Aunque para las nuevas generaciones, que formaron su panorama político bajo la hegemonía kirchnerista, les cueste comprenderlo, dado el perfil de los gobiernos de Néstor y Cristina, amigos de Chávez, Fidel y del socialismo del siglo XXI, la próxima encarnación peronista podría ser la propuesta conservadora para las elecciones presidenciales del año que viene.
Cambiemos, que llegó al poder con la mayoría del electorado, pero con el espacio de centroderecha como columna vertebral, que deseaba terminar con la pesadilla de la expresidente Cristina Kirchner, se ha esforzado en mostrarse como una propuesta “progresista”, que, como ellos mismos manifestaron, “estaría a la izquierda del Partido Demócrata de los Estados Unidos”.
Hasta el hartazgo trataron de fortalecer esta imagen durante los tres años de Gobierno, haciendo gala de ser el proceso político que más asistencialismo gubernamental y mayor número de planes sociales brindó. Todos los cuadros políticos debajo del presidente Macri se sienten cómodos jugando a la socialdemocracia y generando políticas públicas en este sentido, que vendrían a refutar el supuesto mito del “presidente neoliberal” que denuncian la izquierda y el kirchnerismo.
Horacio Rodríguez Larreta, intendente de la Ciudad de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, gobernadora bonaerense, y Marcos Peña, jefe de Gabinete, además de ser los tres dirigentes que sueñan con reemplazar a Macri y que cuentan con mayor peso político, son fieles exponentes del exagerado síndrome “progre” del oficialismo.
El votante de derecha acompaña… por ahora
Como en la mayor parte del mundo occidental, el electorado se divide, en grandes rasgos, en tres tercios. Uno, más cómodo con una propuesta de centroderecha, otro, más a gusto con la centroizquierda y un tercero, cambiante y desideologizado, que elige pragmáticamente según el humor del momento y que convierte a una de las facciones en pugna en Gobierno.
El espacio de tendencia conservadora ha llevado a Macri a la presidencia, en colaboración del segmento que simplemente quería un cambio después de 12 años de kirchnerismo. De mantenerse todo como está, seguramente el votante antikirchnerista vuelva a elegir al oficialismo el año que viene, porque como en Cambiemos saben, a la derecha no tienen nada. Y eso da un amplio margen para salir a pescar en el río progresista, aunque con resultado incierto. Pero pueden darse el gusto de tirarse a esa aventura, ya que el otro espacio es voto cautivo.
En el electorado de centroderecha hay un creciente enojo con el macrismo. A pesar del giro en la doctrina con el caso Chocobar, se sigue esperando un discurso más claro en contra de la delincuencia, y el macrismo, temeroso, no piensa salir a darle a las fieras la política de “mano dura” que se pide a gritos desde este sector.
Otra cosa que enoja por aquí es la permisividad con los sindicalistas y piqueteros que cortan calles impunemente o dejan sin servicio a miles de usuarios en el transporte público en sus protestas. Cuando un periodista suele acercar el micrófono a un vecino enojado, perjudicado por estas situaciones, el dicho “para esto no te voté, Macri”, es moneda corriente. La inflación que está lejos de terminar y una economía que continúa hiper-regulada no hacen otra cosa que exasperar el humor de un votante que, de acompañar el año que viene al oficialismo, lo haría a regañadientes y por espanto a lo que ofrece la oposición.
¿El camaleón peronista vuelve a girar a la derecha?
A lo largo de la historia, el Partido Justicialista se ha vestido de todos los colores habidos y por haber. En sus inicios fue corporativista, fascista y anticomunista, pero luego de la Revolución Libertadora de 1955, una juventud de izquierda se volcó a la guerrilla con la ilusión que el líder en el exilio volvería a hacer la revolución. Los montoneros compartieron escenario temporal con la ultraderecha peronista, que también luchaba por el regreso de Perón, pero con otros anhelos. Para la columna vertebral sindical, el líder restablecería el modelo de los cuarenta y cincuenta que los puso en escena y no haría ninguna revolución socialista como esperaban los otros. A ambos espacios el caudillo los manipulaba impunemente. Cuando se entrevistaba con unos en España les decía: “El Che es el mejor de los nuestros”. Cuando recibía a los otros les aseguraba: “El peronismo es la falange en Argentina”. Claro que cuando Perón volvió no había espacio para los dos planes de gobierno y todo terminó en tragedia.
Luego del golpe militar de 1976, que terminó en 1983, cuya característica principal fue la eliminación de la guerrilla (marxista y peronista) por medio del terrorismo de Estado, el primer candidato a presidente por el justicialismo fue Ítalo Luder, que representó una opción conservadora que propuso en campaña la amnistía para los militares. Perdió con Raúl Alfonsín, que impulsó el juicio a las juntas militares.
Para 1989 el candidato Carlos Menem hizo una campaña de extremo populismo en el marco de una grave crisis económica y una hiperinflación. Cuando llegó a la presidencia hizo lo contrario, privatizó todas las empresas y mantuvo una política de “relaciones carnales” con los Estados Unidos.
Cuando parecía que el peronismo ya había ofrecido toda la paleta de colores, llegó el kirchnerismo en 2003, que en los albores del socialismo del siglo XXI cambió a la Venezuela de Chávez a la hora de elegir el alineamiento estratégico. El proceso peronista, que tuvo como columna a la izquierda, se convirtió en el Gobierno más corrupto de la historia de Argentina y dejó una terrible situación económica, energética y social.
Claro que semejante radicalización dejó a la expresidenta y a su séquito más cercano en una “camisa de fuerza” izquierdista, del que ya no se puede mover, pero el Partido Justicialista puede que tenga otros planes. La creación del Frente Unidad Ciudadana por parte de Kirchner, que no quiso ir a debatir primarias al peronismo en las legislativas de 2017 le da al justicialismo tradicional la excusa ideal para despegarse, tanto de Cristina como de la izquierda.
Dado los perfiles de Cambiemos y el kirchnerismo (si juega por fuera del PJ) para el año que viene, no sería llamativo que el justicialismo decida satisfacer a un electorado huérfano. El pasado camaleónico del peronismo y el mapa electoral actual lo hace absolutamente posible.