EnglishAquellos estadistas cuyas forma de hacer política se guía más por el corazón que la razón, llegan al gobierno prometiendo solucionar la pobreza mediante más subsidios y ayudas gubernamentales. Sean socialistas o no, éste ha sido el enfoque populista adoptado por la mayoría de los políticos en Venezuela. La necesidad de las clases más bajas es, sin duda alguna, un problema que debe atenderse. Pero ¿por qué regalar, así sea parcialmente, causa tanto daño a una sociedad?
El subsidio en alimentos, vivienda, educación, salud y demás servicios esconde al individuo el verdadero costo, y por lo tanto, el valor de lo que recibe. En teoría, el subsidio funciona como un escudo que protege al individuo ante cualquier crisis económica que pueda afectar su bolsillo. Es decir que dentro de todo lo malo que puede vivir el venezolano, éste sabe que por lo menos el precio de la gasolina no subirá como lo hace el resto de sus gastos cotidianos.
Hay otra consecuencia interesante de los subsidios. Nos aleja de la cadena de producción y de la realidad económica de ese producto. Como no pagamos su precio real, sino uno mucho más bajo, lo subestimamos. Seguimos diciendo que el “está barato, dame dos” es característico de la cuarta, pero no nos percatamos que ese lema de vida lo cargamos a todos lados, en la cuarta, la quinta, o cualquier otra. En este sentido, nuestra decisión al momento de comprar está sesgada por un precio irreal, artificial, que no refleja el verdadero valor que ese producto tiene para la sociedad.
La peor de las consecuencias del subsidio, y la más evidente, es sin duda alguna el contrabando. A veces pareciera que los contrabandistas supieran más de leyes de economía y libre comercio que los mismos estadistas que rigen este país. El contrabandista, bachaquero, buhonero, o como lo quiera llamar, es otro comerciante más que se rige por la máxima de oro: oferta y demanda. Algo que este gobierno se rehúsa a creer y, en su lugar, insiste en imponer un modelo que va en contra de todas las leyes de la naturaleza.
Todo este impacto por supuesto lo recibe el Estado y las empresas, quienes deben asumir el pago de esta brecha entre el precio artificial y el valor real de lo que ofrecen. Todo para que el ciudadano “ni se dé cuenta” de la verdadera cara de la economía. El problema es que si el Estado y las empresas se empobrecen, la sociedad también; nosotros pagamos los errores que comete nuestro gobierno. Lo más desafortunado es que el subsidio se ha convertido en una mentira que todos conocen pero nadie quiere que se acabe.
Lo más lamentable después de las medidas de control de precio dictadas por Maduro a todos los negocios en diciembre, fue ver a cientos de venezolanos, sin importar su bando político o poder adquisitivo, haciendo largas colas para aprovechar esas “rebajas”. Y es que la verdad es que el venezolano está acostumbrado a ser subsidiado, sin importar el costo.

Ahora yo me pregunto, ¿por qué en lugar de pensar cómo bajamos el precio, no nos preguntamos por qué no nos alcanza lo que ahora tenemos en el bolsillo? La respuesta es que su Bolívar no vale nada.
En lugar de reclamar por la nueva devaluación del gobierno, ¿por qué no reclamamos qué paso con el valor de nuestra moneda? Liberemos el dólar, sinceremos nuestra economía, veamos realmente qué tan mal estamos, y capaz así podemos saber dónde estamos parados y qué podemos hacer para avanzar.
Mientras tanto, seguimos engañados, sacando cuentas con un dólar de mentira, que está condicionado a decisiones de último minuto. Nuestros planes de vida, de compra de una vivienda, un vehículo, un viaje, estudios afuera, absolutamente todo depende de gobernantes que no han demostrado más que deshonestidad y pocas agallas para “agarrar el toro por los cuernos”.
Si tuviéramos un dólar libre, no tendríamos cupo de que preocuparnos, ni condicionamientos de ningún Estado diciéndonos cuánto podemos gastar, en qué momento ni en qué lugar. Es nuestro dinero, ganado con nuestro trabajo ¿por qué un gobierno decide sobre esto?
Porque si eliminan los subsidios, las máscaras se caerían y la realidad del país sería otra, una mucho peor por cierto. Sin embargo, después de la tempestad vendría la calma. Si Venezuela se convirtiera en una sociedad libre de subsidios, capaz tendría la oportunidad para madurar y desarrollar una economía de certezas, fuerte e independiente del gobierno de turno. Pero por más temporal que pueda ser ese mal, tiene un costo político que ningún gobierno ha estado dispuesto a asumir — ni siquiera el de CAP, que si bien él pudo haber tenido la mejor intención, su equipo político no lo permitió.
En cambio, nosotros permitimos que el gobierno siga “protegiendo” nuestra economía; cuando la está ahogando, en medio de maniobras y malabarismos justificados por una trillada lucha de clases. Los venezolanos se quejan del excesivo control que este gobierno autoritario tiene sobre ellos, pero omiten el mayor de los problemas: están acostumbrados a tener un Estado que los subsidie.
Todos tienen pánico de conocer el “verdadero” precio de vivir en Venezuela. Mientras prefiramos mantener la venda sobre los ojos y seguir gritando sin conocer, el gobierno nos seguirá premiando con subsidios, a cambio de lo que más hemos subvalorado hasta ahora: la libertad.