En Argentina continúa la polémica por las tomas de los escuelas secundarias debido a una reforma educativa que buscaba implementar las pasantías en el último año, para que los jóvenes, antes de terminar sus estudios, tengan una primera experiencia laboral en el sector privado. La izquierda y el kirchnerismo salieron con los botines de punta argumentando, de manera insólita, que la reforma se trataba de un plan encubierto para fomentar la “mano de obra barata” de los estudiantes.
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Cada vez que una cámara de televisión tomaba las declaraciones de los jóvenes manifestantes no hacía falta más de unos segundos para comenzar a escuchar todos los lugares comunes de la izquierda tradicional, que por estos días, también pretende ser la abanderada de los derechos de la mujer.
El “ni una menos”, la lucha por los cupos femeninos en los ámbitos políticos y laborales es una de las principales causas de este espacio político que no duda en tildar de “machista”, “opresor” o “misógino” a cualquiera que simplemente opine que no deben haber privilegios en un mundo donde exista igualdad ante la ley.
Pero como la izquierda mostró en reiteradas oportunidades, ante las cuestiones políticas y el oportunismo, sus principios parecen más marxistas de Groucho, que de Karl.
En las últimas horas trascendió por la denuncia del rector que en el tradicional colegio Nacional de Buenos Aires, durante una de las jornadas de ocupación de la escuela, un estudiante de 18 habría abusado de una chica de 14.
Lo llamativo de la situación es que la izquierda argentina, que propone hasta penalidades para el degenerado que ose decirle un piropo a una mujer en la vía pública, tuvo una curiosa reacción ante el supuesto abuso sexual perpetrado a una menor. Con las tomas en los medios de comunicación de todo el país, y para evitar ensuciar la causa, los jóvenes rebeldes lejos de salir a pedir cadena perpetua para el supuesto abusador, como harían en otras circunstancias, se limitaron a recomendarle que no vaya más a las tomas, para evitar situaciones “incómodas”.
Este triste episodio dejó en claro que, a pesar de contar con una temprana edad y sin terminar los estudios secundarios, los jóvenes de izquierda tienen mucho más en común con los adultos del mismo espacio político que sus lugares comunes y los errores en materia económica: el doble discurso, la doble moral, el cinismo y la hipocresía.