Los roles en la política están determinados por el espacio que deciden ocupar sus protagonistas, pero también por el contexto y la situación alrededor de los adversarios. Cuando Mauricio Macri decidió pasar del mundo de Boca Juniors a la política grande, su espacio natural era el del campo de la centroderecha. Por esos días el kirchnerismo se hacía cargo del Poder Ejecutivo nacional y la oposición, bastante atomizada, contaba con algunos referentes acordes al paladar del votante más conservador.
Ricardo López Murphy, referente del ala no izquierdista de la Unión Cívica Radical (UCR), apareció en escena luego de la fallida gestión de Fernando de la Rúa. El expresidente de la UCR decidió quitarle el apoyo a Murphy y evitar un necesario ajuste y, con motivo de ese grave error, terminó cayendo el Gobierno. El bulldog, producto de esas circunstancias, quedó como el enemigo de la izquierda (ya que demostró que no le temblaría el pulso para hacer lo que deba cuando tenga la oportunidad) y se ganó el respeto del electorado más “responsable”.
Por su parte, Macri hizo un primer intento en la Ciudad de Buenos Aires y luego fue electo diputado nacional en 2005. Por esos días su discurso era bastante más claro de lo que fue su gestión como presidente: reconocía el error de las estatizaciones, hacía referencia a la necesidad de reducir el Estado, proponía reducir los impuestos y hasta se animaba a defender algunas políticas de la década del noventa. Con el kirchnerismo y su “transvesalidad” como coalición de centroizquierda, las circunstancias políticas llevaron a Macri y Murphy a coincidir en un frente que represente al espacio antagonista: esa alianza se llamó Propuesta Republicana (PRO). Cabe destacar que por entonces no se trataba de un partido, sino de un acuerdo entre dos fuerzas. Estas eran Compromiso para el Cambio del espacio macrista y Recrear, del lopezmurphismo.
Pero cuando llegó el momento de la puja por el poder, el incremento de los espacios legislativos y cuando se consiguió la jefatura de gobierno porteña, la situación tomó un giro predecible. Macri comenzó a percibir las chances de reemplazar al kirchnerismo y decidió hacer algo más laxas sus convicciones. Su espacio político, con menos principios que los del mismo Macri y con más ganas de llegar al poder que otra cosa, incentivaron el cambio de rumbo. Ya no se hablaba de privatizaciones sino de gestión, ya se dejaba de cuestionar el gasto público y se empezaba a hablar de eficiencia y se generó un discurso lavado que no resulte antipático para ningún sector del electorado. Al espacio de centroderecha ya se lo tenía en el bolsillo y había que ir por un sector más amplio que garantizara una victoria a nivel nacional.
Pero el macrismo percibió que Murphy era una piedra en el zapato. El exministro se mantuvo firme en sus convicciones y no quiso proponer medidas que no fuera a cumplir o que fracasaran eventualmente. Cerca de las mieles del poder, los macristas (y la mayoría de los lopezmurphistas de entonces) decidieron que era hora de correr al bulldog del camino para encolumnarse detrás del intendente de la capital. Logrado el objetivo, ya PRO como partido único del espacio comenzó la peregrinación a la Presidencia.
El objetivo se cumplió, pero las promesas de campaña y el discurso light de Macri tuvieron su correlato en la función pública y ocurrió lo inevitable: un fracaso total en lo económico que dejó a un país con más pobres, con más deuda y con un peronismo hegemónico detrás de una Cristina Fernández de Kirchner (CFK) triunfante, que en 2015 estaba más cerca de la cárcel que de otra cosa.
Claro que el votante de centroderecha se sintió defraudado por las políticas del macrismo, pero la polarización con el kirchnerismo generó un efecto tapón para que no surgiera otra alternativa. Ese electorado asumió que cada voto que no se llevara Macri era favorable al espacio de Cristina. Una clara muestra de esta situación fue lo que sufrió el economista liberal José Luis Espert en las últimas elecciones: muchas personas manifestaban el deseo de sufragar a su favor, pero reconocían públicamente que no lo harían por temor a que volviera la expresidente. Sin embargo, volvió el peronismo y CFK se convirtió en la presidente del Senado.
Hoy la situación es delicada y no hay tiempo para llorar sobre la leche derramada. Pero sí hay que aprender de los errores. El peronismo, si se mantiene en el rumbo del primer mes de mandato, fracasará estrepitosamente. Si corrige (luego de la crisis inevitable que se viene), como desea el espacio no kirchnerista del PJ, puede haber peronismo por ocho años. Nada de todo esto cambia la tónica de lo que debe hacer la oposición.
Es momento para un discurso claro, que reconozca los problemas que tiene Argentina y plantee las soluciones necesarias. Si se es gobierno en 2023, en buena hora. Si no, el espacio razonable contará con un amplio grupo parlamentario, listo para gobernar cuando sea el momento.
Las elecciones parlamentarias de 2021 son una oportunidad para el primer paso. Y que luego de los comicios, que Ricardo López Murphy y José Luis Espert se conviertan en legisladores nacionales sería una excelente noticia para comenzar a pensar en la reconstrucción de Argentina.