Argentina se repite una y otra vez. Si hay algo que ya se ha visto en la historia reciente es esta película: planes económicos irresponsables, incrementos en el déficit, emisión, inflación y endeudamiento, planes a medias para salir de la situación de manera políticamente correcta, salidas de ministros de Economía y la insistencia con planes voluntaristas.
Las frases de los funcionarios que no logran cumplir con los objetivos luego pasan a la historia, y tras algunas décadas, se recuerdan con sonrisas. “Les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”, “qué bueno es dar buenas noticias”, “el que depositó dólares recibirá dólares”. Las frases se acumulan en la memoria de Argentina, a la par de los ceros que ya destruyó el Banco Central en la moneda nacional.
En una ceremonia rápida, antes de la apertura del mercado cambiario, Mauricio Macri le tomó juramento a Hernán Lacunza. Luego del protocolo junto al escribano oficial, el presidente le agradeció al flamante ministro de Hacienda, al que le reconoció que acepta el cargo “en un momento difícil”. En un acto de honestidad brutal, ya lejos de la soberbia que mostró el jefe de Estado luego de las elecciones, Macri le pidió que durante su gestión en la etapa “preelectoral” dialogue con “todos los sectores”.
Por estas horas el macrismo pasa sin escala de la euforia y la negación al sentimiento de derrota anticipada una y otra vez.
Las primeras promesas voluntaristas
Luego de firmar el acta, el nuevo ministro dejó en claro cuál será su principal objetivo de aquí hasta las elecciones de octubre:
El tipo de cambio está por encima de su valor de equilibrio. Para decirlo en criollo y como lo ha manifestado el candidato que más votos sacó en las Primarias, no hace falta un tipo de cambio más alto. Cualquier presión alcista no obedece a fundamentos a reales.
Pero aunque Alberto Fernández se esté mostrando moderado y sus palabras hayan tranquilizado al mercado cambiario la semana pasada, nada indica que el candidato a presidente de Cristina Kirchner tenga razón. Como se señaló recientemente aquí en el PanAm Post, las declaraciones del ganador de las primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) no son más que una manifestación de deseo. En medio de una corrida, las palabras del candidato a presidente más votado pueden calmar el fuego por unas horas, pero si Fernández o Lacunza piensan fijar el tipo de cambio basados en sus consideraciones, el resultado será el colapso inevitable.
Para decirlo en criollo, como dice el nuevo ministro, su interpretación sobre el correcto “valor de equilibrio” y su visión acerca del dólar a 60 pesos, “que no obedece a fundamentos reales” son absolutamente irrelevantes. La problemática detrás del valor de la moneda norteamericana no es más que el reflejo de la problemática que sufre el peso. Y detrás del problema de la moneda nacional está el Estado deficitario, la incertidumbre y la falta de credibilidad. La capacidad de fuego para frenar una corrida por parte del Banco Central, que en teoría ni comanda Lacunza, es limitada. No existen las divisas infinitas para mantener el tipo de cambio que le guste al Gobierno, que con esta actitud no hace otra cosa que aumentar la incertidumbre.
Una política de tipo de cambio fijo como la convertibilidad, donde el Banco Central actúa como caja de conversión con las reservas en paridad del circulante, o de flotación entre bandas, donde se compra o se vende entre el mínimo o el máximo establecido, necesitan una cosa de manera indispensable: que la gente no escape de la moneda local. Mientras el peso sea repudiado, los deseos del oficialismo y la oposición, aunque sean buenos, serán solo eso, deseos.