Argentina parece haber comprendido finalmente que vivir de espaldas a un mundo globalizado es cada vez un peor negocio. El presidente Mauricio Macri, que termina su mandato en diciembre e irá por la reelección, parece decidido a cerrar todos los acuerdos comerciales internacionales que sean posibles. Aunque nada se materialice en concreto por ahora, con el tratado de libre comercio Mercosur-Unión Europea, el Gobierno busca fortalecer la idea que la Argentina proteccionista y aislada tiene los días contados.
“Esto es lo que primero que logramos saliendo de la cerrazón y el aislamiento. En unos meses más vamos a ir por EFTA (la Asociación Europea de libre comercio) y antes de fin de año esperamos Canadá”, dijo Macri ayer. Su canciller, Jorge Fauríe, sumó otras potencias a la agenda: “El año que viene vamos a tener en agenda Corea del Sur y estamos hablando con Brasil para un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos”, señaló al diario La Nación.
Pero el cambio de paradigma tiene sus lógicas resistencias. Aunque Argentina posee un sector absolutamente productivo, ansioso por multiplicar sus posibilidades comerciales, también tiene su segmento atrasado y subsidiado, que sigue de pie parasitando a un mercado cautivo. Las fuentes de trabajo que brinda una industria nacional que se mantiene al calor del aislamiento internacional, es la carta de extorsión de un empresariado prebendario local, que acepta altos impuestos y una fuerte presencia sindical a cambio de seguir pescando en la pecera y cazando en el zoológico.
Esta semana, el empresario vinculado al sector agropecuario Gustavo Grobocopatel tuvo expresiones, que si bien son absolutamente ciertas, generaron polémica por la situación anómala que vive esta Argentina bipolar. El titular del grupo Los Grobos reconoció ante la prensa que, inevitablemente, el país tiene que permitir que algunos sectores “desaparezcan”.
Grobocopatel luego tuvo que salir a aclarar lo que intentó explicar y manifestó que fue un error hablar de “sectores”, pero que, definitivamente, las empresas que no reacondicionen su estructura para ingresar al mundo, quedarían fuera de juego. Para el empresario, Argentina debe “fortalecer su capitalismo” y mejorar la calidad del Estado.
“Si en 10 años no logramos hacer esas reformas con este tratado nos va a ir mal. Si las hacemos, nos va a ir bien. No condeno a un sector o una empresa, incluso pueden ser de mi sector o mi propia empresa, pero si no hace bien las cosas, le va a ir mal”, resaltó.
Argentina tiene mucho para discutir en los próximos años. Pero el debate no puede ser si se mantiene el modelo actual o si se va en otra dirección. Las discusiones pendientes deben ser sobre una transición ordenada, sus redes de contención, los proyectos de modernización y la optimización de oportunidades ante un mundo que no debe ser considerado como una amenaza.
La decadencia del modelo actual es tan evidente que no hace falta explicar demasiado. Pero para hacer esta tortilla hacen falta romper algunos huevos. Y estos son los privilegios de unos pocos, que usan a los trabajadores como excusa para mantener sus beneficios cuestionables.