El economista libertario Javier Milei, que acertó bastante con todos los desajustes que produjo el Gobierno de Mauricio Macri, dejó una advertencia preocupante: la próxima crisis puede ser la peor de la historia, ya que podría combinar la hiperinflación de la gestión de Raúl Alfonsín, a finales de los ochenta, y la recesión de la salida de la convertibilidad del proceso de la Rúa-Duhalde 2001-2002. Si uno ve la velocidad de la impresión de billetes del Banco Central (en el marco de un duro control de cambios) y le suma la caída de la actividad privada, a la que se le agrega constantemente impuestazos, lo cierto es que no queda más que reconocer el triste panorama sombrío.
Por estas horas, el país podría estar viviendo lo que se conoce como “la calma que antecede al huracán”. El peronismo, que parece que es el único espacio político que puede hacer cosas incómodas sin grandes sobresaltos, terminó de licuar los salarios y las jubilaciones, para ver si consigue reducir algo el déficit y convencer al FMI de una posible renegociación que evite un desastre. Pero varias provincias se acercan al default (como el caso de Buenos Aires donde hay salvataje o colapso) y los controles de precios, como era de suponer, no están dando respuesta para frenar la inflación. Claro que el sindicalismo hace lo suyo. Con Mauricio Macri no eran más que exigencias con relación a la real pérdida del salario de los trabajadores, pero ahora hay mucha más paciencia y comprensión peronista. Pero todo tiende de un hilo y las palabras del economista Carlos Melconian (que dijo que todo “se puede ir a la mierda en cualquier momento”) resuenan más que nunca.
En este escenario complicado, en lugar de proponer las reformas de fondo que Argentina necesita para evitar o minimizar el casi inevitable colapso, los actores políticos se quedan en la especulación total. ¿Cuándo explota la bomba?, ¿Quién paga los platos rotos? y ¿Quién queda bien parado? parecen ser las únicas preguntas y preocupaciones de la política nacional.
Que luego de eso debe llegar la ortodoxia y que no habrá lugar para más experimentos lo saben todos. Seguramente también el kirchnerismo. Todos los espacios saben que, en el mejor de los casos, serán ellos los que tengan que agarrar el frente caliente, pero no les importa. Les alcanza con que los otros se queden en el camino.
La oposición
Mauricio Macri está, como se dice en la jerga política argentina, “guardado”. No quiere ni dar la cara ni exponerse al desgaste de la coyuntura. El expresidente se abraza a su último —y seguramente único— logro. Juntos por el Cambio, en las primarias de agosto, logró solamente el 32 % de los votos ante el peronismo que sumó el 48 %. Luego de un cambio de estrategia, con Miguel Ángel Pichetto a la cabeza y un discurso más duro, el macrismo consiguió llegar el 10 de octubre al 40 %. Aunque no le alcanzó para ganar las elecciones, Macri se retiró con dignidad con el capital nada despreciable de ser el que amalgama al voto no peronista/kirchnerista. Y el expresidente no quiere poner eso en riesgo hasta el momento justo.
A su favor tiene el hecho de que la oposición no tiene liderazgo claro y él, en la total ausencia y silencio, sigue siendo lo que más se parece a eso. En las elecciones de medio término tendrá que revalidar el título para volver a la cancha. Pero por ahora, el expresidente está absolutamente desaparecido… y especulando.
El Frente de Todos ya tiene sus grietas
Queda claro que la estrategia de Cristina Fernández de Kirchner de proponer a Alberto Fernández para encabezar la formula presidencial fue un éxito total. Pero también es indiscutible que esa alianza entre el peronismo tradicional y el kirchnerimo ideologizado es incómoda e inestable.
Durante el primer mes de mandato se ha visto lo que muchos analistas descartaban: un equilibro en el poder. Ni Fernández fue una marioneta de la expresidente, pero tampoco Kirchner ha dejado de gravitar en el esquema de poder real de Argentina. El “albertismo” crece, pero Cristina se mantiene vigente. La política exterior argentina es uno de los escenarios donde mejor se perciben estas contradicciones en el marco de un gobierno.
Aquí la especulación también está en los dos espacios. Nadie descarta la crisis, pero en el peronismo esperan otra cosa que en el kirchnerismo. Para el sector más vinculado a Alberto Fernández, la esperanza (si se puede decir así) es la de una “crisis controlada”. Es decir, un sacudón que sea lo suficientemente fuerte como para que el Gobierno pueda girar hacia la ortodoxia sin dar grandes explicaciones. Resumiendo, una movida que vacíe de poder real al kirchnerismo. Varios dirigentes peronistas incluso se animan a pensar un nuevo esquema de poder con un Alberto respaldado por las bancas de la oposición. Para esta tesis, la opinión pública percibiría, como a principios de los noventa, que la apertura y el cambio de modelo son necesarios, por lo que el espacio K quedaría fuera de juego.
Alrededor de la expresidente también esperan “la piña”. Pero en el kirchnerismo el análisis es más básico: el electorado responsabilizará el golpe con el plan del presidente y depositará en la vice toda la esperanza. Con estas mochilas a cuestas en la Casa Rosada, los funcionarios que responden a uno y otro espacio se saludan todos los días, sin dejar de mirarse de reojo.
Claro que se trata de política (y de la política argentina) por lo que puede pasar algo de esto o nada de lo que se está especulando hoy en el mundillo del poder. Pero al menos, estas son las cuestiones que ocupan las cabezas de la casta política por estas horas calurosas de verano en Buenos Aires.