EnglishEl pasado miércoles, el New York Times publicó un artículo de opinión del presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, llamando a la paz mientras Venezuela avanza hacia convertirse en un Estado fallido, y atraviesa la mayor ola de protestas opositoras desde que Maduro asumió el cargo. El presidente supuestamente hace un llamado al diálogo, pero el hecho es que el artículo es otro de sus tantos monólogos en los que culpa a casi todo el mundo por la crisis, menos a él mismo.
Permítanme que utilice el espacio que PanAm Post me ha brindado para deconstruir y refutar algunas de las más preocupantes declaraciones del heredero del chavismo.
¿Cuáles medios de comunicación?
A pesar de la supuesta necesidad de paz, Maduro comienza criticando a los medios de comunicación, diciendo que han “distorsionado la realidad de [su] país y los hechos relacionados con los acontecimientos”. ¿Cuáles medios de comunicación Sr. Maduro? En Venezuela no hay medios de comunicación independientes más allá de los blogs y redes sociales, usados por los ciudadanos de a pie para difundir lo que están viviendo. El chavismo ha llevado a cabo un agresivo esfuerzo para eliminar e intimidar a cualquier medio de comunicación que haya mostrado intención alguna de criticar al régimen.
Lo que tenemos es una amplia gama de periódicos y estaciones de radio y televisión que alaban al gobierno como si se tratase de una especie de teocracia con poderes sobrenaturales―siempre tiene la razón, nunca se equivoca. Los canales de televisión muestran programas de cocina y dibujos animados mientras los oficiales de la Guardia Nacional matan a golpes y balazos a los estudiantes, y reprimen violentamente a los ciudadanos en las calles.
Los pocos periódicos que nos quedan confrontan la represión por parte del gobierno: se los cierra, se los calla, o se les obliga a cambiar su línea editorial. Los que se rehúsan a rendirse tienen que lidiar con un nuevo tipo de censura: se les niega el permiso a adquirir moneda extranjera, y por lo tanto, ¡no pueden importar papel para imprimir! Venezuela no ocupa el lugar 117 en el Índice Mundial de Libertad de Prensa porque no se lo merezca.
Maduro deja de lado el hecho de que él insulta públicamente a cualquiera que no esté de acuerdo con él, usando los medios de comunicación estatales, financiados con nuestros propios impuestos, para difamar y espetar insultos homofóbicos a miembros de la oposición. ¿A esto es lo que se refiere cuando dice que “hemos construido un movimiento democrático participativo”? Este es el mismo hombre que califica de “fascista”, sin conocimiento aparente sobre lo que la palabra realmente significa, a cualquier persona que no esté de acuerdo con la llamada revolución de su mentor.
La distribución equitativa de la miseria
Luego habla con orgullo sobre cómo su movimiento “ha asegurado que tanto el poder como los recursos se distribuyan equitativamente entre nuestro pueblo”. Entonces me pregunto por qué, por primera vez en la historia de este país, los venezolanos, ricos y pobres, tienen que soportar hacer largas filas para encontrar, si tienen suerte, aceite de cocina, leche, harina de maíz, papel higiénico, pollo, o cualquier otro elemento que ya no está en los estantes de los supermercados. Incluso de acuerdo con el Banco Central chavista, el índice de escasez fue de 28% en enero, y la tasa de inflación anual ya superó el 50%.
El propósito de esta revolución no ha sido apoyar a la gente en sus esfuerzos productivos como individuos independientes, sino más bien crear sujetos dependientes del estado. Las personas que viven en la pobreza ahora se inscriben en las “misiones“―programas de bienestar social―del gobierno, y reciben una asignación mensual. Resaltar esto es extremadamente importante; el gobierno ha querido hacer creer a todos que la pobreza está mejorando porque la gente está recibiendo dinero, cuando el dinero en Venezuela no hace sino perder valor a diario, y peor aún, es totalmente inservible si no hay nada que comprar.
Maduro habla con orgullo de cómo se están “controlando a las empresas para asegurar que no especulen con los precios en detrimento de los consumidores o acaparen productos”. Según él hay una “guerra económica” liderada por empresas que prefieren no vender sus productos, y por lo tanto perder dinero. Cualquiera que tenga sentido común y crea en los mercados libres, entenderá lo ridículo que son estos planteamientos. Los negocios son negocios, y los empresarios no van a sacrificar ganancias por ideologías políticas. Ese discurso revolucionario romántico puede haber funcionado en el pasado, pero en el siglo XXI la gente simplemente no se lo cree.
Ciudadanos de segunda clase
Maduro pretende restar importancia a las protestas diciendo que como el chavismo ha acumulado tantos logros en el ámbito social, no hay razón para quejarse. Si vivimos en democracia, ¿no tenemos derecho a denunciar los abusos del estado independientemente de la situación socioeconómica del país? ¿No somos todos iguales ante los ojos del Estado?.
Bajo este régimen, la respuesta es que no. El gobierno ha tratado de disminuir la importancia de la protesta social, diciendo que “se están llevando a cabo por personas de los segmentos más ricos de la sociedad”, como si tuvieran menos derechos que los pobres, y como si no tuvieran ninguna razón moral para aspirar a un mejor nivel de vida para sí mismos y para el resto de la sociedad.
El esfuerzo constante en plantear todo como una lucha entre ricos y pobres, y en consecuencia, entre el bien y el mal, ha dado lugar a una sociedad polarizada y a un ambiente perfecto para los movimientos como el chavismo, que funcionan sobre la base del resentimiento y la guerra de clases. Creo que Maduro tiene que despertar y darse cuenta de que tiene la responsabilidad de gobernar un país con diversos grupos, y que negar los otros puntos de vista no va a resolver sus problemas de legitimidad.
