El fallido Gobierno de Fernando de la Rúa tendría que haber dejado una lección para sus sucesores, pero lamentablemente esto no es así. Al igual que Mauricio Macri, que se acobardó ante la más mínima reforma que pudo haber cambiado el rumbo económico del país, Alberto Fernández repite un viejo síndrome de los mandatarios argentinos: el pánico al “qué dirán” en el ala izquierda de la coalición de gobierno.
En 1999, de la Rúa asumió la presidencia con una consigna clara: mantener el modelo económico menemista, pero sin corrupción. Aunque no formó parte de del debate por esos años, no había ninguna posibilidad de arreglo si no se corregía el déficit fiscal que se acumulaba año tras año. Sin la capacidad de emitir pesos con la convertibilidad en vigencia, las opciones eran claras: corregir o explotar.
Luego de dos años de ir a los tumbos, de la Rúa decide convocar al liberal Ricardo López Murphy al ministerio de Economía. El “bulldog” dejó el ministerio de Defensa, asumió la cartera y presentó un plan de corrección fiscal moderado y razonable. Luego de la presentación del plan económico, el ala izquierda del oficialismo, formada por un sector del radicalismo y lo poco que quedaba del Frepaso alrededor del Poder Ejecutivo, puso el grito en el cielo. En lugar de respaldar al ministro y su plan, de la Rúa se asustó y le pidió la renuncia. Luego cometió el error más grande de su vida en confiar en Domingo Cavallo, que le vendió una receta mágica para “crecer sin ajuste” que, lógicamente fracasó. Poco tiempo después, Macri creyó en la misma idea y el resultado fue el mismo.
La cobardía del expresidente se materializó en su renuncia en diciembre de 2001 y con la foto de la huida en helicoptero de la Casa Rosada, de la Rúa arruinó su imagen pública de toda una vida. Ya nadie recuerda al joven promisorio dirigente radical, al ilustre legislador y al mejor jefe de Gobierno que tuvo la Ciudad de Buenos Aires. Su apellido se convirtió en sinónimo de crisis y fracaso para la gran mayoría de los argentinos.
A casi dos décadas de aquella tragedia, Fernández, que podría respaldarse un poco más en el peronismo tradicional, titubea ante los ladridos de la izquierda infantil que gira alrededor del kirchnerismo. Esta semana, el mandatatario reculó dos veces y mostró que, al menos por ahora, no piensa hacer enojar a los voceros del chavismo dentro de la coalición de Gobierno argentino.
Dejarse “poner los puntos” por Hebe de Bonafini
Luego de la foto del presidente argentino con un grupo de empresarios el pasado 9 de julio, en lo que buscó ser un llamado a la unidad nacional, la titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, cuestionó duramente a Fernández mediante una carta abierta:
“Después de mucho discutirlo nos dirigimos a usted con mucho dolor porque nos sentimos agraviadas y heridas en lo más profundo de nuestro corazón al ver que usted sentó en su mesa a todos los que explotan a nuestros trabajadores y trabajadoras, y a los que saquearon el país. Y lo más grave de todo: a los que secuestraron a muchos de nuestros hijos e hijas que luchaban por un Patria liberada”.
Bonafini y compañía consiguieron lo que querían, cuando el presidente respondió con una carta conciliadora desde su “afecto y compromiso de siempre”. En el texto, difundido en redes sociales, casi como pidiendo perdón, Fernández le aclaró a Bonafini que es su obligación “sentarse con todos”. ¿Acaso avala el mandatario la tesis de que los empresarios son los explotadores y secuestradores a los que hace referencia Bonafini? Ante el silencio de presidente, el titular de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi, tuvo que salir a defenderse por sus propios medios:
“Yo nunca secuestré a nadie ni dejé de pagar un sueldo… En la pandemia no dejé de pagar salarios y no le pedí ayuda a nadie. No merezco que me trate de antipatria o que diga que secuestramos a su familia”.
Desde mi afecto y compromiso de siempre. @PrensaMadres pic.twitter.com/OnAt4n17B1
— Alberto Fernández (@alferdez) July 14, 2020
Una vez más, Venezuela
Lamentablemente, el bochorno con Bonafini parece que no fue suficiente para una semana. En la jornada de ayer el que ladró fue el periodista “K” Víctor Hugo Morales y, una vez más, el presidente argentino se metió en el conflicto en vez de mandar allí al perro ofuscado.
Resulta que la gestión de Fernández manifestó formalmente su “profunda preocupación” por la violación a los Derechos Humanos de la dictadura chavista, lo que hizo enojar a Morales. “Es intolerable y da mucha vergüenza y dolor”, señaló. Para el comunicador estrella del kirchnerismo con pretenciones de intelectual, el Gobierno argentino, con estas palabras, no hace otra cosa que “ponerse de rodillas ante Donald Trump“.
Una vez más, Fernández volvió a poner paños fríos y recordó que la Casa Rosada sigue reconociendo a Nicolás Maduro como presidente y no a Juan Guaidó, como hizo el macrismo. Una vez más se decidió por el discurso lavado de la necesidad de elecciones limpias (como si fueran posibles con el chavismo al mando) y se negó a cualquier idea similar a “un golpe de Estado”.
Por ahora, Fernández decide seguir apostando por la ambigüedad total, mientras le promete a todos que piensa hacer lo que ellos quieren. Desde el más allá, Perón le debe estar queriendo recordar que ni él pudo conseguir esto y a su lado, en la nube de la unidad nacional de los exmandatarios radicales y peronistas, de la Rúa le suspira otra enseñanza: “no le tengas miedo a la izquierda, porque vas a terminar mal”.