Existe un descontento importante con el presidente de Argentina, Mauricio Macri. Pero por las paradojas de la política argentina, el hecho que su competidora (posiblemente) sea Cristina Fernández de Kirchner hace que todavía tenga importantes chances de ser reelecto. Aunque su gestión no enamoró, y en muchos aspectos fue una desilusión, el temor a un eventual retorno K todavía espanta más a la mayoría del electorado. El Gobierno hace uso y abuso de esta situación.
Aunque todavía tiene posibilidades de un segundo mandato, la situación es compleja para el líder de Cambiemos. Un sector de la Unión Cívica Radical pide una primaria para competir con candidato presidencial propio y el núcleo duro del macrismo ya no es lo que era. El titular de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, adelantó que no renovará su banca y viajará a España para convertirse en embajador. El presidente de la Cámara baja no será la única pérdida sustancial del macrismo en el Congreso: el titular del bloque, Nicolás Massot, tampoco seguirá en su puesto.
Ambos son partidarios de una estrategia diferente a la que desarrollan el asesor estrella Jaime Durán Barba y el jefe de Gabinete, Marcos Peña. Los diputados consideran que en lugar de limitarse a polarizar con el kirchnerismo, sería más productivo buscar un acuerdo con el resto del peronismo. Peña y el ecuatoriano se impusieron, Massot y Monzó se irán próximamente por la puerta chica.
Ante este panorama, y los serios problemas económicos, Mauricio Macri enfrenta unos meses complicados. Pareciera ser que el oficialismo no tiene otro plan que contener el rechazo de un sector del electorado lo máximo posible, para que no caiga por debajo del que tiene la expresidente. Esta semana, el insulto del músico Miguel Mateos contra el presidente argentino (que se discutió en todos los canales de televisión durante horas) no hizo otra cosa que poner en agenda el descontento y las dificultades que tiene Macri.
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El enojo contra el enemigo imaginario y el estatismo impune
Sería muy auspicioso que el presidente argentino debiera enfrentar ciertas críticas por los desaciertos de su política económica y que esto lo llevara a modificar el rumbo. Pero, lamentablemente, al menos en el ámbito de las críticas políticas-partidarias, la oposición no cuestiona las medidas aplicadas: critican los resultados, los que asocian con algo diferente a lo que ha hecho Cambiemos.
Para el kirchnerismo, el peronismo e incluso para un sector interno de Cambiemos, la problemática económica y social es culpa del “neoliberalismo” que supuestamente se viene aplicando desde diciembre de 2015. Por lo tanto, los consejos que se dan a la hora de proponer cambios, todos son hacia la expansión del gasto, la regulación económica y la discreción gubernamental. Es decir, quieren apagar un incendio con gasolina.
No sería la primera vez que un proceso que dista de ser liberal es calificado como tal por parte de un sector de la política y, por ende, termina habiendo confusión en la opinión pública. El primer ministro de la última dictadura militar, José Alfredo Martínez de Hoz, ostentaba un discurso en favor de la economía de mercado y de la reducción del gasto y la burocracia. Ya en lo que tiene que ver con su gestión consideró que, a pesar de sus ideas, no estaban dadas las condiciones para ir con fuerza en esa dirección y realizó una política “gradualista” para lidiar con los intereses políticos hostiles al cambio. Lo cierto es que fracasó y dejó las cosas peor de lo que las encontró. Tanto sus ideas, el plan que escogió y el lamento por los resultados obtenidos, no son materia de opinión del autor de estas líneas. El mismo Martínez de Hoz detalló su frustración en su libro “15 años después”.
Para la gente, la responsabilidad de los resultados estuvieron en las políticas que se vendieron en los discursos y no en las que se aplicaron en concreto. Esta disociación fue tan extrema y generó una confusión tan grande, que la gente terminó creyendo que un plan monetario de devaluaciones programadas (la “tablita”) estaba relacionado con un programa “liberal”.
Algo parecido ocurrió en la década del noventa, cuando desde el menemismo se hablaban loas del libre cambio, las privatizaciones y la reducción del Estado. El gasto público siguió firme, el endeudamiento voló por los aires y en 2001 llegó la crisis. Una vez más, la mayoría del electorado consideró que el error estuvo en lo que se dijo, porque jamás se entendió del todo lo que se hizo.
En un país que se repite, Macri puede volver a generar el mismo problema. Habla y es razonable. Gobierna y es timorato y contraproducente. Pero si su gestión económica termina fracasando y Argentina sigue con inflación, pobreza, desempleo y devaluando su moneda constantemente, no sería extraño que se le adjudique la responsabilidad a lo mejor que tiene el presidente argentino: su discurso. Poco importará si no se animó a cortar el déficit, si contrajo una deuda impagable o si continuó ahogando al sector privado con impuestos exhorbitantes. La responsabilidad se le achacará a los postulados y la confusión puede volver a generar otro proceso político contraproducente como el kirchnerismo.
“Hay una política neoliberal, donde existe un traslado de recursos que va de los que menos tienen a los que más tienen”, dijo esta semana el conductor radial Alejandro Dolina. Importa poco si esta persona tiene idea de la estupidez que dijo o no. Lo preocupante es que la manipulación y el desconocimiento termina haciendo estragos en la opinión pública y en sus juicios de valor.
“Si las cosas van mal y los que advierten esta situación denuncian que es por culpa del neoliberalismo, por que no creerlo”, puede pensar más de uno. Esta confusión puede darse incluso en votantes del mismo oficialismo, que fueron advertidos por el kirchnerismo y la izquierda en 2015, que el neoliberal de Macri no haría otra cosa que traer miseria.
Afortunadamente, varios economistas de renombre, como Ricardo López Murphy, José Luis Espert, Javier Milei, Gustavo Lazzari, Roberto Cachanosky y Agustín Etchebarne, entre otros, han hecho a tiempo una crítica clara y han acertado todas sus predicciones. Esto al menos ha contribuido en algo, como para que, al menos, algún sector de la sociedad y unos pocos comunicadores hayan advertido la realidad.
Cabe destacar que el Gobierno ha hecho todo lo posible para persuadirlos con el fin de que moderen (o supriman) sus críticas, con el argumento que debilitar al macrismo es sinónimo de fortalecer al kirchnerismo. Afortunadamente, estos especialistas han dado la batalla cultural necesaria para que se haya escuchado otra campana. Si no lo hubieran hecho, el posible fracaso de Macri hubiera sido cargado por completo, otra vez, a la cuenta de las ideas liberales.