Técnicamente, a Horacio Rodríguez Larreta le queda un tiempo como jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Políticamente… ya está muerto. A partir de ahora pasará a engrosar la lista de los que se denominan como «muertos políticos». Esos dirigentes zombis que están, pero que no. Esos políticos a los que un hecho fortuito, un error desafortunado o una circunstancia en particular le «mataron» la carrera. Horacio se veía, en algún momento, presidente. Ahora es el que «quiso encerrar a los viejos» para la mayoría de los argentinos. En veinticuatro horas, el intendente porteño dilapidó su carrera de la mano de un grosero error autoritario incrementado por la sensibilidad extrema de la opinión pública encerrada.
Larreta, al igual que Alberto Fernández, gozan de un privilegio particular. La opinión pública, en general, aceptó correrlos del epicentro de «la grieta». Aunque uno llegó de la mano de Cristina Kirchner y el otro de Mauricio Macri, lograron posicionarse en un lugar diferente. Los macristas no odian a Alberto como a la expresidente y los kirchneristas no odian a Horacio como desprecian al exmandatario. Puede ser materia subjetiva, psicológica o incluso una injusticia en cuestión de percepción política, pero es un hecho. Fernández le ganó a Macri y Cristina nunca hubiera podido conseguirlo. La mayoría de los argentinos, en su conjunto, odian a Macri y a Kirchner, pero Larreta y Fernández, aunque son odiados por el macrismo duro y el kirchnerismo de paladar negro, son, al menos, tolerados por los grupos menos ideologizados de ambos espacios. Así uno consiguió la reelección en la Ciudad y el otro la Presidencia.
Hasta la semana pasada tenía en mente un artículo, que por posponerlo ya quedó descartado. Se iba a llamar «Los futuros dueños del partido único». Se trataba de una referencia a la inevitable sociedad política entre Fernández y Larreta. Los «lavados» que escaparon a los extremos de la grieta y que, con base en el discurso de la no confrontación y la gestión, podrían convertirse en los dueños del país, de la mano de un nuevo espacio político que jubile a los padres de las criaturas en cuestión. Es decir, a los expresidentes amados por dos minorías, pero odiados por la mayoría en su conjunto de manera individual. Nadie mejor que Alberto y Horacio para «matar» a sus «padres» como en un clásico drama griego para consolidar el armado de poder de la Argentina pospandemia. Alberto se acaba de quedar sin socio y Horacio sin futuro político.
La medida, anunciada la semana pasada, que los mayores de setenta años no iban a poder salir a la calle a partir de hoy lunes fue recibida de manera pésima. Los argentinos en general y a lo largo de todo el país hablaron de libertad individual y de Constitución. Los liberales nos emocionamos.
Con el problema ya explotado, las autoridades porteñas metieron mano. Fue peor. La primera medida fue salir a aclarar que iban a ser persuadidos para no salir mediante conversaciones telefónicas, donde se les explicaría el detalle del riesgo que corren en la calle cuando van a hacer las compras. Esta iniciativa fue considerada como un insulto y una subestimación.
Durante el fin de semana se llamaron al silencio y mucho se especuló con que la medida podía quedar sin efecto por la catarata de críticas que generó. El Macri intendente reculó muchas veces y puso la cara. «Me equivoqué, nos equivocamos» y dejó en más de una oportunidad alguna resolución sin efecto. Su hijo político decidió otro camino. En el boletín oficial apareció la normativa oficializada, pero con una salvedad: no habría sanciones. O sea, están obligados a llamar al 147 a «pedir permiso» para ir al supermercado y escucharán los consejos de un Estado municipal que el mes pasado recomendaba no usar barbijo y hoy los declaró obligatorios. Luego tendrán el aval para hacer las compras por 48 horas. Pero como se supo hoy, no los multarán ni les iniciarán acciones penales como a los sub 69 que sean encontrados en la calle sin excusa.
Ya no importa. Probablemente, aunque hubieran decidido anular la medida, la mancha ya era imborrable. Larreta se convirtió en el liberticida, el antiviejos, el violador de la Constitución, en el intendente que debe renunciar y en un personaje repudiado por muchos. Probablemente demasiados. Lo cierto es que lo merecía desde hace mucho. Pero como dice el dicho, «a cada chancho le llega su San Martín».
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