Todo su argumento sigue la premisa de que la democracia se reduce a ganar elecciones. Esta ha sido la retórica del chavismo desde el principio: como ganaron las elecciones, pueden hacer lo que les venga en gana. El concepto de democracia se ha distorsionado y se ha vendido como la tiranía de la mayoría, cuando en realidad la democracia también necesita respeto a las minorías, pluralismo, y convivencia.
Sin embargo, estas normas no son del agrado del régimen, para el que la paz significa el silencio, y por lo tanto, la ausencia total de debate.
El descomunal Estado y la sociedad subsidiada
Es irónico que Maduro se enorgullezca del sistema de salud de Venezuela, cuando éste no es nada nuevo. La atención sanitaria gratuita existía mucho antes de que Chávez llegara al poder. Y además, es difícil entender qué le genera tanto orgullo, ya que el deterioro de los hospitales y las escuelas públicas son una vergüenza para esta nación. Los médicos y los maestros ganan salarios miserables, y carecen de los instrumentos básicos para llevar a cabo su trabajo.
La escasez en hospitales, escuelas, y supermercados, se deben a las supuestas “soluciones” de Maduro, y sólo han empeorado una economía que ya está al borde del colapso. El “nuevo sistema de divisas basado en el mercado” del que habla con tanto orgullo ha sufrido su cuarta devaluación en un año, y ha impuesto controles draconianos sobre el mercado de divisas.
Quizás el lector se pregunte cómo es que un país petrolero, que recibe un flujo tan fuerte de dólares todos los días, tiene esos controles tan restrictivos. Muy simple, son el resultado de un estado de bienestar monstruoso que regala comida subsidiada, casas, automóviles y artículos electrónicos para construir una base política que pueda ser chantajeada cada vez que se hace una elección.
Pero el dinero nunca alcanza para que el Estado pueda cubrir todas las necesidades humanas básicas. Es por eso que debe existir el sector privado, para satisfacer las necesidades del consumidor, pero el régimen de Venezuela no está dispuesto a considerar esta realidad. En cambio, ha comprado todas las empresas en los sectores más importantes (electricidad, comunicaciones, medios de comunicación, alimentos, y la lista continúa) y las ha arruinado. Esas empresas ahora son fantasmas de lo que alguna vez fue Venezuela: un país próspero.
El doble estándar de la justicia
Además de la escasez y la inflación, la inseguridad es el problema más preocupante de los venezolanos. “Estamos abordando esto mediante la construcción de una nueva fuerza policial nacional, el fortalecimiento de la cooperación entre la comunidad y la policía, y la renovación de nuestro sistema carcelario”, escribe Maduro.
Vaya forma de maquillar la realidad. El hecho es que un alto número de crímenes se lleva a cabo con la complicidad de la policía, la tasa de impunidad ha llegado al 91,8 por ciento, según el fiscal general, y las cárceles son universidades del crimen. Incluso tenemos “presos” que se le pasan de lo mejor en nuestra autóctona cárcel paradisíaca en la isla de Margarita.
Maduro continúa: “como ex sindicalista, creo profundamente en el derecho de asociación y en el deber cívico de asegurar que prevalezca la justicia, expresando las discordancias legítimas a través de la libre asociación y la protesta pacífica”.
Parece contradictorio entonces que hace apenas un mes Maduro improvisó una nueva norma que viola la Constitución y obliga a los ciudadanos a solicitar un permiso para protestar. Ahora a la oposición no se le permite marchar en ningún municipio gobernado por el chavismo, y mucho menos acercarse a edificios del gobierno como la Asamblea Nacional o el Palacio Presidencial. Las fuerzas de seguridad tienen órdenes de reprimir violentamente a cualquier ciudadano que lo haga. Para el régimen, estos son los verdaderos criminales de la patria.
¿Su excusa? Él culpa a las protestas pacíficas de supuestamente cometer actos violentos, a pesar de toda la evidencia que señala la presencia de infiltrados del gobierno que trabajan de la mano de la Guardia Nacional para sabotear y provocar conflictos en las protestas. A pesar de ser el presidente de una nación, ni siquiera se molestó en hablar de los estudiantes asesinados por miembros de colectivos―grupos chavistas paramilitares. Él sólo reconoce la muerte de los que lo apoyan; todo lo demás nunca ocurrió.
Ingenuamente, el gobierno esgrime una de sus tantas teorías conspirativas para alegar que los manifestantes que murieron fueron baleados en la cabeza por su propio pueblo. La realidad es que mientras más violencia haya, mejor para él. Cualquier cosa que sirva para distraer a la gente de los problemas reales que confrontan día a día debido a su incapacidad para gobernar este país, es favorable para el régimen.
Mientras los crímenes quedan impunes, Maduro intenta mejorar la situación mediante la creación de un consejo de derechos humanos, encabezado por nada más y nada menos que la rama ejecutiva del mismo gobierno. Un Estado en el que no existe ningún tipo de división de poderes se atribuye la tarea de investigar los abusos que comete.
¿No sería mejor que el Estado simplemente se abstuviera de violar los derechos humanos?
Al final del artículo, Maduro le ruega a la administración de Obama no decretar sanciones contra su régimen. ¿Dónde quedó todo el discurso anti-imperialista?
Al parecer, “Ahora es el momento para el diálogo y la diplomacia”, escribe. “En Venezuela, hemos extendido la mano a la oposición”.
Hasta ahora, esa mano no la vemos por ningún lado: los presos políticos siguen tras las rejas, el discurso de odio continúa, la represión no deja de aumentar, y la justicia parece entenderse como sinónimo de venganza política.