Macri (2015-2019) enfrentaron los problemas de un estatismo consolidado, al que no se le animaron en lo más mínimo. En los setenta se evitaron las reformas de shock con la excusa de no enfrentar al pueblo con medidas impopulares, por temor a que la gente respalde a los movimientos guerrilleros de izquierda por descontento. Recientemente se dijo que si se iba muy lejos podría haber caos y retornar el populismo. El programa en ambos casos fue comenzar un tibio y timorato proceso de corrección, que se iría financiando con endeudamiento externo mientras tanto. El sueño era un futuro con los desajustes corregidos y con una deuda razonable, que se podría finnciar con la Argentina saneada y creíble. Lo único que dejó el “gradualismo” fue un problemárico endeudamiento y un fuerte relato izquierdista consolidado, que señaló a ambos procesos como fracasos “neoliberales”. ¿Habremos aprendido ya?
La década del noventa, déficit, endeudamiento y el breve ministerio de López Murphy
Carlos Menem (1989-1999), que desarrolló un proceso privatizador exitoso, dejó pasar una gran oportunidad. Para evitar cuestionamientos internos del peronismo, a pesar de que logró sacarse de encima todas las empresas del Estado, la burocracia siguió en rojo durante toda su década. El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, felices con la ortodoxia privatista y aperturista argentina se dedicaron a financiar el pasivo irresponsablemente año tras año. Fernando de la Rúa, que heredó el agujero fiscal y la convertibilidad 1 a 1 con el dólar que impedía la emisión, convocó luego de dos años de mandato a Ricardo López Murphy al Ministerio de Economía para solucionar el problema. El economista liberal hizo lo que tenía que hacer y propuso un plan de corrección razonable, sabiendo que en el mediano plazo los precios internacionales le iban a sonreír a la Argentina. El ala izquierda de la coalición gobernante protestó, de la Rúa se asustó y le pidió la renuncia al bulldog. Otra hubiera sido la historia de mantener en el cargo al exministro de Defensa.
La credibilidad de López Murphy ante un importante sector del electorado casi lo lleva a la Presidencia en 2003. Ese año el país tuvo seguramente su última (o más reciente, para no ser pesimistas) oportunidad. Poco más de un millón de votos lo dejaron fuera de un balotaje que pudo haber ganado cómodamente, tanto contra Menem como Néstor Kirchner. Lo que siguió es suficientemente reciente y conocido como para volver a describir en esta oportunidad.
No hay cueva, ¿entonces?
Ya que no podemos volver el tiempo atrás a ninguno de estos momentos históricos, lo único que podemos hacer es reflexionar sobre los caminos elegidos y sus consecuencias. Si aprendemos de nuestros claros y repetidos errores, segurmente podremos cambiar la historia y corregir el curso para volver a ser lo que fuimos hace no demasiado tiempo, el país más rico del mundo.