El espacio de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) siempre tuvo divisiones internas. Por un lado hay un sector peronista más pragmático que mira tanto a la jefe como al sentir de la opinión pública. Este espacio, que hoy está de vuelta con la exmandataria, llegó a enfrentar en las urnas al kirchnerismo duro. Por el otro lado están “los soldados de Cristina”, como a ellos les gusta denominarse. Se trata de una reencarnación (venida a menos) de ese justicialismo de izquierda que el mismo Perón utilizó a su favor, hasta que entraron en la clandestinidad y lo enfrentaron con las armas.
Los Montoneros pusieron el cuerpo para que el caudillo retornara al país y fueron traicionados. Finalmente, sus cuadros de base fueron masacrados por la última dictadura militar. Cabe destacar que el Proceso de Reorganización Nacional no hizo otra cosa que terminar con el trabajo sucio de la Triple A del peronismo ortodoxo, por el cual se había decidido el general.
Durante los años del primer ciclo K (2003-2015) este espacio tuvo poder, hizo negocios, se apoderó de las empresas públicas, pero no pudo consolidar el proyecto hegemónico que soñaba para el país. Cuando se animaron a proponer la reforma constitucional para que en 2015 Cristina volviera a ser candidata, millones de argentinos salieron a manifestarse en contra. El proyecto quedó archivado y Mauricio Macri tuvo su oportunidad desperdiciada.
En la última campaña, con CFK escondida detrás del bigote de un Alberto Fernández de discurso moderado, el kirchnerismo duro prometió que volvería “mejor”, que aprendió de sus errores y que todo sería diferente. Sin embargo, la realidad era muy distinta. Lo único que aprendió es que tiene que llevarse absolutamente todo puesto para no volver al llano, como en los cuatro años de Juntos por el Cambio.
La pandemia y la cuarentena del coronavirus (COVID-19) le dio la excusa perfecta para implementar el estatismo exacerbado que siempre tuvo en la cabeza. Hoy el modelo de expropiación es parte de la discusión de todos los días, mientras que el sector privado se cae a pedazos. Las autoridades les prohíben a muchas empresas trabajar, pero tampoco las autoriza a despedir empleados o a reducir sueldos. Ahí aparece el Estado argentino a proponer salvatajes para pagar los salarios con dinero recién impreso, que muy pronto carecerá por completo de valor alguno. Mientras la maquinita del Banco Central trabaja a luz y sombra, en el último año el déficit fiscal se multiplicó un 700 % durante el mes de mayo. Los números de junio, con la recaudación por el suelo, podrían ser incluso peores.
En la jornada de ayer, lejos de proponer un programa para encaminar la situación, el Frente de Todos reconoció abiertamente el modelo de país con el que sueña para el futuro. “Una economía básicamente motorizada por el Estado”. Para los delirantes del kirchnerismo esto sentará las bases para “un país más justo, donde la cuenta no dé siempre a favor de los que más tienen”.
Cuando todo esto haya pasado, vendrá una economía básicamente motorizada por el Estado que, a través de la inversión pública, movilice los recursos necesarios para poner a la Argentina nuevamente de pie.
Por eso, estés donde estés, seguí cuidándote. #ArgentinaUnida ??
— TOD☀️S (@FrenteDeTodos) June 22, 2020
Mientras tanto las pequeñas y medianas empresas caen como moscas. A la complicadísima situación económica que se vivía hasta marzo, ahora se le suman las consecuencias de una cuarentena extendida. Caminar por cualquier calle de Buenos Aires, incluso en las zonas más pudientes, es un drama. En muchas cuadras la cantidad de comercios cerrados ya equipara al número de los abiertos. ¿Hace falta aclarar hacia dónde va la tendencia?
En lugar de ofrecer un alivio fiscal, reducir el enorme peso de la burocracia, desregular los contratos laborales y permitir que los negocios funcionen con los recaudos necesarios, el Estado ahoga, ahoga, ahoga y no se salva nadie. La semana pasada Latam informó que el país no era viable y se retiró del mercado interno argentino.
Cada vez son más las voces que aseguran que la fundición total y absoluta del país no es más que un plan siniestro para liquidar al sector privado y quedarse con todo. Cuando uno ve las iniciativas y el discurso oficial, hay cada vez más duda sobre lo conspiranoico o lo real detrás de todo esto.
Sobrevivir hasta 2021 y aprovechar la última oportunidad
En las últimas horas proliferaron las marchas en contra de las iniciativas de un Gobierno, al que muchas personas ya denominan como “socialista“. Las banderas en defensa de la libertad y la propiedad privada por estos días no son parte del discurso de nicho liberal. Están en boca de todos.
Las elecciones de medio término del año próximo pueden ser la última oportunidad para librarse del kirchnerismo de una vez por todas. Ellos mostraron la hilacha y reconocieron su verdadero proyecto, lo que escandaliza a millones de argentinos, incluso a muchos quienes votaron por Alberto Fernández en las últimas elecciones.
Un traspié del kirchnerismo duro puede volver a alejar a la columna vertebral peronista del espacio de Cristina, para que así florezca una opción en 2023. En caso de que el país vuelva a tener la suerte de librarse del populismo mediante un proceso electoral, el próximo gobierno deberá tener muy en claro el fracaso económico de Macri y hacer las reformas necesarias desde el día uno.