Cuando uno tiene un problema y necesita solucionarlo, hay dos posibles escenarios a futuro: que se consiga el éxito y se deje atrás el inconveniente, o que se fracase y todo quede como está. En el panorama adverso, la situación incluso puede empeorar. Para conseguir la solución es indispensable tener un diagnóstico acertado sobre la problemática y establecer las acciones adecuadas que ayuden a superar la situación negativa.
Esto es condición sine qua non. Es decir, uno puede tener un diagnóstico certero y hacer todo bien dentro de lo posible, y aun así fracasar en el intento. Hay cosas que son indispensables, pero no llegan a ser garantía. Sin esas cuestiones, cualquier solución es absolutamente inviable. Mucho más que en el plano individual, donde la suerte puede jugar a favor, un país no podrá salir del agujero en que está metido si no comprende qué lo llevó allí, y si no establece la hoja de ruta adecuada para revertir la situación.
Argentina tiene graves problemas que están a la vista de todos: pobreza, inflación, desempleo, déficit fiscal y otras tantas cuestiones, que si bien forman parte central del debate político, no hay un diagnóstico acertado sobre las causas. Es por esto que las soluciones que buscan aplicarse son un mal chiste. En el mejor de los casos resultan inocuas, pero, lamentablemente, muchas veces son directamente contraproducentes.
Los dos proyectos que discute la Cámara de Diputados en la última sesión del año son la muestra clara que Argentina está jodida. Nada puede hacer pensar que a corto o mediano plazo haya una solución para los problemas de fondo. Esta tarde, los diputados (que parecen todos un mismo partido populista e irresponsable) debaten dos proyectos de ley ridículos: el que regula los alquileres y la “ley de góndolas”. Lo peor de todo esto es que las iniciativas cuentan con el apoyo de Cambiemos, el espacio político que supuestamente vino a terminar con el populismo K. La idea estúpida del Estado ordenando las góndolas del supermercado salió incluso de la cabeza de Elisa Carrió, la responsable del armado oficialista que unió a Mauricio Macri con la Unión Cívica Radical.
No hay que ser adivino para anticipar que las dos medidas están condenadas al fracaso total. Ni la regulación de los contratos de alquiler hará que las personas que no pueden comprar su departamento logren habitar una casa, ni la ley de góndolas hará que los supermercados muestren más opciones accesibles para el bolsillo de los argentinos.
Para comenzar a solucionar las cosas hay que dar un paso atrás y reconocer que el problema no está en los precios, sino en el deterioro de la moneda nacional. Y si tenemos la suerte necesaria para llegar a esa instancia, debemos darnos cuenta del desastre de la emisión monetaria descontrolada, que tiene como finalidad cubrir el rojo de un déficit fiscal. En el caso de llegar a poner la lupa sobre el pasivo del Estado, recién ahí podremos empezar a solucionar el problema de gente que no llega a fin de mes y con las personas que no pueden alquilar un departamento.
Con relación a la ley de alquileres, los legisladores deberían saber que mientras más metan mano en los contratos libres, más complicarán el acceso a la vivienda de las personas que necesitan rentar un apartamento. La prohibición de la indexación, los contratos regulados por tiempo determinado, la negación de la posibilidad de contratar en moneda extranjera y la imposibilidad de desalojo a los deudores, en lugar de ayudar a los más necesitados, los somete a vivir hacinados en hoteles en pésimas condiciones de salubridad. Aún contando con las posibilidades de pagar por lo que sería un precio de mercado para una vivienda digna, muchas familias no pueden acceder a un departamento por las trabas que pone el Estado.
Una cosa parecida ocurre con el delirio de la regulación de las góndolas. Si a los legisladores les preocupa que los argentinos no puedan acceder a productos de primera necesidad, en lugar de digitar cómo se ordenan los anaqueles de los comercios, deberían, además de solucionar el problema de la moneda, fomentar la competencia a las grandes empresas. Esto no se hace obligando a poner a una segunda marca por encima de un producto líder. El debate que deberían dar hoy los diputados sería otro: la apertura de productos importados (como en cualquier país civilizado) y la eliminación de las trabas para que nuevas pymes entren en funcionamiento. La imposibilidad de acceder al crédito, las regulaciones laborales y los excesivos impuestos crean un statu quo donde el juego queda limitado a un par de grandes empresas. Nadie entra y el negocio queda entre unos pocos.
Mientras la clase política no advierta la naturaleza de los problemas y no se proponga las soluciones adecuadas, el país continuará en constante retroceso. El debate parlamentario de hoy es la triste muestra y corroboración que Argentina está más cerca de hundirse más en el pozo que de encontrar la salida.