
La semana pasada el presidente Mauricio Macri, tras haber ganado con comodidad las elecciones legislativas, presentó un programa económico como relanzamiento de su Gobierno. El anuncio estuvo dividido en dos partes: un discurso político del presidente y una presentación, al día siguiente, de su ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne.
La presentación “política” a cargo de Macri fue excelente. En una clara exposición se pudo escuchar por parte del presidente que el país debía corregir el gasto público, solucionar el déficit fiscal y encaminarse al crecimiento y al desarrollo de la mano del sector privado. El otro discurso, el “técnico”, por parte de su ministro, no estuvo a la altura de las circunstancias. La reducción de impuestos relacionada con el mercado laboral fue escueta y el plan de desarrollo de la merma de la presión fiscal es a muy largo plazo.
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Pero probablemente lo que más desilusionó del programa fue que no había una reducción del gasto público concreta y que se creaban nuevos impuestos para modificar otros. Es decir, en lugar de una “baja de impuestos”, se presentó un “cambio de impuestos”. Según las autoridades, la maniobra tuvo la finalidad de cambiar “impuestos malos” por impuestos que no perjudiquen “tanto” el crecimiento.
Claro que, al no haber una reducción de la burocracia, como se dice vulgarmente en Argentina, “algún culo tiene que sangrar”. Y la víctima de turno terminó siendo el sector vitivinícola. El plan que el macrismo pensaba llevar al Congreso proponía un impuesto del 10 % al vino y de un 17 % a los espumantes. Los bodegueros entraron en pánico.
Rápidamente el “impuestazo” fue bautizado por los medios de comunicación como la “125 del vino”. El nombre trae como referencia a la resolución con la que el kirchnerismo buscó incrementar los impuestos agropecuarios durante el mandato de Cristina Fernández.
Evidentemente el Poder Ejecutivo no había notificado a su cuerpo legislativo (al menos en detalle), ya que los diputados y senadores se enteraron de las novedades por el anuncio televisivo, como el resto de los mortales. La reacción de los congresistas (de todos los partidos, incluido el oficialismo) de las provincias productoras como Mendoza o San Juan fue que de tratarse en el Parlamento, votarían en contra.
En lo personal hablé con viarios diputados, que si bien por el momento no querían expresarse públicamente en contra del Gobierno, ya que esperaban que este modifique la reforma, estaba tomada la decisión desde un primer momento de votar en contra del proyecto llegado el caso. La tropa legislativa propia de Cambiemos hablaba de “torpeza” y “equivocación” con relación a la medida.
Con este panorama, el presidente Mauricio Macri envió a sus emisarios a calmar las aguas y a confirmar que esta parte del proyecto de reforma fiscal quedaba sin efecto. Ni siquiera llegó a formar parte del documento oficial presentado en el Congreso.
Esta situación dejó en evidencia que existen claras diferencias, pero también similitudes, entre los procesos políticos del macrismo y el kirchnerismo.
La vocación de diálogo y de retractarse, volviendo atrás con una situación determinada, muestra de inteligencia y moderación, si bien puede ser normal para cualquier país del mundo medianamente civilizado, es una novedad para la historia reciente argentina. Por el contrario, la expresidente estuvo absolutamente imposibilitada de cualquier autocrítica y corrección. A lo largo de sus dos mandatos todo fue una lucha a muerte. De esta manera, Kirchner cosechó grandes triunfos políticos, pero también derrotas innecesarias. Se comenta que luego del voto “no positivo” de Julio Cobos, cuando fracasó la “125”, inclusive consideró la posibilidad de renunciar a la presidencia… solo por haber perdido una votación en el Congreso. El país estaba en manos de una chiquilina, caprichosa y orgullosa. Situación peligrosa si las hay. Hoy Mauricio Macri sin dudas representa algo diferente.
Sin embargo, hay que reconocer que también hay similitudes entre los procesos políticos. Al menos una importante: los platos rotos los paga el sector privado, siempre. Claro que no fue Macri el culpable del descomunal tamaño del Estado que heredó, pero sí será el responsable de haber pasado por el Gobierno sin cambiar el rumbo. Sobre todo luego de cosechar importantes apoyos internacionales y respaldo en las urnas.
Resumiendo, la variable de ajuste, por ahora, en Argentina sigue siendo la ciudadanía de a pie, y la clase privilegiada es la política. Ahí no hay ajustes ni restricciones. Las angustias son para los trabajadores y emprendedores. Los burócratas y sus dependencias mantienen todos los beneficios.
En los próximos días tendrá que aparecer la reforma superadora, luego de quedar descartado el impuesto al vino que iban a sufrir casi 900 bodegas. La mayoría, lógicamente, medianas y pequeñas. La pregunta es si Macri se decidirá finalmente por corregir en el sector público o si se arremete contra algún otro sector con menos capacidad de lobby… o si claro, se presiona todavía más sobre la mayoría de los contribuyentes. El grupo mayoritario descentralizado y atomizado que no tiene sindicato ni cámara empresaria que lo defienda.