Desde que trascendió el resultado en primera vuelta, donde Jair Bolsonaro obtuvo el 46% de votos en Brasil a los periodistas y analistas los desvela una cuestión: ¿Puede ocurrir en Argentina un fenómeno similar? A la mayoría la posibilidad los espanta, a algunos los preocupa y otros (los menos), en silencio, lo desean.
El pasado 7 de octubre, cuando iban apareciendo los datos, las caras se transformaban. Muchos de los comunicadores que estaban frente a una cámara de televisión o a un micrófono de radio juraban minutos antes que no había posibilidades de un escenario como el que ocurrió. Minutos después empezaron las dudas. ¿Si pasó allá, puede pasar acá?
Más allá de los lugares comunes de la izquierda y la campaña del miedo, que también se vio en los Estados Unidos con Donald Trump, es válido analizar la peligrosidad del hartazgo político y los supuestos emergentes. Cuando la corrupción es moneda corriente y la situación económica no ayuda, es natural el surgimiento de alguna personalidad que represente soluciones mágicas y canalice el descontento.
La suerte de Brasil
Si analizamos las dos facetas más públicas y debatidas de Jair Bolsonaro, encontramos una positiva y otra cuestionable. Sin dudas que la propuesta económica del candidato del PSL es superadora a la del PT. Si el polémico político conservador cumple con sus promesas de campaña en lo que tiene que ver con la reducción del Estado, las privatizaciones y la desregulación, a Brasil le irá muy bien y mejorará todos los índices de empleo, salario e inversión.
La otra cara de Bolsonaro, la que ha usado la izquierda como propaganda (lógicamente) no tiene que ser pasada por alto, sobre todo por los partidarios de las ideas de la libertad y la sociedad abierta. Que un jefe de Estado diga que los hijos no “saldrán homosexuales” por educarlos correctamente, con correctivos físicos incluidos, es absolutamente repudiable y reprochable. Es justo destacar que hay que esperar para su rol como presidente para ver si repite semejantes comentarios, pero no esta mal alertar sobre semejante conducta.
Pero yendo a la gestión de un Poder Ejecutivo de un país, lo cierto es que Bolsonaro estará en condiciones de hacer mucho con relación a su agenda económica y nada en cuanto a sus manifestaciones más cuestionables. Como presidente de Brasil, si lo desea, podrá privatizar empresas, reducir la carga impositiva y abrir la economía de su país al mundo, generando un proceso virtuoso para todos sus conciudadanos. Con relación al costado que “mete miedo”, ¿qué podría hacer? ¿generar un decreto para que los padres eduquen como él quiere a los hijos? ¿contradecir a la Corte Suprema de Justicia que avaló el matrimonio gay en todo el país? ¿ofrecer incentivos para que las empresas contraten más hombres que mujeres? No hay que analizar mucho para darse cuenta que ninguna agenda semejante tendrá lugar como política de Estado.
Entonces podemos concluir que Brasil tuvo suerte. Su candidato antisistema, el abanderado del descontento y el portavoz del repudio del statu quo del PT no solo le “salió barato”, sino que puede tener hasta una gestión positiva para los intereses de los brasileros.
El tiro puede salir por la culata
Con relación a Argentina y a otros países que puedan mostrar preocupación por un surgimiento semejante, sí hay cuestiones como para llamar la atención. Luego de procesos desastrosos como el kirchnerismo y desilusiones como la que hasta el momento representa Mauricio Macri, puede surgir un fenómeno de abajo hacia arriba, que explote en las redes sociales y que proponga romper con el sistema.
Pero en esa circunstancia, el destino de un país se juega a cara o seca, con una moneda arrojada al aire. Si la situación económica en el país no mejora, las elecciones de 2019 pueden ser el perfecto escenario ante un “tapado” antisistema. Pero como puede surgir un libertario, que señale los verdaderos motivos del colapso relacionados con un Estado sobredimensionado y abusivo, puede aparecer cualquier otra cosa. Un populista de izquierda o derecha que proponga solucionar los tarifazos con nacionalizaciones, o la inflación con controles de precios o la corrupción con arbitrarias confiscaciones estatales también podría aparecer tranquilamente.
Los vecinos del Brasil han tenido suerte en un momento clave de hartazgo y desencanto. Argentina en 2003 luego del “que se vayan todos” terminó sufriendo al kirchnerismo. Cuidado que la historia no vuelva a repetirse.