“Debemos empezar a tener actividades sociales y productivas. No podemos tener una cuarentena permanentemente”, indicó por estas horas el ministro de Salud argentino, Ginés González García. Sus palabras, si bien son ciertas, no dependen de la planificación gubernamental ni de la voluntad de Alberto Fernández. En los últimos días la gente comenzó a decir “basta” y en las redes sociales viralizaron los casos de desobediencia civil que, con el correr de los días, dejan de ser aislados.
La estrategia oficial fue clara desde un primer momento. La crisis económica que se avecina, que tiene poco que ver con la pandemia del coronavirus (COVID-19) y mucho con problemas estructurales desde hace años, iba a ser contrastada o justificada con un “buen” número en materia de muertos. Cuando esta pesadilla termine, y el mundo esté complicado en materia económica, Argentina iba a estar directamente quebrada. Las floridas palabras de Fernández mostrarían los números en una pantalla donde se confirmaría que estamos pobres pero vivos.
La cuarentena total parece haber llegado a su fin. Es claro que para que el Estado pueda mantener una política semejante hace falta una cosa: que la gente en su totalidad o su gran mayoría obedezca. No hay poder de represión para una rebeldía generalizada. Con el correr de los días, cuando uno sale a hacer las compras, o simula que está yendo al supermercado, ya percibe el hartazgo y el movimiento en las calles. De a poco la circulación comienza a ser mayor, mientras que las redes y las noticias reflejan los casos donde la desobediencia se puso complicada.
El video de la chica que se negó a detenerse ante el pedido de los oficiales de policía, citando la Constitución y aclarando que en el país no rige el estado de sitio, fue uno de los más comentados en las últimas horas. La ciudadana terminó escapando de la escena luego de arrojarle gas pimienta en la cara a los agentes de seguridad. Esto reabrió el debate de Sara: ¿su comportamiento es irresponsable y repudiable o ejemplar? Por ahora, los medios siguen alineados con el Gobierno y se mantienen en la primera opción. Pero de a poco la gente comienza a tomar distancia de esta medida y las empresas periodísticas no mantendrán por mucho tiempo discursos contrapuestos a las opiniones que se tornan mayoritarias.
Pero, más allá de estos casos de rebeldía concretos (que se van multiplicando), lo que abre el debate más serio es la situación de los trabajadores informales. Los argentinos que si se quedan un día más en la casa no podrán darle de comer a su familia.
El vendedor ambulante de la Villa 31, que salió por televisión pidiendo que la gente “deje de votar al peronismo”, fue uno de los casos más comentados. Todo parece indicar que el próximo anuncio debería venir con alguna novedad en materia de libertades, ya que ir para atrás y declarar el estado de sitio a dos meses de la cuarentena no parece ser una opción viable a esta altura.
El 10 de mayo termina el plazo actual declarado por el presidente y el panorama parece indicar que no hay más espacio para un anuncio como los anteriores: es decir, hablar de una nueva fecha, defender el achatamiento de la curva y confirmar que nada cambiará por ahora. El mandatario argentino, que comenzó la cuarentena con altísimos índices de respaldo popular, sabe que la situación cambió. Lo único que queda esperar es si consigue el apoyo de las intendencias y los Gobiernos provinciales para una apertura gradual acordada o si comienza una etapa de desencuentros. Cabe destacar que la ciudad y provincia de Buenos Aires ya se negaron a aplicar el permiso de tránsito de 500 metros que Fernández habilitó en su último anuncio.