Finalmente llegó la confirmación oficial del mismo presidente Alberto Fernández: la cuarentena versión Argentina no se terminará en marzo, por lo que se extenderá (por ahora) hasta final de Semana Santa. El mensaje presidencial fue transmitido anoche, pero no se limitó al anuncio en concreto. El jefe de Estado también advirtió que no piensa admitir despidos en el sector privado.
En la opinión de Fernández, en el peor de los casos, “los empresarios”, como si se tratara de un grupo homogéneo en las mismas circunstancias y con las mismas capacidades, deben entender que no es momento de ganar plata. Para el presidente argentino despedir un trabajador en este momento es una actitud “miserable”.
Como ya es costumbre en el peronismo, el mensaje tuvo un destinatario concreto: Paolo Rocca de Techint. Desde que se declaró la pandemia y la cuarentena, su empresa habría desafectado a 1 450 trabajadores que se desempeñaban en operaciones actualmente paralizadas.
En su discurso, el presidente destacó que sus medidas están en sintonía con el pensamiento del papa Francisco. En una transmisión reciente, Jorge Bergoglio aseguró que una empresa que despide para salvarse “no es una solución”. Lo que no dijeron ni el papa ni el presidente, es de donde recibirán sus salarios los empleados de una empresa que no pudo salvarse y tuvo que cerrar sus puertas.
Más allá que la ira del presidente tenga como inspiración a Techint (que fue socia del Estado argentino en un sinnúmero de oportunidades), lo cierto es que la mayor parte del sector privado argentino no es una mega empresa con espaldas para sostener a su personal en una situación de adversidad como esta. El mundo de las pequeñas y medianas empresas, los comercios minoristas y hasta el sector informal, nada tienen que ver con la realidad de Techint. Un mes sin ingresos ha sido una calamidad para la mayor parte de la economía real argentina.
En lugar de atacar la empresa privada desde la Presidencia de la Nación, Fernández debería, para empezar, predicar con el ejemplo. Hasta el momento el sector público no ha sufrido ninguna pérdida de privilegios desde que se declaró la cuarentena. Peor, la burocracia nacional está de vacaciones en su casa, percibiendo la totalidad del salario. Antes de mencionar al sector privado, el presidente debería comentarnos a todos en que va a contribuir el sector público.
Es claro que el mundo privado en general sufrirá un enorme sacudón. De eso no hay dudas. Pero como en nada ayudó la ley de la “doble indemnización” que impuso Fernández al inicio de su gestión (no para las “grandes empresas”, sino a todos), la imposibilidad de despedir en estas circunstancias lo único que puede significar es un quebranto seguro para muchas pequeñas y medianas empresas.
Sin embargo, desde el Estado se podrían tomar muchas medidas para contribuir a la complicada situación. Una suspensión del pago de todos los impuestos para los sectores más comprometidos sería un buen comienzo. Si el presidente dice que esto es una emergencia total, debería tomar medidas excepcionales. Otra propuesta temporaria podría ser dejar en libertad de acuerdo a empleadores y a empleados hasta que pase el temblor.
La posibilidad de recibir salarios reducidos, o incluso la suspensión del mismo por uno o dos meses, pueden ser propuestas a considerar. Aunque esto suene difícil de asimilar, hagamos un ejercicio mental y comparemos la situación de pasar dos meses sin ingresos, sobreviviendo de la ayuda de los familiares y amigos que puedan dar una mano, con otra escena alternativa: quedar sin trabajo en medio de una recesión global, que puede coicidir con la peor crisis económica en la historia argentina.
Para poner en funcionamiento la solidaridad a la que Fernández hace referencia, es necesario dejar en libertad de acción al sector privado mientras dure el drama. Sin dudas veríamos empresas con gerentes que por un tiempo cobren salarios de personal de base (o que renuncien a los mismos), subsidios internos cruzados y beneficios para los empleados que más lo necesitan. Pero para esto hay que otorgar libertad de acción, que tendría que ser la norma y no la excepción. Desde la soberbia de la planificación centralizada no se encontrarán respuestas.
En este momento delicado lo menos que se necesita es la política patotera del atril.