Esta semana Turingia rompió lo que se conoce como el “cordón sanitario” de la política alemana. Por primera vez en la historia la Alternativa para Alemania (AfD), de extrema derecha/filonazi, puso a alguien con sus votos en un Poder Ejecutivo del local. Al cuestionado espacio político, que había conseguido el segundo puesto en las elecciones de octubre, sumando 22 legisladores locales, no le alcanzó para darle el triunfo al candidato propio. Sin embargo, luego de una maniobra que aún no se sabe si fue unilateral o consensuada, el AfD llevó con sus votos al candidato del Partido Demócrata Libre (FDP), de orientación liberal, Thomas Kemmerich, a la jefatura de Gobierno.
La coalición izquierdista que venía ejerciendo el poder en Turingia estaba conformada por Die Linke (“la izquierda”, literal), el SDP (socialdemocracia) y los verdes (partido de agenda ecologista y medioambiental). Pero la tendencia electoral se modificó levemente y a esta coalición no le dieron los votos para renovar el mandato. Los conservadores del partido de Merkel (CDU) contaban con 20 escaños, los liberales con 5 y el populismo de derecha, como dijimos, con 22.
En las primeras rondas, donde hacía falta una mayoría especial, la alianza de izquierda no pudo imponer a su candidato. Pero en una tercera instancia, cuando solamente hacía falta una mayoría simple, la AfD se abstuvo de votar por un candidato propio. En una maniobra que sacudió a la política alemana, la extrema derecha depositó todos sus votos, incluso el de su candidato, Björn Höcke, por el candidato liberal. De esta manera Kemmerich, que contaba con el apoyo de la CDU, ganó sorpresivamente la elección, a pesar de pertenecer a una fuerza minoritaria. Cuando la persona encargada del protocolo le preguntó, según indica el reglamento, si el candidato del FDP aceptaba el cargo para el que había sido electo, Kemmerich respondió afirmativamente.
El terremoto que generó su actitud sacudió, no solamente a la política alemana a nivel nacional, sino a Europa entera. Luego de la juramentación, las protestas se sucedieron en todo el país, pero lo curioso es que las críticas no se limitaron a los espacios de izquierda. El FDP le pidió la renuncia inmediata al flamante dirigente electo y dejó en claro que si no lo hacía por las buenas se consideraría hasta su expulsión del partido. Por su parte, la canciller Angela Merkel también cargó contra su partido en su versión local y calificó a la elección como una “vergüenza” para Alemania.
Finalmente hubo acatamiento partidario y Kemmerich renunció de forma indeclinable a su cargo, pero antes disolvió el Parlamento de Turingia y llamó a nuevas elecciones.
Positiva llamada de atención, pero las conclusiones son insuficientes
Aunque el “cordón sanitario” fue reestablecido, y con un antecedente que incluso lo fortalece, para ser coherentes con una posición democrática, madura y tolerante, el AfD debería llevarse consigo a Die Linke a la Siberia del aislamiento político alemán. La incoherencia y la hipocresía de la socialdemocracia en señalar con el dedo a las eventuales alianzas con la extrema derecha, mientras forma gobiernos con la extrema izquierda, es inaceptable.
Pero más allá de esta ambigua posición, la actitud miope del SPD no debe servir de excusa para “indultar” al AfD y aceptarlo dentro del marco de lo que se denomina como “los partidos democráticos” del sistema. La extrema derecha está bien aislada y debe permanecer allí, pero en compañía de la izquierda radical, que propone volver impunemente a los años de la fallida y dictatorial Alemania Oriental.
Lamentablemente, en el mundo la socialdemocracia se está volcando más hacia la referencia “social” que a la “demócrata”. En Estados Unidos vemos como uno de los dos partidos mayoritarios exhibe candidatos que reivindican lo que denominan como un “socialismo democrático” y en España, el tradicional PSOE, no solo coquetea con el chavismo, sino que forma alianza y gobierna con Podemos.
Además de cosechar pésimos resultados en la gestión, el crecimiento de la influencia de la izquierda dura terminará significando casi automáticamente un crecimiento en el populismo de derecha. Es inevitable.
Los socialdemócratas en Europa, Estados Unidos y el mundo deberían discutir con los conservadores o los liberales en lugar de generar alianzas y coaliciones desastrosas, que eventualmente terminarán también comiéndose sus propios capitales políticos.